Discusión sobre el uso del catalán y del castellano en
la educación de Cataluña. Hablan Sánchez Albornoz, Unamuno, Maura, Azaña
El Sr. Presidente: El Sr. Sánchez Albornoz tiene la
palabra.
El Sr. Sánchez Albornoz: Quiero comenzar, Sres.
Diputados, por declarar que esta enmienda no responde exactamente al
pensamiento de ninguno de los firmantes, ni siquiera al mío (Rumores y risas.)
Sin embargo, todos hemos aceptado el texto de la misma, con la mira puesta en
el porvenir de la República y de España; hemos cedido cada uno una parte de
nuestras opiniones; hemos descendido de nuestras posiciones ideales, porque,
Sres. Diputados, se trata de algo trascendental para la vida de España. No nos
hallamos en presencia de una de tantas cuestiones como se han tratado y se han
de tratar en esta Cámara en el debate de la Constitución, referentes a la vida
jurídica del nuevo Estado y de la nueva sociedad que estamos organizando en
estos días; emerge la cuestión de la entraña misma del futuro de España. Si nos
equivocamos en cualquiera otro de los temas aquí resueltos o que hemos de
resolver, habremos hecho o haremos un cieno daño a tal o cual ideal y, en
último término, al Estado que estamos formando; pero si nos equivocamos al
resolver este problema, habremos hecho un grave daño a la República y a España.
No creo que pueda ser sospechoso de falta de fervor
por Castilla y por España; cuantos me conocen saben hasta qué punto vibra mi
sensibilidad ante todas las cuestiones que afectan a Castilla, ante todas las
tradiciones castellanas, ante el pasado y el futuro de Castilla. En esta misma
Cámara he demostrado ese interés y esa devoción y muchos saben también cómo
constituye para mi una pesadilla el recuerdo de la ruina de Castilla, por el
abandono de las otras regiones en el momento en que ella estaba sosteniendo una
politica, heredada precisamente de la corona catalanoaragonesa. Pero, a pesar
de todo, estoy satisfecho de haber puesto mi firma al lado de las de otros
Sres. Diputados castellanos y catalanes, para encontrar una solución a este
problema fundamental de las lenguas, porque estoy convencido de que en el
problema de las lenguas radica tal vez la clave de la futura organización de
España; que en el problema de las lenguas estriba la clave de los movimientos
regionales que han venido constituyendo la grieta de España, como se ha dicho
con frase gráfica por un escritor norteamericano.
Mientras nosotros no acertemos a encontrar una fórmula
que satisfaga por igual a todos, el problema de las lenguas seguirá pesando
sobre España, y España seguirá en equilibrio inestable, arrastrando esa
pesadumbre de los problemas regionales que han constituido un obstáculo para la
Monarquía y que pueden constituirlo para la República. Será vano que nosotros
concedamos las máximas autonomías a las regiones, que lleguemos a ser
ultraliberales en el establecimiento de las funciones de los órganos
regionales, si nosotros dejamos pendiente un hilillo, por leve que sea, que
pueda parecer coyunda para el futuro desenvolvimiento de esas lenguas
vernáculas de las regiones hermanas de Castilla. Por eso, señores Diputados,
todos sabéis que llevo semanas preocupándome de resolver esta cuestión, de
acuerdo con los Diputados de las regiones, especialmente con los Diputados de
Cataluña; ellos saben hasta qué punto ha llegado en mí la tenacidad en la
disputa con ellos mismos, y mis compañeros de minoría, cuál ha sido mi
constancia en la defensa de mi pensamiento y de mis ideas a este respecto.
Algunos amigos catalanes, entre bromas y veras han
llegado a hablar de que se proyectaba en mí como una sombra del viejo
imperialismo de Castilla, deseando establecer también un nuevo imperialismo
castellano en los tiempos modernos. Ni entonces ni ahora empuja la nave de
Castilla la más leve ráfaga de imperialismo; cuando el castellano triunfó en
las regiones hermanas de Castilla, no hubo disposición alguna que lo inpusiera;
fue el genio de Castilla, movido entonces por los cerebros más fuertes de la
raza, el que determinó la adopción libérrima de nuestra cultura y de nuestras
letras por las regiones gallega y catalana (Muy bien.) No me mueve, Sres.
Diputados, un átomo de imperialismo. ¿Para qué? ¿Qué podría importarnos a
nosotros que hablasen o no mañana el castellano cuatro millones de catalanes
españoles, si lo van a hablar cientos de millones de hombres a través de todos
los mares y de todos los continentes? Porque, como decía Nebrija, la lengua
sigue al imperio y por los azares de la Historia (aunque yo no creo que el azar
presida la Historia), el castellano se ha difundido por todos los mares a todos
los continentes y cada año aumenta el número de las gentes que piensan,
sienten, sufren y aman empleando el verbo de Castilla. No puede, por lo tanto,
preocupar a ningún castellano el porvenir de nuestro idioma; el porvenir de
nuestro idioma está definitivamente asegurado en el mundo.
Algunos escritores catalanes hablan, tal vez con gozo,
de la posible dispersión de esa lengua en una serie de lenguas diferentes, a
través de todo el mundo en donde se habla nuestro idioma; yo debo decir desde
aquí, a Rovira y Virgili, que ha sostenido esta tesis, que no olvide que en
estos tiempos la Imprenta, la intercomunicación entre los hombres, la rapidez
de los viajes, la posibilidad incluso de hablar con América a través de los
mares, ha de impedir esa transformación. No olvidemos que para producir la de
la lengua latina fue necesario que pasaran muchos siglos. No nos preocupa, por
tanto, el porvenir, ni tenemos interés alguno en imponer el castellano; quiero
que esta afirmación quede terminante y precisa por boca de un hijo de Castilla.
Hay otros, castellanos, que, a la inversa, piensan que
me mueve un temor de ruptura de la unidad española. No; ni imperialismo
orgulloso ni temor pusilánime al futuro de España. La unidad española radica en
algo sustantivo; pese a algunos amigos catalanes que se sientan enfrente, hay
una unidad geográfica, racial, cultural, de temperamento y de destino, que nos
ata a perpetuidad; pese a las pesadillas de los cerebros torturados de uno y
otro bando, no corre peligro la unidad española, primero, porque sólo desean la
ruptura de esa unidad una docena de insensatos, que llaman ya traidores a las
gentes que se sientan en esos bancos (Señalando a los de la minoría catalana) y
que defienden la libertad de las regiones; después, porque si algún día la
pasión cegara de tal manera las mentes de todas las gentes que integran una
cualquiera de las regiones españolas que les llevara a un suicidio colectivo, a
pensar en una separación de España, las otras regiones no lo consentirían, y,
por último, porque si España tendiera algún día puente de plata a la region
hostil que no se comportara fraternalmente con otras, todos lo sabéis, la
región que atravesara el Rubicón de la ruptura, antes de medio siglo, o tendría
que pedir sin condiciones su reingreso en la comunidad española o seria un
montón de harapos y de ruinas.
Yo estoy absolutamente tranquilo por la unidad de
España; no creo que corra ningun peiigro; por lo tanto, no es un movimiento
imperialista ni un movimiento de temor lo que me ha llevado día tras día a
discutir con unos y con otros para asegurar el mantenimiento de la enseñanza
del castellano en Cataluña. Porque hay, Sres. Diputados, dos problemas en el
artículo que estamos discutiendo: uno, el que hace referencia a la perpetuación
del conocimiento del castellano en toda Espana; otro, que se refiere al respeto
de los derechos de las minorías o de las mayorías de habla castellana en una
región determinada. No hay paridad entre ambos; los separa un abismo. El
derecho de las minorías de habla castellana, para gentes de espíritu liberal
como nosotros, es un derecho respetable, más que respetable, es un derecho
sagrado; pero no puede haber comparación entre el respeto de este derecho
sagrado de las minorías y el interés supremo de mantener la unidad espiritual
de España, de mantener el conocimiento integral de la lengua castellana en toda
España, y a este mantenimiento del conocimiento del castellano va encaminada
precisamente mi enmienda, que todos conocéis, que trata de establecer el empleo
del castellano como instrumento de enseñanza, para que puedan las gentes que
habitan las distintas regiones conocer debidamente la lengua que es trabazón
del Estado español.
