viernes, 22 de febrero de 2013

Francesc Cambó i Batlle (1876-1947)

Francesc Cambó i Batlle (1876-1947)
Francesc Cambó es el autor del programa económico del nacionalismo catalán.
Nació en Vergés, Girona.
Estudió Derecho y Filosofía y Letras en la Universidad de Barcelona.
Militante de la Liga Regionalista,  teniendo veinticinco años es elegido concejal del Ayuntamiento de Barcelona.
Ocupa diversos puestos políticos en los que muestra capacidad organizativa y una gran oratoria.
A la muerte de Prat de la Riba en 1917 lo sustituye como líder del nacionalismo burgués catalán al que orienta en forma conservadora.
Participa en varios gobiernos españoles ocupando la cartera de Fomento (1918) y la de Hacienda (1921-1922), puestos desde los que desarrolló la infraestructura viaria y la electrificación del país.
Promovió la vuelta al Patrón Oro. En 1922 establece el llamado Arancel Cambó que estuvo vigente hasta 1960.
A partir de 1923 reduce su vida política para dedicarse con mayor intensidad a la actividad empresarial. Muere en 1947, en el exilio de Buenos Aires.

Obras:
El pensament català davant del conflicte europeu (1915)
L'acció d'Estat en les indústries que tenen sobre-producció (1917)
Política Económica de España (1921)
Vuit mesos al Ministeri de Foment. Ma gestió ministerial (1919)
Ordenació bancària de España (1921)
Elementos para el estudio del problema ferroviario en España (1918)
El problema de las monedas extranjeras (1920)
La crisis económica financiera (1922)
La valoración de la peseta (1929)
Cambó y Batllé, Francesc

Político español (Verges, Gerona, 1876 - Buenos Aires, 1947).
Militante desde su juventud del nacionalismo catalán, se adscribió a su tendencia más conservadora.
En 1901 participó en la fundación de la Lliga regionalista de Cataluña, iniciando su carrera política como concejal del Ayuntamiento de Barcelona.
Impulsó la coalición Solidaridad Catalana, con la cual llegó al Congreso de los Diputados en 1907; con su elección se abrió paso la idea de que los catalanistas debían estar presentes en las instituciones centrales del Estado (desde las que él asumió la defensa de los intereses industriales catalanes), pero en lo sucesivo se movería en la tensión entre dos objetivos irreconciliables: obtener un poder decisivo en el sistema político español y aumentar las cotas de autogobierno de Cataluña.
Políticamente, defendía la necesidad de reformar el sistema de la Restauración eliminando el caciquismo y la corrupción electoral, para construir un régimen parlamentario liberal al estilo de los que predominaban en Europa occidental.
Tales ideas le llevaron a promover la Asamblea de Parlamentarios que, en 1917, se reunió al margen de las instituciones constitucionales para reclamar profundas reformas políticas.
Pero Cambó era también un conservador, cercano a los puntos de vista empresariales, por lo que se alejó de las protestas cuando la huelga general dio a la crisis un sesgo social; así pues, cuando Maura formó un Gobierno de Unión Nacional en 1918, Cambó se integró en representación de los catalanistas, asumiendo la cartera de Fomento.
Posteriormente fue ministro de Hacienda en otro gobierno de Maura (1921-22), circunstancia que aprovechó para adoptar un arancel proteccionista favorable para la industria catalana, así como una Ley de ordenación bancaria.
Las tensiones sociales de esos años le decantaron hacia posiciones cada vez más reaccionarias, coherentes con sus intereses como el rico hombre de negocios que era.
El golpe de Estado de Primo de Rivera le alejó de la política activa durante el tiempo que duró la dictadura (1923-30), pero no la combatió, convencido de la necesidad de la represión para frenar al movimiento obrero.
Por las mismas razones intentó salvar la monarquía de Alfonso XIII después de la caída del dictador; no lo consiguió y la Segunda República que se instauró en 1931 vino unida a la derrota electoral de la Lliga.
Temiendo el aspecto revolucionario de la nueva situación política, se exilió en Francia, de donde volvió en 1933 -una vez comprobado el carácter democrático del régimen republicano- para reorganizar su partido, bajo el nombre de Lliga catalana.
Salió elegido diputado en las elecciones de 1933, que dieron el triunfo a la derecha, pero no en las de 1936, que ganó el Frente Popular. Finalmente, su conservadurismo primó sobre su catalanismo y apoyó la sublevación militar que originó la Guerra Civil (1936-39) y que llevó al poder a Franco.

Nació el 2 de septiembre de 1876 en Vergés, Girona.
Cursó estudios de Derecho y Filosofía y Letras en la Universidad de Barcelona.
En el año 1901 fundó el partido catalán, Liga Regionalista, siendo ese mismo año elegido concejal del Ayuntamiento de Barcelona.
En 1906 formó parte de Solidaridad Catalana y en 1907, le nombraron diputado por Barcelona. Fue derrotado en las elecciones de 1910 después de la Semana Trágica (1909).
Formuló su ideario político durante la legislatura de 1916 afirmando que el problema catalán se resolvería con un estatuto de autonomía.
Dirigente de la Asamblea de Parlamentarios de 1917, optó por una solución de compromiso con el fin de salvar la monarquía.
Cuando Enric Prat de la Riba falleció en 1917, pasó a ser el máximo dirigente de la Liga Regionalista, a la que imprimió un giro conservador.
En 1918 le nombraron ministro de Fomento y en 1921 de Finanzas en gobiernos presididos por Antonio Maura.
Luego de no lograr el acta de diputado en el Parlamento de la II República, se marchó al extranjero. Fue elegido diputado en noviembre de 1933, tras lo que de nuevo se quedó fuera del Parlamento en febrero de 1936.
Cuando estalló la insurrección del Ejército en 1936 él estaba en el extranjero, donde se quedó durante toda la Guerra Civil (1936-1939).
No estuvo a favor de los insurrectos, pero el miedo al triunfo de una república de izquierdas hizo que les ayudara.