Me mueve a mantener esta enmienda, a procurar su
aprobáción, un claro deseo de mantener la unidad espiritual de España y un
férvido entusiasmo por el propio interés cultural de las regiones. La unidad
espiritual de España se mantendrá, como se mantuvo en otros tiempo, sin
imposición legal de ningún género; lo he dicho otro día desde estos bancos:
nunca hemos estado más atados por las leyes que en los últimos tiempos, y nunca
hemos estado, sin embargo, más distanciados en las voluntades y en los corazones.
Yo no siento pavor alguno ante el mañana, porque la cultura de Castilla seguirá
triunfando como hasta ahora, y más que hasta ahora, cuando no represente una
imposición para Cataluña, cuando represente sencilla y únicamente la cultura
del Estado dentro del cual se mueve; la cultura de corte universal a la que
está unida por una tradición secular.
Pero aun más interés tiene para las regiones que para
nosotros el mantenimiento del conocimiento del castellano en ellas, porque la
Historia ha dejado reducidas las hablas de Vasconia y de Cataluña, por ejemplo,
a un rincón de los Pirineos la una; a un rincón de la costa mediterránea la
otra. Para moveros en España y en el mundo, hermanos de Cataluña y Vasconia,
necesitáis una segunda lengua; esa segunda lengua, desde que Cataluña se unió a
Aragón, hace siete siglos, y en Galicia y Vasconia, desde que el castellano se
formó en las montañas de Bureba, ha sido siempre la lengua castellana. La
hermandad, la facilidad de aprendizaje, hace que no sea para vosotros
dificultad ninguna su conocimiento; además es la lengua de todo el Estado
español y, sobre todo, de esa comunidad hispanoamericana, formada por 80
millones de hombres (cuyo número puede doblarse y triplicarse a medida que
ascienden en su curva de desenvolvimiento los Estados hermanos de América),
dentro de cuyo imperio cultural tenemos por fuerza que movernos, si no queremos
perecer en el choque futuro de las constelaciones de Estados; porque es notorio
que la Humanidad marcha hacia organizaciones superestatales que descansen en
unidades distintas de la nación, y naturalmente, una de esas constelaciones ha
de ser la constituída por los pueblos hispanoamericanos. Dentro de ese radio de
acción hemos de vivir si no queremos perecer todos, y en estos momentos en que
los espíritus adivinos del mañana ven con claridad que el mundo futuro ha de
repartirse entre los pueblos de habla eslava, entre los pueblos de habla
inglesa y entre los pueblos de habla castellana, son cientos de miles las
gentes que en Germania, en Eslavia, en Inglaterra, en Francia y en América
buscan el instrumento de la lengua castellana, pensando en ese inmenso porvenir
reservado a nuestra raza. ¿Puede haber una sola región tan suicida que,
teniendo en su mano el instrumento maravilloso del idioma castellano, que ha de
permitirle moverse dentro de ese ámbito general de la cultura hispanoamericana,
lo abandone? Por eso los catalanes han aceptado mi enmienda y la han firmado
conmigo, convencidos de que era necesario para ellos, como para todos, no abandonar
ese arma, de universal alcance, para las luchas futuras del mañana. Y aceptada
por ellos la convicción de que era necesario el conocimiento de la lengua
castellana, la fórmula de que se utilizara como instrumento de enseñanza era
una consecuencia natural de las normas pedagógicas modernas. Es notorio,
señores Diputados, que en todas partes surgen hoy instituciones que procuran
facilitar el conocimiento de las lenguas utilizándolas como instrumento de
enseñanza; este es el régimen, por ejemplo, que se recomienda en la Sociedad de
las Naciones, el que se emplea en instituciones de Ginebra, el que se emplea
hoy también en instituciones españolas, como el Colegio Pluriling|e; este el
método que al fin y al cabo ha de imponerse en todas partes, el método que
científicamente ha de emplearse mañana para aprender aquellos idiomas que
quieran ser perfectamente conocidos y hablados por las gentes de verbo
diferente.
El problema del mantenimiento del castellano en
España, en todas las regiones que forman la trinidad de las que no usan la
lengua castellana como suya, está, pues, garantido con la enmienda que un grupo
numeroso de Diputados de distintos sectores de esta Cámara hemos sometido a
deliberación.
Queda el problema de las minorías, señores Diputados;
queda un problema tal vez leve hoy, pero grave por sus posibles consecuencias.
Piense la Cámera que vamos a jugar con fuego. No hay en el articulo una sola
sombra que limite el derecho de esas minorías a recibir la enseñanza en la
lengua nacional. Está garantido en el artículo 47 (El Sr. Maura pide la
palabra), porque nosotros estableceremos en la futura ley de Instrucción
pública cuáles han de ser las formas y sistemas de enseñanza en todas partes;
está garantido en este propio artículo 48, en la frase que dice: «Se concederá
a las regiones el derecho a establecer la enseñanza conforme a lo que
determinen sus Estatutos.» En esos Estatutos, en el catalán, por ejemplo, viene
ya el reconocimiento de las minorías a recibir la enseñanza en castellano en la
Escuela y en el Liceo, y de ahí lo llevaremos también a las Universidades, y lo
llevaremos, porque para eso estamos nosotros aquí, y porque además yo me fío
por completo de la lealtad de esos hombres que saben perfectamente que la única
garantía para la aprobación de su Estatuto es nuestro espíritu liberal. Siendo
nosotros los más, y a pesar de los movimientos pasionales que algunas palabras,
algún gesto de ciertos catalanes habían levantado en nosotros, hemos convenido
aquí en el reconocimiento de su autonomía. Ellos, en nombre de la libertad, nos
piden el reconocimiento de su derecho al libre establecimiento de sus leyes,
pero no nos podrán pedir en nombre de esa libertad el establecimiento de una
tiranía para las minorías. Yo estoy seguro de que ellos han de venir aquí
aceptando en sus Estatutos la misma libertad que nosotros hemos votado y vamos
a votar. Pero si, por el contrario, alguna región no lo trajera así establecido
en su Estatuto -siempre estaría en nuestras manos el aprobarlo o no-, esa
garantía para la minoría castellana siempre queda asegurada por el derecho del
Estado a establecer en esas regiones aquellos Centros de enseñanza que juzgase
necesarios para salvaguardar la unidad espiritual española y el derecho de las
minorías ling|ísticas.
Yo no dudo, señores Diputados, de que estas
consideraciones que sugiere el examen atento y minucioso de los artículos que
discutimos, llevarán al ánimo de la Cámara el convencimiento de que no tiene
nada que temer tampoco el derecho, he dicho antes que sagrado, de todos los
españoles a recibir la enseñanza en la lengua materna y en la lengua oficial de
la República. Queda la Cámara como garantía última para la aprobación o
denegación de los Estatutos en que se niegue aquella libertad a la que nosotros
asentimos. Y esto sentado, que piense la Cámara, que medite la Cámara en lo que
va a votar. Vosotros, amigos radicales, que habéis sido el partido histórico de
la revolución, y vosotros, amigos socialistas, que sois firme esperanza del
mañana para la República, tened en cuenta que mientras dejemos pendiente un
solo hijo que pueda parecer coacción, sombra de menoscabo en el empleo de las
lenguas regionales, habrán sido inútiles todos nuestros esfuerzos, habrá sido
inútil nuestra revolución. La República seguirá viviendo en situación
inestable, como vivía la Monarquía, arrastrando tras sí el peso de los
movimientos regionales, que dificultarán, no la vida de la República, que esta
asegurada (porque, pasara lo que pasara en esta Cámara, en Cataluña no podría
ocurrir nada contra la República), pero sí la emoción cordial de las regiones
frente a esta República que nosotros hemos traído y que queremos afirmar para
bien de España.
Sólo mediante la concesión de las máximas libertades y
mediante los máximos respetos a las hablas regionales podremos encontrarnos
todos a gusto dentro de este Estado que estamos edificando todos juntos.
Porque, señores Diputados de habla castellana, de la misma manera que nosotros
amamos nuestra lengua, que ha sido la lengua de nuestros padres, que lo es de
nuestras mujeres y de nuestros hijos, en la cual hemos vertido nuestros
pensamientos, los frutos de nuestras vigilias, con la misma emoción aman
también la suya nuestros hermanos de Vasconia, de Galicia y de Cataluña; y si
nosotros pondríamos todo nuestro esfuerzo si amenazara la más leve sombra de
coacción a nuestra lengua, si nosotros lucharíamos sin freno y sin tregua para
obtener la libertad de la lengua castellana, tenemos también la obligación de
asentir con el mismo entusiasmo a la lucha sin freno y sin tregua por el
mantenimiento y por el reconocimiento de sus idiomas de las otras regiones
hermanas de Castilla.
El Sr. Presidente: Advierto al Sr. Sánchez Albornoz
que ha pasado ya el tiempo reglamentario.
El Sr. Sánchez Albornoz: Termino en este momento
dirigiéndome también a los Diputados de Cataluña para decirles: yo preferiría
que votaseis y que asintieseis a esta fórmula, pensando como pensaba el gran
poeta Mistral cuando decía: «J'aime mon village plus que tout vilage, j4aime ma
Provence plus que ta province, j'aime la France plus que tout.»
Preferiría, señores Diputados catalanes, que votaseis
esta enmienda, amando sobre todo a España, como Mistral amaba a Francia; pero
tened en cuenta, por lo menos, este gesto cordial de Castilla y no os
apresuréis a doblar, como lo ha hecho recientemente «Gaziel», por la muerte de
España, porque aún no ha llegado el momento de entonar cantos funerarios por la
España única, que hizo Castilla en fraternal alianza con las otras regiones;
aun no pueden cantar gallos en esa aurora, porque España existirá mientras
exista el mundo. (Aplausos.)
El Sr. Presidente: La Comisión tiene la palabra.
El Sr. Jiménez de Asúa: La Comisión acepta la
enmienda.
El Sr. Presidente: El Sr. Maura tenía pedida la
palabra, pero puesto que la Comisión ha aceptado la emnienda, si lo estima
oportuno, le reservaré la palabra para cuando se discuta inmediatamente una
enmienda presentada por el Sr. Unamuno, y entonces, cuando llegue el momento de
la votación, tendré mucho gusto en conceder al Sr. Maura la palabra para
explicar el voto.
El Sr. Maura: Pero ¿no se va a votar esta enmienda?
El Sr. Presidente: No, porque queda incorporada al
dictamen. Yo supongo que, después de las manifestaciones de la Comisión, la
Cámara no tendrá inconveniente en tomar en consideración esta enmienda. La
Presidencia entiende que, admitida por la Comisión, queda sin más incorporada
al dictamen y que la Cámara se pronunciará en relación con las otras enmiendas.
El Sr. Alba: Pido la palabra.
El Sr. Presidente: La tiene S. S.
El Sr. Alba: Por encima de la voluntad de la Comisión,
señor Presidente y señores Diputados, está la voluntad de la Cámara, y ésta
podrá hacer uso de su derecho de admitir o no esa enmienda.
El Sr. Presidente: Efectivamente, por encima de la
voluntad de la Comisión está la de la Cámara. Pero la admisión de esa enmienda
no quiere decir sino que, si no se admiten otras, va a ser sometida a una
votación definitiva como artículo, como ponencia del artículo, y entonces es
cuando se manifiesta la voluntad de la Cámara.
Hay otra enmienda del Sr. Unamuno. (Véase el Apéndice
3.: al Diario número 60.)
El Sr. Unamuno: Pido la palabra.
El Sr. Presidente: La tiene S.S.
El Sr. Unamuno: La enmienda dice asi:
«A LAS CORTES CONSTITUYENTES
Los Diputados que suscriben tienen el honor de
proponer la siguiente enmienda al dictamen de la Comisión de Constitución, en
el art. 48:
«Art. 48. Es obligatorio el estudio de la Lengua
castellana, que deberá emplearse como instrumento de enseñanza en todos los
Centros de España.
Las regiones autónomas podrán, sin embargo, organizar
enseñanzas en sus Lenguas respectivas. Pero en este caso el Estado mantendrá
también en dichas regiones las Instituciones de enseñanza de todos los grados
en el idioma oficial de la República.
»Palacio de las Cortes a 21 de octubre de 1931.-
Miguel de Unamuno.- Miguel Maura. - Roberto Novoa Santos.- Fernando Rey.-
Emilio González.- Felipe Sánchez Roman.- Antonio Sacristán.»
Y ahora Sres. Diputados, debo confesar que me levanto
en muy especial estado de ánimo, no muy placentero ciertamente. Apenas
convaleciente de un cierto arrechucho, no sólo físico, sino también psíquico,
vengo con el ánimo profundamente entristecido y contristado y no sé si podré
poner la debida sordina a mis palabras y contenerme en los límites también
debidos, porque no tengo costumbres ninguna de ese forcejeo de partidos
políticos ni de cambalaches ni de transacciones. Afortunadamente para mí, y
acaso más afortunadamente para vosotros, no pertenezco o no formo parte de
ninguno de esos partidos, mejor o peor cimentados, y en los que se resuelven
las cosas bajo normas de disciplina; pero hay por debajo de esos partidos
políticos una especie de -no le llamaremos partido- agrupaciones, que podían
denominarse profesionales. En esta Cámara hay médicos, en esta Cámara hay
abogados, en esta Cámara hay ingenieros, hay también hombres de oficios
manuales, y en esta Cámara, señores, hay demasiados catedráticos (Murmullos);
probablemente somos demasiados entre maestros y catedráticos. Yo, que sé lo que
he sufrido bajo el pliegue profesional, quisiera hoy, cuando se trata de la
enseñanza, poder libertarme de él, poder libertarme de ese triste pliegue que
no nos deja ver las cosas con bastante claridad. Dondequiera que el Ejército ha
abusado, se ha formado un partido antimilitarista; donde el Clero ha abusado,
se ha formado un partido anticlerical. Nuestros hijos, nuestros nietos,
conocerán en España un Partido antipedagogista, porque yo temo mucho a la
pedantería de los que nos arrogamos el sacerdocio de la cultura. (Muy bien, mny
bien.) Esto es algo muy peligroso; mas ahora que oigo hablar continuamente de
cultura (ya es una palabra que me duele en los oídos del corazón), y aquí,
cuando parece que se trata de apoderarse, por la enseñanza del niño, de formar
su alma, hay veces que, tristemente, creo que de lo que se trata es de dejar
tranquilos a los maestros y a los profesores; es un funcionarismo. No sé por
qué en esta Constitución de papel que estamos haciendo no se ha puesto un
artículo que diga: «Todo español será funcionario público»; y en muchos casos
esto quiere decir que todo español será pordiosero. Esta es la verdad
verdadera.
Digo esto, porque precisamente en estos días, cuando
estaba apasionando aquí y fuera de aqui -en Cataluña, en Vasconia, en Galicia y
en las demás partes de España- este problema de la enseñanza del idioma, he
recibido cartas y telegramas de padres de familia, de muchachos algunas, de una
amargura extrema, que me recordaban a aquellos pobres españoles que fueron a
Cuba en un tiempo, casaron allí, formaron allí su familia y se vieron luego
despreciados por sus hijos. He recibido cartas de una enorme amargura; pero la
mayor parte de los telegramas han sido de funcionarios, de maestros, que lo que
querían es que no se les quitara una colocación. Y es que en el fondo, más que
de otra cosa, se trata de eso: de si ciertos funcionados podrán seguir
funcionando en unos sitios con libertad o no podrán seguir funcionando. No es
más que eso; muchas veces es una cuestión de competencia profesional.
Pero, viniendo al fondo de la cuestión, no es, acaso,
lo de la lengua, con serlo tanto, lo más grave. La lengua, en muchos casos -y
lo decía muy bien el Sr. De Francisco-, en mi tierra nativa se toma como un
instrumento de nacionalismo regional y de algo peor, y es alli, además, una
lengua que no existe, que se está inventando ahora y que rechaza todo el mundo,
porque el genuino aldeano, si se le pregunta a solas, dice: 'A mí no me importa
eso; lo que yo quiero es aquello que me pueda elevar el espíritu y que me pueda
hacer entender de la mayor parte de las gentes.» Pero lo que se trataba con la
lengua es de establecer lo que la Biblia llama un «schibolet» para distinguir a
unos de otros y que pasara el que pronunciara una cosa bien y no pasara el que
pronunciara otra mal. Yo he visto cosas, como decir que para poder aspirar a
ser secretario de un Ayuntamiento era menester conocer el vascuence en un
pueblo donde el vascuence no se habla.