Cuando la guerra llegó a su fin, se trasladó a Suiza (1939) y Estados Unidos (1940). En 1941, viajó a Argentina, país donde residió hasta su muerte acaecida el 30 de abril de 1947.

viernes, 8 de febrero de 2013

Documentos Revolucionarios 1934



Documento secreto revolucionario número 1
El programa revolucionario socialista (enero de 1934). Autor y ponente del documento: Indalecio Prieto.
Fuente: la publicación oficial del PCE Guerra y Revolución en España.

«I. Todas las tierras de España se declararán de la propiedad del Estado.
Suprimiendo por consiguiente el pago de la renta a particulares, renta que en todo caso, habría de percibir el Estado, los municipios o aquellas otras comunidades o corporaciones de carácter público en quienes delegará el Estado sus derechos. En aquellas zonas donde la propiedad agrícola tenga carácter minifundista, las tierras seguirán en posesión de quienes actualmente las cultiven, mediante el pago del canon que se estableciese conforme a la estructura económica que queda apuntada. En las zonas donde la propiedad agrícola tiene predominantemente carácter de latifundio, se procurará el establecimiento de explotaciones colectivas, bien a cargo del Estado, de los municipios o de comunidades de campesinos, que al efecto se constituyan, debiendo el Estado asumir, por medio de su personal facultativo, la dirección técnica de esas explotaciones agrícolas colectivas.

2. Radicando el porvenir de la agricultura española en el aprovechamiento de todos los regadíos que permitirán vivir a costa de la tierra a un número enorme de familias muy superior al de las que actualmente se consagran a la labor campesina y siendo insuficientes las consignaciones del presupuesto ordinario del Estado que puedan ser destinadas a las obras hidráulicas para que ésas lleven el ritmo acelerado que resulta más que conveniente, indispensable, se procederá a la captación de la mayor parte posible del ahorro nacional para, asegurándole un interés prudencial, invertirlo en la pronta realización de esas obras hidráulicas con lo cual se facilitaría, de momento, trabajo a bastantes millares de obreros y quedaría garantizado el próximo asentamiento en excelentes condiciones de una masa considerable de labradores.
Esta operación podría realizarse mediante un consorcio entre el Estado, la entidad federativa de las Cajas de Ahorro y la banca oficial, quedando en hipoteca las tierras repartidas que, como las demás y en virtud de la propuesta del art. 1 de este programa, habían de ser objeto de incautación por parte del Estado.

3. Reforma radical de la enseñanza pública, modificando la organización de la enseñanza superior, de manera que a ella no tengan acceso sino aquellos alumnos que hubiesen demostrado en la enseñanza primaria y en la secundaria un grado de capacitación plenamente demostrativo de que habría de ser para ellos enteramente provechosa la permanencia en las universidades y escuelas especiales. La realización de esta idea se verificará encargándose el Estado de modo total del sostenimiento de aquellos alumnos que ya en la escuela de primeras letras evidenciaran condiciones especiales de talento que, observadas por el respectivo maestro, fuesen comprobadas por las juntas pedagógicas que se encargarán del traslado de esos niños a centros de enseñanza primaria que mediante una organización especial aprovechasen mejor las condiciones especiales de esos alumnos. Idéntico procedimiento se seguirá respecto a ellos en la enseñanza secundaria. De esta forma, la Universidad tendrá cerrado su acceso a quienes actualmente pululan en ella sin más méritos que los procedentes de una situación privilegiada económicamente, llegando únicamente hasta su recinto los que acreditasen su capacidad suficiente para evitar la esterilización del esfuerzo universitario. Señalando los cupos correspondientes de licenciados de todas las facultades y titulados de las escuelas especiales habrían de limitarse el número de estos centros derivando el esfuerzo del Estado que así quedará sobrante a la creación de escuelas profesionales que perfeccionarán los conocimientos técnicos del obrero y perfeccionarán su cultura general.

4. No existiendo en España una religión disidente de potencia bastante para mantener en su rivalidad con la Iglesia católica el mínimo de libertad de conciencia exigible en un pueblo civilizado y siendo notorio el afán bárbaramente intransigente de los católicos españoles que conduciría al mantenimiento del fanatismo religioso pese a la separación de la Iglesia y el Estado y de las leyes laicas hasta ahora votadas por la República, procede la disolución de todas las órdenes religiosas y la incautación de sus bienes, más la expulsión del territorio nacional de los miembros de aquellas que por su pasada actuación se considerasen más peligrosas para las nuevas instituciones.

5. Disolución del ejército y reorganización inmediata del mismo a base de la reducción de sus contingentes, de la separación de todos los generales, jefes y oficiales sin más excepción que hubiesen revelado sin tibieza su adhesión al régimen y dando paso incluso a los más relevantes puestos de mando en forma democrática a quienes a partir de su ingreso en filas como soldados hubiesen demostrado las necesarias condiciones de capacidad, haciendo en suma que según la frase de Napoleón, «pueda ir en la mochila de cualquier soldado el bastón de mariscal».