Quiero abreviar, porque ya digo que no estoy en ánimo
muy propicio. Se ha venido aquí hablando continuamente de cultura (oímos esta
palabra allá en los principios de la guerra mundial): cultura con c de la
pequeña, latina, o con k alemana, con cuatro puntas como un cabaIlo de Frisia;
pero hay otra cosa que parece más modesta que la cultura y que, sin embargo, a
mí me preocupa mucho más, que es la civilización: la cosa civil. Pablo de
Tarso, el apóstol de los gentiles, cuando se dirigía a sus paisanos, a los
hebreos, les hablaba en hebreo -lo cuenta el libro de «Los hechos de los
Apóstoles»-, pero dictaba su cristianismo en lengua griega, que era la lengua
ecuménica del Imperio romano; cuando se presentaba ante el pretor, contestaba:
«Soy ciudadano romano.» La civilización es de ciudadanía y es romana y lo de la
civilización es siempre imperial.
Aquí se hablaba el otro día de minorías étnicas. ¿Qué
es eso de minorias étnicas? ¿Dónde están las minorías étnicas? ¿Minorías en qué
sentido? ¿Contada toda España o contada una sola región? Yo me acuerdo que,
hace años, un alcalde de Barcelona se dirigió al entonces rey D. Alfonso XII,
en nombre, decía, de los naturales de Barcelona. Yo me creí obligado a
protestar. Un alcalde de Barcelona no puede dirigirse en nombre de los
naturales, sino de los vecinos, sean naturales o no, ni se puede establecer una
diferencia entre vecinos y naturales. No hay, ni puede haber, dos ciudadanías.
Este es el punto de la civilización. Yo no sé cuántos
son los que constituyen esa llamada minoría étnica; por ejemplo, en Barcelona
no sé si son el 10, el 20, el 30 ó el 40 por 100. Lo que me parece bochornoso
es que se les vaya a proteger como a una minoría. ¡ A proteger! El Estado no
debe pasar por eso; a que le protejan otros y a que se les dé como una
asignatura el castellano; como un instrumento, no; como una asignatura, no.
Esto hace que se forme ese triste caso de lo que llaman el meteco, el hombre
que está continuamente sufriendo. ¿Que por qué no se asimila? ¡Ah! Eso habría
que verlo muy despacio y con mucha calma.
Pero dejando estas consideraciones, porque si me
dejase llevar de ellas llegaría a cosas muy amargas, vengo al texto concreto.
«Es obligatorio el estudio de la lengua castellana, que deberá emplearse como
instrumento de enseñanza en todos los Centros docentes de España.» Yo hubiera
preferido que se dijera: «es obligatorio enseñar en castellano. Las regiones
autónomas podrán, sin embargo, organizar enseñanzas en sus lenguas respectivas
(naturalmente, los comunistas podrán organizarlas en esperanto o en ruso); pero
en este caso, el Estado mantendrá también en dichas regiones las instituciones
de enseñanza de todos los grados en el idioma oficial de la nación.» En este
caso, y en cualquier caso, «mantendrá». La cosa está bien clara; no tiene más
que seguir manteniendo.
Hoy hay en Barcelona una Universidad de España, y este
es el punto fuerte; Universidad de que no puede ni debe desprenderse el Estado
español en absoluto; que no debe caer bajo el control de ningún otro Poder que
el del Estado español, ni compartirlo. Porque aquí, de lo que se trata en el
fondo es de apoderarse de esa Universidad. ¡Cuidado!, que yo temo más aún que a
la autonomía regional a la autonomía universitaria. Llevo cuarenta años de
profesor, sé lo que serían la mayor parte de nuestras Universidades si se
dejara una plena autonomía y cómo se convertirían en cotos cerrados para cerrar
el paso a los forasteros. Alguien me decía: ¿Es que se va a sostener allí una
Universidad con el dinero de Cataluña? No, con el dinero de toda España,
naturalmente, incluso Cataluña; como se mantienen las Universidades del resto
de España, y con el dinero de Cataluña.
Además, yo que no entiendo mucho, ni quiero entender,
de ciertas distinciones jurídicas, veo que hay una cosa, que nunca comprendo
bien, cuando se habla de catalanes y no catalanes. Para mí todo ciudadano
español radicado en Cataluña, donde trabaja, donde vive, donde cría su familia,
es no sólo ciudadano español, sino ciudadano catalán, tan catalanes como los
otros. No hay dos ciudadanías, no puede haber dos ciudadanías.
Por lo demás, y quiero abreviar, por encima de esta
Constitución de papel está la realidad tajante y sangrante. Se quiere evitar
con esto cierta guerra civil (claro; no una guerra civil cruenta a tiros y
palos, no): me parece que va a ser muy difícil, y además no lo deploro. Me he
críado, desde muy niño, en medio de una guerra civil y no estoy muy lejano de
aquello que decía el viejo Romero Alpuente de que la guerra civil es un don del
cielo. Hay ciertas guerra civiles que son las que hacen la verdadera unidad de
los pueblos. Antes de ella, una unidad ficticia; después es cuando viene la unidad
verdadera. Y ¿qué más da que hagamos la guerra civil? Cualquier cosa que
hagamos estará siempre en revisión; la revisión es una cosa continua; los
períodos constituyentes no acaban nunca; es una locura creer que porque
pongamos una cosa en el papel, va a quedar ya hecha. Además, ¡hay tantas cosas
que no quieren decir nada, que no tienen eficacia ninguna!
Y como alguien más podrá manifestar algo (puede ser
que yo tenga ocasión de añadir algo también), digo que no veo peligro, como se
me ha dicho, en tomar ciertas actitudes. Me han dicho que hay peligros para la
República. No sé; no veo que los haya. Parece la República muy timorata; cree
que es hasta un acto de agresión hacer la apología del régimen monárquico. A mí
me parece esto una inocentada; pero, en fin, yo no veo esos peligros y, en
último caso, si los viera, creo que hay que atajarlos; mas, también, como he
dicho muchas veces, creo que aquí hay algo por encima de la República.
(Aplausos.)
El Sr. Ruiz Funes (de la Comisión): Pido la palabra.
El Sr. Presidente: La tiene S.S.
El Sr. Ruiz Funes: La Comisión ha aceptado la enmienda
del señor Sánchez Albornoz, por mayoría de votos, porque entiende que en esa
enmienda resultan coincidentes la mayor parte de los criterios de los grupos o
sectores de la Cámara, en su deseo de resolver este problema con el máximo de
acierto posible.
Aceptada la enmienda del Sr. Sánchez Albornoz, la
Comisión hace, por mi boca, la declaración dolorosísima, porque le consta al
maestro Unamuno que todos y cada uno de los miembros de la Comisión tienen para
el ilustre profesor una veneración especial, de que no puede admitir su
enmienda por haber sido aceptada ya la del Sr. Sánchez Albornoz, que no
coincide exactamente con la del Sr. Unamuno, aunque sí tiene con ella algún punto
de contacto.
El Sr. Presidente: Antes de proceder a la votación, si
el Sr. Maura desea usar de la palabra, puede hacerlo.
El Sr. Maura: Porque atribuyo a lo que ahora se está
discutiendo la máxima importancia, dentro del tema constitucional, me levanto,
no sólo a explicar el voto, aunque sea ese el trámite reglamentario, sino a
hacer un llamamiento a la conciencia de la Cámara y a pedir, si ello es
posible, que se definan, de una vez, las actitudes de cada cual en este
problema de la enseñanza de Cataluña. (Muy bien.)
Y vamos a colocar el problema en su verdadero lugar,
porque yo, Sr. Sánchez Albornoz, teniendo por S.S. el máximo respeto, he de
decirle que toda la disertación de S.S. en esta tarde ha flotado en el vacío.
Porque el problema no es ése; no es el problema de la Lengua; es un problema
mucho más vivo. (El Sr. Sánchez Albornoz
pide la palabra) Luego la pedirá S.S. con más razón, después de que oiga todos
mis razonamientos. (Risas y rumores.)
El problema es éste: frente a las regiones autónomas,
¿cuál va a ser la actitud del Estado en materia de enseñanza? Pues hay tres
posturas: una, la inhibición total; otra, la de hacer compatible la enseñana
del Estado con la enseñanza de las regiones en unos mismos Institutos y
Universidades, y otra, la de que el Estado diga a las regiones autónomas: «Yo
estoy donde estoy y no me voy, porque cumplo una obligación elemental (Muy
bien), y tú, región autónoma, si quieres montar tu Universidad, te autorizo a
ello y te doy la facultad para que colaciones los grados; pero yo no me voy.»
(Muy bien.) Esta es la postura que este Diputado considera más adecuada. Pero
eso, Sr. Sánchez. Albornoz, con carácter obligatorio. ¿Por qué? Pues la razón
es clara: porque el Estado que deserte de esa misión fundamental, fundamentalísima,
que supone nada menos que formar las conciencias de las generaciones en los
Institutos y en las Universidades, entrega a estos señores, o a quien sea, el
porvenir entero de una región, del alma de una region, que es mucho más que el
de la economía y que el de todas las esencias de la vida de la región. Y un
Estado que hace eso se suicida. (Muy bien.) Y yo digo que el Estado español y
las Cortes Constituyentes españolas, al votar hoy la enmienda con el «podrá»,
lo que harán será facultar, a través de cubileteos y de enredos, como los que
estamos presenciando a diario... (Aplausos que impiden oir el final del
párrafo.) Esta minoría (señalando a la de izquierda catalana) arranca al
Gobierno el desistimiento de la enseñanza allí y hace que no pueda volver jamás
el Estado a establecer, con pleno derecho, la enseñanza en Cataluña. Tiene una
gravedad inmensa lo que se está discutiendo hoy.
Pero, además, Sres. Diputados, en la enmienda nuestra,
en la propuesta nuestra, ¿dónde está el agravio para Cataluña? ¿Qué queréis?
¿La autonomía? La tenéis absoluta. Cread otras Universidades, dadles la
colación de grados. ¿En qué os daña, en qué os perjudica que el Estado esté
allí presente, cuidando de la enseñanza, de la cultura castellanas, que tiene
la obligación de defender? ¿En qué os perjudica eso? Hablad sinceramente. ¿Hay
algo que os perjudique en eso? ¡Ah! Pues si hay algo, lo que quiere decir es
que pretendéis imponer en la Universidad vuestra el espíritu vuestro, con
exclusión del espíritu castellano, a las generaciones de Cataluña. Y frente a
eso estaremos todos como un sólo hombre. Pero, además, señores, tenemos la
experiencia. ¿Pero es que no ha habido en Barcelona un Instituto de Estudios
catalanes? ¿No ha funcionado ese Instituto durante años? ¿Y qué ha salido de
ese Instituto? (Un Sr. Diputado pronuncia palabras que no se perciben.) Muchas
obras en castellano, ya lo sé; pero allí se ha forjado toda esa pléyade de
separatistas que son hoy la flor y nata de la juventud separatista de Cataluña.
Está bien; que sigan haciéndolo si quieren; pero el
castellano que vive en Cataluña, ¿No tiene derecho a que el Estado cumpla con
su obligación de darle el asilo intelectual y de fórmarle su espíritu en
castellano con la Ciencia castellana? (Un Sr. Diputado: Y la catalana.) Y la
catalana para los catalanes. (Rumores.) Se decía ayer: es que nosotros
enseñaremos también la cultura castellana ¡Pues no faltaba más que se negaran a
enseñar la cultura castelllana! Y si no enseñaban eso, ¿qué iban a enseñar?
(Risas y rumores.) ¡Ya lo creo! Pero hay muchos modos de enseñar una cultura.
La cultura castellana no consiste sólo en enseñar la historia de la literatura
o la historia patria, no; hay muchos modos de imbuir en el espíritu de las
gentes, de los muchachos, de los alumnos, el fondo de la cultura. Y eso es lo
que yo temo, y por eso es por lo que el Estado no puede ni debe pasar.
Y ahora, para ser breve, vamos a aclarar la situación
parlamentaria. Señor Guerra del Río y señores de la minoría radical: ¿Qué ha
pasado de ayer a hoy para que, levantándose S.S. cuando se discutía el voto del
Sr. Iglesias, dijese que no lo votaban porque había una enmienda socialista que
iban a votar SS.SS. por estar con ella conformes? (El señor Guerra del Río pide
la palabra.) Que venga el Diario de Sesiones de ayer, a ver si no digo cosa
cierta. (Rumores.-El Sr. Guerra del Río: Pregunte S.S. a la minoría socialista
por qué no votó ayer la enmienda de la minoría radical -Nuevos rumores y
algunas protestas en la minoría socialista.-El Sr. De Francisco: La minoría
socialista ha explicado su actitud a la faz de todo el mundo. -Nuevos y
prolongados rumores.)
Lo que yo deseo, no es causar una perturbación
política; lo que yo deseo es ver si en este problema, de una gravedad tal que
lo considero el más grave de todos dentro del problema constitucional, hay modo
de aclarar actitudes y de que no prevalezcan aquí conciliábulos de fuera. Lo
menos a que tenemos derecho los Diputados y el país es a saber dónde está cada
cual en un problema de esta naturaleza. (Muy bien, muy bien. El Sr. Ortega y
Gasset (D. Eduardo) pronuncia palabras que no se perciben.) ¿Qué dice S.S.? (El
Sr. Ortega y Gasset (D. Eduardo): Que el diablo, harto de pasteles, se metió a
fraile.) ¿Por quién dice eso S.S.? (El Sr. Ortga y Gasset (D. Eduardo): Por los
muchos pasteles que ha hecho S.S. Rumores.) ¿Yo? ¿Con quién? ¿No será con S.S.?
(Risas y aplausos.)
Yo lo que digo es que en la tarde de ayer la minoría
radical, por boca del Sr. Guerra del Río, manifestó que estaba en esencia
conforme con el espíritu de la enmienda del Sr. Iglesias. (Rumores.- El Sr.
Guerra del Río: Fué al revés.) Y que, salvando la parte personal que el señor
Iglesias había puesto en su discurso, no votaba con él porque al día siguiente
se iba a votar la enmienda de los socialistas. (Denegaciones en las minorías
radical y socialista.) ¿No es eso? (El Sr. Guerra del Río: Todo lo contrario.)
Bien.
Señores radicales: ¿Podéis decir...? (El Sr. Guerra
del Río: Interrogatorios, no. Ya contestaremos; pero aquí no admitimos
interrogatorios. Grandes rumores.) Tienen SS.SS. que escucharme. (El Sr. Guerra
del Rio: No admitimos ese tono, ni a S.S. ni a nadie; eso al Sr. Pildain,
cuando estaba aquí; a nosotros, no. -Nuevos rumores y protestas.)
Si eso no es así, quedará claro que planteado el
pleito en esa forma, que es la única en que se puede plantear, porque ese es el
fondo del pleito, votarán en contra de la enmienda del Sr. Unamuno todos los
que piensen que es indiferente para el Estado tener o no tener su enseñanza
propia en Cataluña. (Rumores y protestas. El Sr. Presidente del Gobierno: Eso
es un sofisma, Sr. Maura. Pido la palabra. -Grandes rumores.)
Señor Presidente del Consejo, quiero anticiparme a la
observación o a la réplica que S.S. ha de hacerme. Seguramente me va a decir
que, desde el momento en que en el precepto constitucional se dice que el
Estado «podrá tener», es facultad del Estado, en todo instante, tener o no la
enseñanza allí, los organismos allí y, por consiguiente, que el Estado, cuando
lo considere preciso, asistirá a la enseñanza en Cataluña y en las demás
regiones estableciendo sus organos de enseñanza. Pues bien; yo a eso contesto,
por anticipado, a S.S. con este sencillo argumento: el Estado hoy está
emplazado en Cataluña, su enseñanza instalada. Y el problema que se plantea es
éste, que cuando haya un Gobierno lo suficientemente débil y para que la
presión de los señores catalanes sea bastante eficaz a fin de que el Estado les
ceda las Universidades allí existentes, a partir de ese momento el Estado
tendrá necesidad de entrar por la fuerza, ¡por la fuerza!, y volver a instalar
allí la Universidad. Y quien no conozca eso, no conoce la realidad. (El señor
Presidente del Gobierno: ¡Con la Guardia civil!) Ni con la Guardia civil.