6. Disolución de la guardia civil y reorganización de todos los institutos armados al servicio del Estado sobre las mismas bases democráticas diseñadas para reformar el ejército y con la condición indispensable de una adhesión verdaderamente leal al nuevo régimen. Núcleo principal de esos institutos sería una milicia reclutada exclusivamente y preponderantemente entre los afiliados a las organizaciones que realicen la transformación apuntada en este programa.

7. Modificación esencial de todos los órganos de la administración pública, a base de una mayor flexibilidad y eficiencia de los mismos, de un riguroso cumplimiento de los deberes por parte de todos los funcionarios, de una revisión implacable de las condiciones de capacidad de los mismos y de una separación de aquellos que por ser desafectos al régimen lo sabotearan en una u otra forma.

8. No siendo de momento conveniente realizar en la mayor parte de la industria española modificaciones esencialmente socializadoras que ofrecerían por su complejidad los peligros de un fracaso ante la circunstancia de la debilidad incipiente de nuestra industria, el programa en este aspecto quedaría por ahora limitado a una serie de medidas encaminadas al mejoramiento moral y material de los trabajadores industriales, cuidando de su dignificación e independencia y ofreciéndoles los medios de controlar la marcha de aquellas organizaciones industriales a cuyo servicio están adscritos.

9. Reforma de nuestro sistema tributario partiendo de la modificación de las cuotas en el impuesto de la renta y en las transmisiones hereditarias principalmente.

10. Todas las medidas derivadas de los puntos enunciados en este programa serían implantadas rápidamente mediante decretos para los cuales en su día se habría de solicitar la convalidación por los órganos legislativos que libremente se diera el pueblo y estimando que este programa revolucionario no obtendría el asentimiento de quien ahora desempeña la presidencia de la República procedería la cesación de éste en sus funciones.»

Fuente: Moscú, Ed. Progreso, 1966, tomo I, p. 52. La fuente comunista (seguramente Santiago Carrillo, aún socialista en la fecha del documento) subraya que este programa se redactó una vez que el Comité Revolucionario decidió que los socialistas irían solos a la insurrección, salvo con los grupos que se integrasen en las Alianzas Obreras .


Documento secreto revolucionario número 2 :
Las Instrucciones del Comité Revolucionario para la insurrección de Octubre de 1934

Instrucciones preliminares
1. Se prohibe en absoluto sacar copias de estas instrucciones y se hace responsable de la custodia y reserva de las mismas a la persona a quien se entreguen.

2. La junta de la provincia se encargará de constituir juntas locales en cada uno de los pueblos, a cuyo efecto se pondrá en relación con la persona de más confianza que pueda encargarse de formar la junta local encargada de organizar todos los trabajos de relacionarse con la provincial.

3. El número de miembros de estas juntas será de tres, solamente ampliable en caso de absoluta necesidad.

4. Las juntas provinciales residirán en la localidad de la provincia que se crea más conveniente para el desempeño de su misión y serán las únicas que mantengan relación con la Junta Central.

5. Las juntas provinciales se hallan investidas de autoridad plena sobre toda la provincia, y las juntas locales sobre todos los individuos de la localidad.

6. Debe evitarse, en todo lo posible, poner en circulación instrucciones u órdenes escritas, y cuando sea indispensable usar este medio, utilizar claves o lenguaje convencional.

7. Los miembros de la junta estarán obligados a guardar la más rigurosa reserva. No hablarán de los propósitos, instrucciones y órdenes, sino lo absolutamente indispensable, y esto solamente con las personas con quienes tengan que mantener relación para los fines que se persiguen. Ninguna confianza con nadie más.

8. Las juntas provinciales no deberán atender otros avisos e instrucciones que las que reciban de la junta Central, ni acatar otras órdenes que las de ésta, sin excepción alguna. Las juntas locales, las que reciban de las provinciales.

9. Ningún rumor, noticia, hecho ni circunstancia, puede justificar la declaración del movimiento en un pueblo o provincia sin haber recibido la orden precisa de las juntas exclusivamente facultadas para ello. El faltar a esta instrucción puede acarrear graves daños al movimiento general.

10. Todas las juntas deben vigilar que la organización se haga con toda escrupulosidad y que se observe una rígida disciplina, base esencial del éxito.

11. Donde no existan personas de absoluta confianza, las juntas deben abstenerse de constituir grupos o dar instrucciones.

12. Conviene tener dentro de las organizaciones enemigas personas de confianza que nos faciliten información fiel de sus planes y medios.

13. Las juntas de provincia tendrán convenidas con las de los pueblos contraseñas especiales, no sólo para cursar las órdenes relativas al movimiento, sino para garantizar la visita de los delegados y para evitar que una orden falsa pueda provocar un movimiento a destiempo.

14. Conviene estar prevenidos contra las noticias falsas que el gobierno o los enemigos de todas clases puedan esparcir por medio de la prensa o la radio, tales como «el movimiento está dominado», «sus directores detenidos», etc.

Cada pueblo debe hacerse a la idea de que tiene que ser un firme sostén de la insurrección, sin ocuparse de lo que ocurra en otros lugares. La debilidad ajena no justifica la propia.

El triunfo del movimiento descansará en la extensión que alcance y en la violencia con que se produzca, más el tesón con que se defienda.

15. Los grupos de acción han de convertirse en guerrillas dispuestas a desarrollar la máxima potencia. En esta acción nos lo jugamos todo y debemos hallamos dispuestos a vencer o morir. Una vez empezada la insurrección no es posible retroceder.

Instrucciones generales
16. Corresponde a las Juntas provinciales:
a) Asumir la organización y dirección de todo el movimiento en la respectiva provincia.
b) Mantener relación con la junta Central y las locales.
c) Constituir una junta local en cada pueblo, con arreglo a la instrucción número 2.
d) Organizar las fuerzas de la capital.
e) Velar por la observancia y cumplimiento de las instrucciones y órdenes que reciba y transmita.

Relación con entidades
17. Informarse de las que se hallan decididamente dispuestas a secundar un moviniento revolucionario, y contando con su concurso, adoptar todas las previsiones para que una vez declarado pueda mantenerse indefinidamente; sobre todo en lo que concierne a los servicios más importantes e indispensables.

18. Con los individuos más decididos y de mayor confianza, dispuestos a ejecutar sin discusión las órdenes que se den, se formarán grupos de diez, dos de los cuales serán designados como jefe y subjefe. Estos grupos deberán estar armados y sus jefes les instruirán en ejercicios de tiro y táctica militar.

19. La potencia revolucionaria de las fuerzas habrá de valorarse convenientemente para dividirse en dos clases: Hombres capaces de batirse y de ejecutar órdenes. Hombres dispuestos a cooperar en otros servicios. Con los primeros se constituirán las milicias en grupos de diez. Con los segundos pueden cubrirse servicios de poco riesgo.

20. Deben constituirse grupos técnicos de los servicios de Electricidad, Alcantarillado, Teléfonos, Telégrafos, etc., capaces de formalizar y llevar a cabo planes para, en caso necesario, suprimir estos servicios en la población en forma que no puedan ser fácilmente reanudados por otros.

21. El movimiento debe afectar a todos los servicios, pero principalmente a los de vital importancia (alimentación, transportes, agua, gas, etc.), y los grupos de acción cuidarán de anular a los que se presten a evitarlo.

22. Cualesquiera que sean las circunstancias de una población y por débil que sea la fuerza organizada, el movimiento debe ser lo más extenso posible.Los grupos técnicos con los de acción cuidarán de lograr por todos los medios la paralización de industrias y servicios y dominar en la calle.

23. Las relaciones con los demás sectores afines serán cordiales sin el menor confusionismo; sin facilitarles datos concretos de nuestra organización y nuestros planes, procurando que ellos hagan su organización propia, y comprometiéndose a respetar la dirección del movimiento que siempre debe ser nuestra.

24. Todos los grupos que se formen, por medio de sus jefes, estarán bajo elmando de la junta local y provincial.

25. Debe ponerse interés en organizar servicios sanitarios para atender rápidamente a los que puedan caer heridos en la lucha.
Las mujeres en el momento oportuno pueden prestar a este servicio un concurso valioso.

Fuerza pública al servicio del Estado

26. Precisa conocer la fuerza pública que exista en cada localidad. Militares, Guardia Civil, asalto. Seguridad, etc. Armamento de que disponen. Condiciones defensivas de sus cuarteles, medios de apoderarse de ellas, inutilizarlas o, por lo menos, inmovilizarlas.

27. Con el mayor cuidado debe conocerse la manera de pensar de jefes, oficiales y clases, procurando establecer relaciones con algunos que merezcan plena confianza y recomendarles que, independientemente de nosotros, formen ellos su junta.

28. Nuestros jóvenes no deben perder el contacto, discretamente, con los amigos que se hallen en filas.

29. En cada provincia debe conocerse con la mayor exactitud el número de jefes, oficiales y clases de la guarnición, con sus nombres, domicilios y significación para actuar en cada caso como las conveniencias aconsejen.

30. También deben conocerse los depósitos de armas y polvorines y los medios de apoderarse de ellos o, en otro caso, inutilizarlos.

31. Los elementos auxiliares de confianza que haya dentro de los cuarteles deben facilitar, con exquisita discreción, toda la información que les sea posible respecto a órdenes, preparativos, estado y disposición de la fuerza, medios por los cuales puede hacerse la incautación de las armas o su inutilización en caso contrario; modo de impedir la salida de las fuerzas de los cuarteles y cuanto sirva a contrarrestar estos elementos.

32. Cuando haya inteligencia entre las fuerzas militares y la junta local, se formalizará el plan de acción combinada de ambas fuerzas, para lo cual deberán celebrar reuniones que no sean numerosas. Bastará con que se reúnan un individuo de cada parte.

33. Triunfante el movimiento, las fuerzas militares adictas tendrán una representación oficial en la junta local.

 Grupos de acción
34. Los grupos de acción se formarán con arreglo a la instrucción número 18, bajo las órdenes del respectivo organismo directivo local al que obedecerán sin discusión.

35. Además de instruirse convenientemente para el momento de la acción, se encargarán de facilitar a la junta local los nombres y domicilios de las personas que más se han significado como enemigos de nuestra causa o que puedan ser más temibles como elementos contrarrevolucionario. Estas personas deben ser tomadas en rehenes al producirse el movimiento, o suprimidas si se resisten.

36. En el momento de la acción, cada grupo tendrá señalado de antemano el lugar donde debe actuar y adonde debe trasladarse después de concluida su primera misión. Estas instrucciones se las darán sus jefes oportunamente. Las juntas cuidarán escrupulosamente de no dar órdenes contradictorias a los jefes de grupo, para que todos los movimientos se produzcan ordenadamente, sin barullo y sin confusiones.

37. Deben determinarse los edificios y calles que conviene ocupar para mejor resistir los ataques de la fuerza, o para evitar que escapen los elementos enemigos.

38. Fórmese una relación de los automóviles y demás medios de transporte que haya en la población; lugares donde se encierran y lista de los individuos que puedan conducir en caso necesario.

39. Conocer los depósitos de gasolina, dinamita y armas, y planear el medio de apoderarse de ellos en el momento preciso.