(Grandes rumores. -Muchos Sres. Diputados pronuncian palabras que no se
perciben.) Si yo no pretendo convencer a nadie. Me he levantado a salvar mi responsabilidad,
y lo he hecho. (El Sr. Hurtado pronuncia palabras que tampoco se perciben.)
Aguarde S.S. Repito que me he levantado a salvar mi responsabilidad y decir
que, si se vota y subsiste eso, la inmediata, después de votada la Constitución
y arrancado eso con el Estatuto, será que la actual Universidad española en
Barcelona pasará a manos de los catalanes; y esa responsabilidad, hoy, en el
Diario de Sesiones, quiero dejarla a salvo, concretamente, para ahora y para lo
sucesivo. Lo demás no es de mi incumbencia; es de la vuestra, señores de los
partidos. (El Sr. Pittaluga: Pido la palabra para una aclaracion de voto.)
El Sr. Presidente del Gobierno (Azaña): Pido la
palabra.
El Sr. Presidente: La tiene S.S.
El Sr. Presidente del Gobierno: Tenía la intención de
no intervenir en esta discusión, no ciertamente porque fuera mi propósito
escudarme en un prudente silencio para eludir una declaración de actitud o de
pensamiento político en la materia, como parece que suponía el señor Maura
cuando requería a todos, en general, a una definición clara de actitudes. No.
No pensaba intervenir, en primer término, porque mi posición en este problema
es conocidísima, notoria y antigua; segundo, porque la enmienda que se discute
va encabezada por mi correligionario el Sr. Sánchez Albornoz y está aceptada
por todo el partido de Acción Republicana, y, tercero, porque, ocupando yo este
puesto, la más elemental prudencia me aconsejaba mantenerme un poco apartado
del debate, a fin de que no pareciese que yo trataba de ejercer alguna presión
o coacción sobre los correligionarios que contienden en este asunto. Pero la
actitud del Sr. Maura me obliga, bien a mi pesar, a decir cuatro palabras que
pongan la cuestión en sus verdaderos términos.
El Sr. Maura está satisfecho, seguramente, de lo que
acaba de hacer. El Sr. Maura ha levantado una bandera, y es natural. El Sr.
Maura acaba de salir del Gobierno, tiene plena libertad para sus movimientos
políticos, es un fogoso temperamento de propagandista y necesita inmediatamente
-yo lo comprendo- una plataforma sobre la cual luchar. (Grandes y prolongado
rumores. -El Sr. Maura hace gestos negativos y, como otros Sres. Diputados,
pronuncia palabras que no se perciben.) Yo le digo al Sr. Maura que, no
obstante ser libre cada cual en la elección de los términos políticos en que se
plantean las cuestiones del gobierno de España, me parece un error que un
hombre de la autoridad de S.S. haya tomado parte en esta cuestión en nombre del
españolismo. (El Sr. Manra hace signos de extraneza.) Lo acaba de decir S.S...
(El Sr. Maura: No.) Ha empleado S.S. estas palabras... (El Sr. Maura: ¿Me
perdona S.S.?) en nombre del españolismo. Y yo digo; Sr. Maura, que el error
más grave, si no se trátara de S.S. diría que la pifia más grave (Rumores), que
se puede cometer en esta materia, es contraponer el criterio de S.S., en nombre
del españolismo, al criterió de los Diputados catalanes o de los partidarios de
las autonomías o de los demás partidos políticos que tienen un criterio opuesto
a S.S., pero que no dejan de ser españoles ni españolistas por ser autonomistas
y catalanes. (Muy bien.)
Este es el error fundamental. Su señoría es muy dueño
de apreciar la situación como le plazca, pero ni S.S ni nadie tiene derecho a
decir que es más españolista que los demás si éstos no compartén el criterio
que su señoría acaba de defender.
Es demasiado seria la cuestión, Sres. Diputados, para
llevarla a términos de pasión y de efecto político parlamentario inmediato.
¿Quién da al Sr. Maura el derecho a decir que los que
voten en un determinado sentido son indiferentes a que el Estado mantenga o no
en Cataluña la enseñanza? Pero ¿de cuándo acá tiene S.S el derecho de
interpretar por anticipado el voto de los partidos? (El Sr. Maura: El texto de
la ley.) El texto de la ley no es el que ha dado S.S. Su señoría ha dicho que
el que vote en contra de la enmienda que acaba de defender el Sr. Unamuno
significa que le es indiferente que el Estado tenga o no a su cargo la
enseñanza en Cataluña, y éste es un derecho que S.S. se toma, pero que nadie le
ha concedido. (Rumores.)
Lo que tengo que decir a las Cortes, y lo digo como
hombre de partido y como Diputado que va a votar en favor de la enmienda, hoy
dictamen, a causa de haber sido aceptada por la Comisión, es esto: nosotros hemos
hecho una revolución, o la ha hecho quien fuere; hemos traído la República, o
la ha traído quien fuere, y una de las cosas que tiene que hacer la República
es resolver el problema de Cataluña, y si no lo resolvemos, la República habrá
fracasado, aunque viva cien años (Rumores), y la única manera de resolver el
problema de Cataluña es resolverlo en sentido liberal, haciendo honor a las
propagandas, a las promesas y a los programas de los partidos, publicados en
todas partes y suscritos, en lo que se refiere al problema de Cataluña, por el
propio Sr. Maura. (Muy bien en la minoría de izquierda catalana y en algún otro
banco.) Y en todo el problema catalán no hay nada más sensible, nada más
doloroso, nada más irritante, a veces, que la cuestión de las Lenguas.
¿Cómo es posible, Sr. Maura, que nosotros, en esta
situación, al dicutirse la Constitución, vayamos a adoptar un texto
constitucional que haga imposible el día de mañana la votación libre del
Estatuto de Cataluña, o del de otra región cualquiera, prejuzgando una cuestión
que debe resolverse en su esencia al votarse esos Estatutos y no la
Constitución? ¿ Qué hemos hecho nosotros en estas Cortes cada vez que el texto
constitucional ha rozado de cerca o de lejos el problema de las autonomías,
sino adoptar un texto constitucional que no prejuzgue la cuestión, que deje
íntegramente su resolución al porvenir, con el fin de que al llegar la
discusión de los Estatutos catalán, vasco o gallego, las Cortes, con plena
soberanía, con plena autoridad, puedan aprobarlos o rechazarlos en todo o en
parte? Lo que no se puede hacer desde ahora es cerrar los caminos, disgustando
a los que hemos venido aquí con el mejor deseo de dar a este problema una
solución armónica y constitucional que permita vivir a Cataluña en paz con toda
España.
Este es mi criterio y ésta estimo que es la verdadera
cuestión, señores Diputados; de ninguna manera creo procedente lanzarse a fondo
sobre el problema de si el Estado debe tener estas o las otras atribuciones
respecto a la enseñanza en Cataluña, en Vasconia o en Galicia. ¿Que es este el
problema parlamentario actual, Sr. Maura? No; el problema parlamentario actual
consiste en votar un texto constitucional que, reservando íntegramente todas
las facultades del Estado en el porvenir, reserve también todas las
posibilidades del Estado para cuando las Cortes lo quieran votar.
No es otro el problema y tomarlo en otro sentido,
aunque la contraposición sea leal, sincera y noble, es muy mal sistema, Sr.
Maura, y puede llevarnos a situaciones inextricables que, desde este sitio
aconsejaría a su señoría que no las provocase.
Por lo tanto, Sres. Diputados, yo no voy a hacer una
defensa de la enmienda del Sr. Sánchez Albornoz, aceptada por la mayoría de la
Comisión, pero puesto que el Sr. Maura decía que había que fijar actitudes, yo
fijo públicamente la mía, voy a votar el texto de la Comisión, y lo voy a votar
por esa razón, porque deja libre el camino del Estatuto, porque no prejuzga el
Estatuto y porque, habiéndolo aceptado los Diputados catalanes, de cuya
vigilancia por el porvenir de sus aspiranes no creo que pueda caber ninguna duda,
y teniendo nosotros, hombres de partido, la convicción de que no se roza para
nada ni se mete para nada con el porvenir de las atribuciones del Estado,
estamos en el deber de transigir así y proponer a nuestros amigos y
correligionarios que voten la enmienda tal como la ha aceptado la Comisión.
Me parece que la situación es bien clara, Sr. Maura.
¿Qué tiene que ver con un problema de la gravedad de éste lo que dijo ayer el
partido radical o lo que dijo ayer el partido socialista? ¿Es que el partido radical
ayer no defendía legítimamente una posición histórica suya? ¿Es que no se votó?
¿Es que no quedó denotada la posición del partido radical? ¿Es que un partido,
el partido radical, una vez que pierde una votación no puede ya volver a
moverse más en los debates parlamentarios, no puede adoptar otra posición
dejando a salvo su criterio y el ideario de su partido? ¿Es posible, Sr. Maura,
que S.S., que conoce las responsabilidades del Gobierno, ahora que se ve libre
de ellas, pueda en un ímpetu oratorio magnífico como suyo y prenda de su
magnífico temperamento político y parlamentado, crear una situación
parlamentaria difícil? Sr. Maura, hay responsabilidades, colaboraciones, que no
se rompen en veinticuatro horas, y S.S. no puede ahora venir a decirnos que él
no participa en cabildeos, en secretos y en cambalaches. ¿Cuándo no han
ocurrido estos cabildeos, secreteos y cambalaches? ¿Es que es alguna cosa
punible, vergonzosa, deshonrosa, que los Diputados y los partidos,
enfrentándose en el salón de sesiones por criterios opuestos, se reúnan,
expongan en común sus ideas, razonen alrededor de una mesa, digan familiarmente
los argumentos o los motivos o los hechos que quizá no caben en los términos de
un discurso y lleguen a un convencimiento común, a un texto aceptable para
todos, transigiendo todos? ¿Es que esto es lo que se llama con tono despectivo
un cabildeo, cambalache o cosa por el estilo? Pero Sr. Maura, ¿cuántas veces en
nuestra accidental etapa de Gobierno no hemos hecho S.S. y yo lo mismo en otras
cuestiones? ¿Pues no ha ido S.S. al despacho de Ministros a preguntarme qué es
lo que íbamos a hacer, y yo se lo he dicho? ¿Está feo? No. Pues si no lo está,
¿por qué nos censura S.S.? (El Sr. Maura: Ya lo explicaré.) Yo, Sres.
Diputados, dicho esto, y dando a esta réplica del Sr. Maura, que, naturalmente,
he tenido que poner en el tono de viveza que él ha dado a su intervención, cosa
que me cuesta poco trabajo, porque seis meses de convivencia con el Sr. Maura
me han hecho familiarizarme con su timbre de voz y su tono, rogaría a las
Cortes que apreciasen el problema tal como es, que no se trata ahora de
resolver para siempre si el Estado va a tener la enseñanza de Cataluña, si el
Estado va a tener esta o la otra función, que se reserva íntegra la posibilidad
del Estado en Cataluña, que este problema se plantea para el Estatuto, que hay
que dejar paso al Estatuto y que no hay derecho a contraponer nunca la
vigilancia, el cuidado y el amor a la cultura castellana con la vigilancia, el
cuidado y el amor a la cultura catalana.
No puedo admitir eso porque la cultura catalana y la
cultura castellana son la cultura española (Muy bien), y cada una de ellas
forma su parte alícuota en la cultura de mi patria y es absurdo sembrar la
discordia, crear un resquemor injustificado cuando a la noble ambición de
aquellos hombres que traen de su país una aspiración, un lenguaje y una
ambición legítimas se les pone, como valladar, el respeto a la cultura
castellana, que nada tiene que temer de ninguna otra cultura nacional, puesto que
forma parte, como todas las otras, de la cultura española. Sr. Maura, no
hablemos a los catalanes en tono de oposición de la cultura castellana. Tan
española es la suya como la nuestra y juntos formamos el país y la República.
¿Vamos a olvidar la colaboración de los Diputados
republicanos catalanes en la instauración de la República? ¿Es posible, Sr.
Maura, que su señoría se vuelva a esos hombres, como acaba de hacerlo, y prevea
para el porvenir presiones, gestiones sobre supuestos Gobiernos chiles que van
a abandonar en manos de los grupos políticos catalanes no sé qué parte esencial
del Estado? Pero ¿en qué manos cree S.S. que va a caer el Gobierno de España, o
qué clase de hombres cree S.S. que son esos Diputados catalanes? Pues qué, ¿no
sabe S.S. que actualmente la República en Cataluña no tiene mejor apoyo, ni
tiene mejor escudo, ni tiene mejores paladines que todos esos Diputados y los
partidos que ellos representan? ¿O es que cree S.S. que el escudo de la
República en Cataluña está en el nacionalismo de la extrema derecha o en los
sindicatos revolucionarios?
Esos hombres, esos Diputados, para nosotros
representan un sentido de libertad republicana y un sentido de autonomía que
coincide exactamente con los programas, con las ideas y con los propósitos de
nuestro partido republicano, que responde exactamente al ideario, de la
revolución y de la República, y se comprometerían las promesas, las
obligaciones y el porvenir de la República, si ahora, por un movimiento
pasional, por un patriotismo que no puede ser mayor ni menor en unos que en
otros, les defraudásemos, presentándonos como enemigos de las reivindicaciones
de Cataluña. (Grandes aplausos.)
El Sr. Maura: Pido la palabra.
El Sr. Presidente: La tiene S. S.
El Sr. Maura: Si S.S., Sr. Presidente del Consejo,
está tan habituado, como dice, al tono mayor que por lo visto, yo acostumbro a
emplear en las conversaciones, voy a hablarle en tono menor; pero en ese tono
voy a decir a S.S., que es indigno de S.S., indigno de mi e indigno de la
Cámara que haya empezado S.S. por suponer que yo he venido aquí a buscar una
bandera. (El Sr. Presidente del Consejo: A buscarla, no; a enarbolarla.) A
enarbolarla, a levantarla. Pues peor. Y S.S., que me conoce, segun dice, hace
seis meses (algo más hace), ¿me considera capaz de enarbolar una bandera de esa
naturaleza que, una vez votado el artículo, se esfuma? Pues ¡divertido estaría
yo si no tuviera otra bandera que enarbolar en la República! Pero el solo hecho
de que S.S. me haya supuesto capaz de eso, me basta para relevarme de muchos
compromisos en lo sucesivo.
Y ahora vamos al fondo del asunto.
Españolista me ha llamado S.S. Indudablemente, S.S.
tiene una habilidad dialéctica extraordinaria; pero no se atiene a la realidad,
porque yo no he hablado en nombre del españolismo, sino en nombre de la
autonomía más perfecta y acabada, que es como han hablado los señores de la
minoría socialista.
¿Qué otra cosa significa, Sr. Azaña, decirles a las
regiones autónomas: «Tenéis plena libertad, tenéis absoluta libertad para
instalar vuestras Universidades y vuestros centros docentes, todo lo que
queráis, y además, el Estado os da incluso la facultad de colación de grados,
en lo cual podéis ser soberanos, si es que se puede aceptar esta palabra, para
practicar la enseñanza libremente en vuestra región; pero respetad el derecho
del Estado a practicarla también para los que quieran cultivarla dentro de las
Universidades castellanas o de las Universidades españolas»?
¿Es eso ser españolista? ¿Es eso levantar la bandera
españolista? No, Sr. Azaña; eso -permítame S.S. que se lo diga- es discutir con
no muy buena fe. Yo he defendido un punto de vista perfectamente liberal y
autonómico, y no hay nadie que pueda decir que en la enmienda del partido
socialista o en la enmienda del Sr. Unamuno haya ni tanto así que vaya contra
el principio de la autonomía regional.
Afirmá S.S. que todo queda reducido a posponer la
cuestión para cuando se discuta el Estatuto. Pero, Sr. Azaña, yo supongo que
por mucho que sea el Estatuto y por muy avanzado que sea el Estatuto, no
llegará nunca a impedir que el Estado mantenga en su Constitución fundamental
un derecho elementalísimo y además sagrado y una obligación ineludible; supongo
que a eso no llegará ningún Estatuto, porque entonces sobraría que nosotros
aprobáramos ahora esta Constitución. Por consiguiente, lo que nosotros pedimos
es que esta obligación sagrada del Estado no quede pendiente de un «podrá»,
sino sencillamente precisada y fijada de un modo definitivo, y queda libre,
absolutamente libre para el Estatuto el si han de tener Universidades y la
forma en que van a ejercitar ese derecho las regiones; de modo que tampoco es
ese argumento que se pueda mantener.