Previamente debe adquirirse y guardar en lugar seguro dinamita. Cada individuo puede tener en su casa sin compromiso para uso doméstico un bidón degasolina.

40. La gasolina y la dinamita empleada inteligentemente, pueden servir para desmoralizar al enemigo con incendios y petardos.

41. Hay que dificultar con gran rapidez los movimientos del adversario cortando las líneas de ferrocarril, inutilizando puentes, interceptando carreteras:todo ello respondiendo a un plan bien meditado por los elementos previamente designados y que imposibilite que la fuerza pueda acudir a todas partes.

42. En principio, se llamará la atención de la fuerza pública, donde así convenga, con incendios, petardos u otros medios, para que se vea obligada a acudir donde se produzcan. Estos momentos se aprovecharán para cortar las líneas de comunicación, o inutilizar aparatos, etc., y asaltar centros oficiales y políticos. En éstos, incautarse de ficheros y archivos.

43. Rápidamente apoderarse de las autoridades y personas de más importancia y guardarlas en rehenes.

44. Preferentemente hay que inutilizar la fuerza pública de los pueblos desarmándola totalmente, aunque prometa permanecer neutral.

45. Se tomarán las salidas del pueblo. Se requisarán automóviles y otros medios de locomoción. Se incautarán de los depósitos de gasolina y, grupos armados, recorrerán las casas de los enemigos para apoderarse de las armas que tuvieren y armar con ellas a los amigos que no las tengan.

46. Apoderarse, lo antes posible, de los establecimientos donde se vendan armas, municiones y explosivos.

47. Los Bancos y archivos se vigilarán estrechamente. Se impedirá por todos los medios que en las iglesias se toque a rebato.

48. Haciendo una buena distribución de fuerzas por toda la población deberá hacerse una guerra de guerrillas. Nunca deben presentarse grandes masas frente a la fuerza pública, procurando así que toda sea distribuida y hostilizándola sin cesar hasta rendirla por agotamiento. Atacar siempre que sea posible desde lugares seguros.

49. Las casas cuarteles de la Guardia Civil deben incendiarse si previamente no se entregan. Son depósitos que conviene suprimir

50. Caso de que por cualquier motivo se produzcan bajas en las juntas provinciales o locales, serán cubiertas nombrándolos los jefes de grupo en los pueblos y los organismos provinciales en las capitales.

51. Si fuerzas superiores del gobierno intentasen reconquistar un pueblo y éste no ofreciese condiciones de resistencia, los revolucionarios lo abandonarán llevándose los rehenes y buscarán en el campo o la montaña el lugar más favorable para defenderse e intimidar al enemigo.

52. Los grupos deben estar numerados en cada localidad; o sea: Grupo número 1, Grupo número 2, etc., y se les distinguirá de este modo a todos los efectos.

53. Triunfante el movimiento en un pueblo, se adoptarán las medidas necesarias para asegurar su dominio estableciendo vigilancia armada y asegurando bien los servicios y la defensa y, si sobrase elemento armado, se acudirá en auxilio de los pueblos próximos donde aún no se hubiese triunfado.

54. Cuando una ciudad caiga en manos de los revolucionarios, nada debe justificar su abandono. Aunque la lucha se prolongue no debe desmayarse. Cadadía que pase aumentará el número de los rebeldes. En cambio la moral del enemigo irá decayendo.

Nadie espere triunfar en un día en un movimiento que tiene toda los caracteres de una guerra civil. En este movimiento, el tiempo es el mejor auxiliar.

Medios

55. Procurarse armas hasta donde sea posible. La junta Central, por medio de las provinciales, facilitará las informaciones que posea.

56. Para dificultar los movimientos de la fuerza, pueden cerrar bocacalles con alambre de espino u otros medios y, al mismo tiempo, regar todo el ancho de la calle con gasolina, dar fuego y desde puntos o casas inmediatas atacar a la fuerza cuando trate de quitar esos obstáculos.

57. Levantar barricadas, entre las cuales se oculten aparatos explosivos conectados con la corriente eléctrica o sustituida ésta por pilas, y cuando la fuer za llega a la barricada hacerlos explotar, formando un ortocircuito desde unacasa o lugar próximo y aprovechar la sorpresa para atacar a la fuerza que quede y coger sus armas.

58. Acumular carros, coches o camionetas a la salida de los cuarteles o en las calles en que sea obligado el tránsito de la fuerza y atacarla desde lugares seguros y por distintos flancos.

59. Lanzar botellas de líquidos inflamables a los centros o domicilios de las gentes enemigas.

60. Cortar las comunicaciones en forma de difícil arreglo por parte de las fuerzas enemigas.

61. Volar puentes. Cortar carreteras. Líneas de ferrocarril. Imposibilitar el traslado de fuerzas para concentrarlas.

62. Estropear los neumáticos y los motores de aquellos vehículos que no puedan ser utilizados por nuestras fuerzas.

63. Donde haya estación emisora de radio, si no puede incautarse, incendiarla o volarla. Si hay dentro personal adicto, inutilizarla.

64. Imposibilitar que los jefes de las fuerzas que no vivan en los cuarteles puedan incorporarse a sus puestos, deteniéndolos a la salida de sus domicilios y atacándolos si se resisten.

65. Donde sea posible, utilizar uniformes del ejército, incluso de oficiales, para dar impresión de insubordinación militar.

66. No gastar inútilmente las energías ni los medios de ataque.

67. Tomar y mantener la ofensiva es siempre infinitamente más eficaz que quedarse a la defensiva. Se domina mejor al enemigo, pero debe evitarse cometer imprudencias que pueda aprovechar el adversario.