Y por último, Sr. Azaña, yo desearía que cuando se
quiera sacar adelante eso que llamaba el Sr. Sánchez Albornoz fórmula, no
enmienda, fórmula, porque, en efecto, lo es, no se saque el tropo de la Lengua,
porque prácticamente, Sr. Azaña, nadie discute la Lengua, ni a nadie se le ha
ocurrido pretender que estos señores (Señalando a la minoría catalana) dejen de
enseñar el catalán. Ayer decía el Sr. Xiráu con gran acierto que el problema de
la Lengua no es problema, porque la práctica lo resuelve por sí sola; cuando un
maestro se encuentra con alumnos castellanos, los enseña en castellano, y con
alumnos catalanes, en catalán; eso es natural y en eso no hay problemas; pero
no se apele al tropo fácil de hacer cantos a la cultura ni a la Lengua
catalana, porque eso es muy sencillo, pero no tiene que ver con el asunto (El
Sr. Presidente del Gobierno: Yo no he cantado.> No ha cantado S.S.
porque no ha llegado el caso; pero ha recitado y recitado muy bien. Y en cuanto
a la cultura castellana, no he sido yo quien ha hablado de eso, porque ayer
desde esos bancos no se ha hablado de otra cosa sino de la cultura castellana y
de la cultura catalana. (El Sr. Presidente del Gobierno: Y tiene razón.) Y S.S.
también, porque es verdad que todo eso es cultura española; pero cuando yo he
hablado de cultura castellana, he hablado contestando a las consideraciones que
ayer se hicieron con motivo de la cultura catalana y de la Lengua catalana; no
ha sido invención mía; también eso es muy fácil; pero no me siento con vocación
para entonar un canto a la cultura española. Y nada más.
El Sr. Sánchez Albornoz: Pido la palabra.
El Sr. Presidente: La tiene S.S.
El Sr. Sánchez Albornoz: La Cámara comprenderá la
situación desigual en que me encuentro para contender con parlamentado de
palabra tan ágil y de intención tan aguda como el Sr. Maura; pero no puedo
menos de levantarme a rectificar algunas de sus afirmaciones, porque si yo,
según él, he estado moviéndome sobre el vacío, el Sr. Maura ha estado
combatiendo fantasmas. Con un dramatismo extraordinario ha hablado aquí de que
vamos a entregar el alma de Cataluña al catalanismo, de que no habíamos tenido
en cuenta la enseñanza del castellano, la enseñanza del Estado español en
Cataluña.
Y yo voy a replicar muy brevemente, quizá en menos de
cinco minutos. El Sr. Maura no sabe que las palabras de la Constitución
«mantendrá», fueron llevadas al dictamen precisamente por iniciativa mía y por
boca del representante de Acción Republicana; pero me he convencido después de
que inferíamos un daño a España si nosotros nos empeñáramos en mantener la enseñanza
del Estado, si las regiones atienden a esa necesidad de las gentes de habla
castellana, en Cataluña, en. Vaconia y en todas partes. Porque yo no puedo
olvidar, Sr. Maura, el caso de un gran pueblo, Austria, que encontrándose con
problemas que no eran iguales, pero sí parecidos, acudió a la forma que
proponen el Sr. Maura y algunos otros Sres. Diputados en esta Cámara.
En Praga funcionaba una Universidad alemana al lado de
la Universidad checa; en las tierras polacas de Austria funcionaba una Universidad
alemana al lado de la Universidad polaca; en las regiones servias de la
monarquía austríaca ocurría otro tanto; y yo quiero llamar la atención de la
Cámara para que contemple el resultado que ese antagonismo entre dos
Universidades, entre dos culturas, entre dos pueblos, ha dado al cabo de muy
poco tiempo. Pensad un momento en que no ha servido para nada en orden al
mantenimiento de la unidad del Estado austríaco el mantenimiento en esos
pueblos de dos Universidades: alemana y checa; alemana y polaca; alemana y
servia, puesto que al cabo de muy poco tiempo Checoeslovaquia era una país
independiente, Polonia recobraba su libertad y Yugoslavia constituye un Estado
nuevo.
Yo no quiero contribuir con mi voto a que nosotros
ahondemos las diferencias que puedan existir entre España o el resto de España
y Cataluña; no quiero que el día de mañana pueda ocurrir, por haber nosotros
atizado la llama de la contienda, algo parecido a lo que ha ocurrido en el
Imperio austríaco y nos encontremos con un fraccionamiento semejante, que no
sólo no ha evitado, sino que ha contribuído a crear ese antagonismo de
Universidades, de culturas, de centros encontrados.
Y yo quiero también llamar la atención del Sr. Maura y
de la Cámara, que precisamente el poner trabas a la expansión de la enseñanza
catalana, la contraposición violenta entre las dos lenguas, practicada de modo
cruel por la Dictadura, nos ha traído al estado presente; precisamente si hace
veinte años hubiera habido en el banco del Gobierno gentes capaces de comprender
el problema catalán, no estaríamos nosotros discutiendo hoy alrededor de esta
cuestión, en una situación que puede ser muy grave si no dejamos la pasión a un
lado y si no habla la reflexión, el entendimiento y el deseo de concordia.
(Aplausos.)
El Sr. Presidente: El Sr. Guerra del Río tiene la
palabra.
El Sr. Guerra del Rio: Sres. Diputados y Sr. Maura,
sólo hago uso de la palabra ante el requerimiento de S.S. y decidido a no
seguirle en el tono que ha empleado, sino a contestarle con el mayor comedimiento
y limitándome a restablecer la verdad, que el Sr. Maura olvidó o fue mal
nformado respecto a ella.
En el día de ayer la minoría radical sostuvo y votó,
por acuerdo suyo, un voto particular de esta minoría, en el cual se decía: «Es
obligatoria la enseñanza en castellano en todas las escuelas primarias de
Espana. En los casos en que las regiones autónomas organicen la enseñanza en
sus lenguas respectivas, el Estado mantendrá en aquéllas Centros de instrucción
de todos los grados en la lengua oficial de la República.»
Este voto particular, que condensaba el criterio del
partido radical, fue desechado por la Cámara por 192 votos contra 78. De esos
78 votos, ponga S.S. todo el margen más amplio que quiera, y son votos
radicales y federales; en los 192 votos en contra puede contar todos los
Diputados socialistas que se encontraban presentes. Terminada la votación y
derrotado nuestro criterio y desechado por la Cámara el voto particular, fue el
Sr. Cordero, no yo, que, aunque manso, no soy cordero, ni me llamo Cordero (El
Sr. De la Villa: Ni manso es tampoco S.S.), fue el Sr. Cordero el que se
levantó a decir que la minoría socialista presentaría hoy esa enmienda a que se
refería S.S. En ello el partido radical no intervino para nada; defendió su
criterio, le votó y fue derrotado.
En el día de hoy, ¿qué hará la minoría radical? Lo
lógico, lo que nos imponen nuestras convicciones: ir buscando en las enmiendas,
en las proposiciones, en las fórmulas que presenten los demás partidos la que
más se acerque a la nuestra; pero escogiéndola nosotros, sin necesidad de que
sea el Sr. Maura quien nos la indique. Es lo menos a que creemos que tenemos
derecho; seremos nosotros los que escojamos, una vez desechado nuestro
criterio, el que más se acerque al nuestro. Entonces, señor Maura, ¿a qué viene
el requerimiento a la minoría radical y a Guerra del Río, cuando hemos actuado
con una actitud tan clara, tan franca, como la que expresé ayer en la Cámara, y
que está avalada por el voto de toda la minoría radical?
Con esto hemos terminado. El Sr. Maura, seguramente, y
con ello no demostró más que sus relaciones antiguas con esta minoría, tiene
todavía en el oído las reiteradas palabras de los radicales, mientras él se
sentaba en el banco azul, que en otra ocasión decíamos: «Lo que se diga desde
ahí (Señalando al banco azul), eso vota la minoría radical.» Nosotros no hemos
cambiado, Sr. Maura, y seguimos diciendo lo que el primer día: «Lo que se diga
desde ahí (Señalando nueva mente al banco azul), eso vota la minoría radical.»
Si el Sr. Maura ha cambiado de sitio, la culpa no es nuestra. (Aplausos.)
(Diario de Sesiones, 22 de octubre de 1931.)
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