Después del triunfo en la lucha
68. Triunfante el movimiento revolucionario, lo primero que debe asegurarse es el dominio absoluto de la población, perfeccionando las milicias armadas,ocupando los sitios estratégicos, desarmando totalmente a las fuerzas contrarias ocupando los edificios públicos.

69. Se restablecerán rápidamente las comunicaciones y se dará cuenta a la junta de la capital y ésta a la Central de la situación.

70. Se procederá a la incautación de los víveres, o bien se controlará al comercio para que éste los facilite al vecindario, evitando enérgicamente todo abuso.

71. Siguiendo las instrucciones y órdenes de la junta local se nombrará una junta administrativa y de defensa del pueblo, cuyas órdenes se acatarán sin discusión y, si fueren abusivas, se acatarán también, pero denunciándolas inmediatamente a la Junta provincial que deberá proceder rápidamente a enviar a un delegado suyo con plenos poderes cuyas resoluciones se acatarán.

72. Los bienes de la gente pudiente servirán para garantizar las necesidades del vecindario hasta que se dicten medidas por el Poder Central. Nadie debe quedarse sin comer en tanto haya en el pueblo recursos para proporcionarlo.

73. Durante el movimiento revolucionario toda la energía y todos los medios serán pocos para asegurar el triunfo. Una vez que éste se haya logrado, debe ponerse la misma energía para evitar crueldades innecesarias ni daños, sobre todo en cosas que puedan ser luego útiles o necesarias para los fines de la revolución.

 Estos documentos pertenecen a Largo Caballero y están publicados Santos Juliá en " Escritos de la República, notas históricas de la Guerra de España ( 1917-1940).

jueves, 31 de enero de 2013

25 ANIVERSARIO DE LA LEGALIZACIÓN DEL PCE ( I )

Sábado Santo rojo
Santiago Carrillo pactó con Adolfo Suárez el contenido de su primera declaración tras la legalización del PCE.

VICTORIA PREGO
Bajo la férrea vigilancia de las Fuerzas de Orden Público, el PCE empezó a salir de la clandestinidad varios meses antes de ser legalizado.
«...Yo no creo que el presidente Suárez sea un amigo de los comunistas. Le considero más bien un anticomunista, pero un anticomunista inteligente que ha comprendido que las ideas no se destruyen con represión e ilegalizaciones. Y que está dispuesto a enfrentar a las nuestras, las suyas. Bien, ése es el terreno en el que deben dirimirse las divergencias. Y que el pueblo, con su voto, decida».
Así termina la declaración que Santiago Carrillo, líder del, hasta ese día histórico, ilegal Partido Comunista de España, hace pública desde Cannes a las 18 horas del 9 de abril de 1977, Sábado Santo.
La declaración es su primera reacción ante la noticia, inesperada y casi inverosímil para todos los españoles, de que el presidente del Gobierno, Adolfo Suárez, acaba de legalizar al PCE, el más odiado por los franquistas, el más temido por la sociedad.
La noticia cae literalmente como una bomba en el país. Provoca el estupor y el miedo en los sectores no politizados, una indignación inmensa en la derecha franquista y una furia casi incontenible en el seno del Ejército.
Lo que nadie en España puede imaginar es que esa declaración de Carrillo no es obra suya sino producto de una negociación, palabra por palabra, con el propio presidente Adolfo Suárez, quien ha pedido expresamente a Carrillo que se abstenga de elogiarle. Su petición ha sido enviada, como siempre durante los últimos nueve meses, a través de José Mario Armero, abogado y presidente de la agencia de noticias Europa Press, y uno de los pocos hombres que apoyó incondicionalmente a Suárez en todo el proceso que acabó en la legalización.
Es más, Santiago Carrillo se encuentra en esos momentos en Cannes por indicación directa de Suárez, que hace días ya le ha advertido de que la legalización es inminente y que conviene que no esté en España cuando salte la noticia.
Y un detalle curioso: a Carrillo no le hace demasiada gracia que la legalización del PCE se haga en plena Semana Santa y así se lo había expuesto a José Mario Armero: «Santiago me dice que pediría que no se hiciera la legalización en Semana Santa porque hay muchos comunistas muy religiosos y no sería bueno hacer coincidir las alegrías de la legalización del PCE con los actos de pasión de la Semana Santa».
Pero las cosas son como pueden ser, y ése es para Suarez el momento menos difícil para intentar una operación que sabe casi imposible.Así que Carrillo se conforma porque ya tiene lo que más le importa: el anuncio de que su sueño de décadas puede estar a punto de cumplirse.
«Días antes del Sábado Santo», confirma Carrillo, «a través de Armero me dicen cómo van a intentar la legalización y me recomiendan que no esté aquí. Yo me voy entonces a casa de Lagunero y quedo con Armero en que él me llama en cuanto la legalización se produzca».

Teodulfo Lagunero es para Carrillo lo que Armero es para Suárez: un amigo dispuesto a ayudar al líder comunista hasta el límite de sus fuerzas y a apoyar la causa de la legalización del PCE porque cree en ello. Y que, como Armero, pone todo su esfuerzo en la misión a cambio de nada.
Teodulfo Lagunero tiene un chalé en la Costa Azul, Villa Comet, y allá se va con su amigo Santiago a esperar el momento mágico y desde luego histórico que permitirá coronar el fragilísimo e inestable castillo de naipes que está levantando trabajosamente el presidente del Gobierno. Sin esta última carta, la construcción emprendida no estaría completa, pero ésta es precisamente también la carta que podría hundir definitivamente el esqueleto del futuro edificio y acabar para siempre con el proyecto.
«Yo nunca había visto a Santiago tan nervioso», recuerda Lagunero.«El es un hombre templado, tiene nervios de acero, pero aquella vez estaba impaciente, intranquilo, ansioso. No es que desconfiara, no. El estaba convencido de que el partido se legalizaba, pero quería que fuera ya, que todo sucediera de una vez».
Tiene motivos Santiago Carrillo para no desconfiar: muy pocas semanas antes, el 27 de febrero por la tarde, el líder comunista había celebrado una entrevista en el máximo de los secretos con el propio presidente Suárez. Por entonces él era el jefe de un partido clandestino y apreciaba bien la valentía y la decisión de un presidente del Gobierno que, en medio de un clima político extremadamente incierto, se había arriesgado hasta el punto de aceptar verse cara a cara con él. De aquel encuentro secretísimo Carrillo había salido sin ningún compromiso por parte de Suárez pero sí con dos convicciones: una, que la legalización se iba a producir y, dos, que Adolfo Suárez era hombre en cuya palabra él podía confiar. Los hechos posteriores no le desmintieron, todo lo contrario.
El Viernes Santo, 8 de abril, Adolfo Suárez se queda en Madrid con muy pocos de los suyos, los que él necesita para dar este salto mortal de resultados más que inciertos y en el que se lo está jugando todo. Y no sólo él: también se juega todo el Rey, que está al tanto de la operación y la bendice.

SOLO ANTE EL PELIGRO
El presidente se queda en Madrid sólo con las personas imprescindibles
«En ese momento, Adolfo no cuenta con casi nadie» dice Armero, «y esa decisión que él toma, de mandar a todo el mundo fuera de Madrid, es algo más que un acto simbólico de estar solo ante el peligro. Ese día nos quedamos en Madrid muy pocos, exactamente los que él necesita para mover el juego de ajedrez. Y nada más».
Las operaciones jurídicas y administrativas imprescindibles para cerrar la operación están aún sin terminar ese viernes y no será hasta el día siguiente cuando todas las jugadas acaben cuajando en un resultado positivo. Pero eso nadie, ni siquiera Suárez, lo sabe con certeza todavía.
Por eso, el propio presidente del Gobierno y cinco de sus ministros trabajan ese día en un Madrid vacío por vacaciones, en silencio absoluto y a toda velocidad, pero con el vértigo de no saber si las cartas que esperan tener pronto en las manos les van a permitir ganar finalmente la partida.

Sábado Santo, 9 de abril.
Las cosas se suceden esa mañana a un ritmo frenético. «Esa mañana temprano me llama Suárez» cuenta José Mario Armero, «y me dice: 'Voy a legalizar hoy al Partido Comunista'. Yo me puse muy nervioso y, como no sabía si tenía el teléfono de mi casa intervenido me tuve que marchar a la calle.Estuve andando por Madrid yo solo, esperando la llamada definitiva».
Pero lo más importante, lo que va a permitir a Suárez tomar en cuestión de horas la decisión de legalizar el PCE, está aún por llegar. Se trata del dictamen de la Junta de Fiscales, que ha sido convocada de máxima urgencia ese Sábado Santo a las nueve de la mañana.
Los fiscales deliberan durante tres interminables horas. Por fin, a las doce del mediodía la cúpula de la Fiscalía, presidida por el fiscal del Reino, concluye que, de la documentación que le ha sido presentada «no se desprende ningún dato que determine de modo directo la incriminación del expresado partido [el PCE] en cualquiera de las formas de asociacion ilícita que castiga el artículo 172 [del Código Penal] en su reciente redacción».Vía libre, pues, para Adolfo Suárez.
Una hora después, a la una de la tarde, el Ministerio de la Gobernación ya tiene preparada la resolución por la que el PCE queda inscrito en el registro de Asociaciones Políticas según la terminología vigente en la época. Y tanta prisa se dio Rodolfo Martín Villa, hoy presidente de Endesa y en aquel tiempo ministro de la Gobernación, en dar cauce rapidísimo a la legalización del PCE, que el documento que entra a formar parte del expediente oficial del caso se queda sin firmar. Pasados los años, siendo ministro del Interior el socialista José Barrionuevo, Martín Villa firmó por fin para la Historia un documento tan singular.
A esa misma hora, y en una carrera contra reloj perfectamente sincronizada, José Mario Armero, el intermediario de Suárez, llama a La Moncloa y recibe de boca del presidente la noticia que tanto había esperado: «Hablé con Suárez a la una de la tarde desde un bar del Rastro, el bar Alvarez. Después me marché inmediatamente a casa de mi amigo Basilio Martín Patino, [director de cine] para poder hablar ya más tranquilamente. Desde allí hablé con Carrillo y le comuniqué la noticia que, en principio, pues casi no lo podía creer».
Teodulfo Lagunero describe aquellos primeros instantes en su casa de Cannes, al borde del mar, como de un entusiasmo indescriptible.

Lo había estado esperando durante décadas, había empezado a considerarlo posible tan sólo hacía unos meses, lo sintió ya como cierto muy pocas semanas atrás y, por fin, ese día 9 de abril de 1977, se había hecho realidad en las siete palabras que Armero le lanzó por el teléfono: «Ya se ha legalizado el Partido Comunista».

Y, sin embargo, tiene razón el líder comunista cuando, años más tarde, comenta las sensaciones vividas en aquel instante único: lo más emocionante no fue ese momento irrepetible, sino todos los episodios que lo habían precedido y que habían ido abriendo, muy poco a poco, y en un recorrido cargado de alta tensión dramática, el camino para que ese día de Semana Santa acabara por llegar:

 «Era un momento emocionante, pero es verdad que, para quienes habíamos seguido ese proceso de cerca, ya no era tan emocionante porque era algo que esperábamos. Había sido mucho más emocionante el proceso en sí y los episodios que habíamos vivido, que la propia legalización».
A esas horas, la noticia política más importante y más decisiva de la historia de la Transición española es todavía un secreto.Y lo es porque el presidente Suárez necesita imperiosamente amarrar toda reacción, cada una de las palabras que vaya a pronunciar a partir de ahora el líder comunista y cada uno de los comportamientos que los militantes del PCE vayan a exteriorizar públicamente en todo el país.
«El contaba con el hecho de que estaba solo», explica Armero, «que no tenía ni amigos, ni ministros, ni militantes que le fueran a apoyar cuando se encontraran nada menos que con la noticia de la legalización del Partido Comunista en plena Semana Santa.¡Claro que temía la reacción y era lógico temerla! El quería hacer la mejor presentación posible de una decisión así, y por eso se hace la declaración».
Las negociaciones para la declaración pública del líder comunista se hacen a golpe de teléfono entre los dos hombres: Carrillo desde Cannes, Armero desde Madrid.
«Hombre, yo iba diciéndole a Carrillo lo que a Suárez le gustaría que se dijera. Santiago estuvo muy fácil, hizo la declaración de acuerdo con lo que yo le iba diciendo que era más conveniente y que tampoco iba contra sus principios».
Mientras la larga negociación telefónica transcurre, hay un hombre estupefacto que asiste al desarrollo de las conversaciones.Teodulfo Lagunero no da crédito a lo que oye de labios de Carrillo:
«Santiago tenía que hacer una declaracion pública en la que poco menos que se metía con Suárez diciendo algo así como que era anticomunista. Y le dije:
Hombre Santiago, yo creo que eso al pueblo español no le va a gustar, es un acto de desagradecimiento. Joder, si al jefe del Gobierno que te legaliza, tú vas y te metes con él van a decir '¿Pero este hombre quién es? ¡Pues vaya un sentido del agradecimiento que tiene!'. Y me dice Santiago:
Sí, ya lo sé, pero es que me lo ha pedido el propio Suárez y el que yo haga esta declaración está dentro del acuerdo.
Bueno, pues hazla muy moderadamente, de modo que no parezca un gesto tuyo de desagradecimiento, porque el pueblo no sabe que tú has pactado esa declaración».

«Entonces Santiago la redactó en mi casa, allí, de puño y letra, la firmó Villa Comet, 9 de abril, Tehoule sur Mer y me la regaló.Tiene tachaduras de cosas que se modificaron sobre la marcha, se la leyó por teléfono a Armero, que aún le dijo que cambiara algunos pequeños detalles. Santiago aceptó, le dijo que los podía cambiar y esa fue la declaración que dió enseguida Europa Press sobre la reaccion de Santiago ante la legalizacion del Partido».

DRAMATICO Y CHUSCO
Carrillo criticó públicamente a Suárez a petición del propio presidente del Gobierno
La situación, anómala y casi surrealista, encaja perfectamente con el espíritu que dominó el proceso de Transición desde su comienzo hasta que la Constitución fue aprobada. Este es uno de los incontables episodios tan dramáticamente arriesgados como irremediablemente chuscos de los que tuvieron lugar durante aquel tiempo.
«¡Joder!», recuerda Lagunero que le comentó a Santiago Carrillo.«¡Ahora resulta que el secretario general del Partido Comunista recién legalizado se mete con el jefe del Gobierno que le acaba de legalizar y lo hace, además, a petición del propio presidente del Gobierno!» Pero él me dijo:

«Así son las cosas de la política».
Carrillo, por su parte, aclara: «Yo sabía que si le daba un abrazo [a Suárez] en ese momento, era el abrazo del oso e iba a agravar todavía más sus dificultades. Y sabía también que si emitía una reserva sobre Suárez, en el fondo eso le iba a ayudar. Era una forma de mostrar que la legalización del PCE tampoco era una bajada de pantalones de Suárez. Diciendo que Suárez era un anticomunista inteligente pensábamos ayudarle porque a nuestra gente la legalización le bastaba para considerar a Suárez de una manera positiva, de nuestro lado no le iba a perjudicar».
A las seis de la tarde salta la noticia por los teletipos de la agencia Europa Press, la que tiene como presidente a José Mario Armero, quien se cobra así un precio simbólico y más que merecido por los esfuerzos denodados que ha dedicado a esta causa durante los últimos nueve meses.

La noticia es recogida inmediatamente por Radio Nacional de España:
«Señoras y señores, hace unos momentos, fuentes autorizadas del Ministerio de la Gobernación han confirmado que el Partido Comunista...perdón... que el Partido Comunista de España ha quedado legalizado e inscrito en el... perdón... (ráfaga musical)... Hace unos momentos fuentes autorizadas...(ráfaga musical)».
Los españoles se quedan en ese instante sin aliento. Así mismo se ha quedado ante el micrófono el periodista de Radio Nacional de España Alejo García que, vista la noticia en el teletipo, la arranca y sale corriendo al estudio para transmitir semejante bombazo informativo a todos los ciudadanos. A Alejo García no es sólo la emoción del impacto, sino también los efectos de la carrera los que le han dejado sin resuello.
Por fin, pasados unos segundos, retoma la palabra y suelta la noticia completa: el Partido Comunista ha quedado legalizado e inscrito en el Registro de Asociaciones Políticas.

«Eso era la ruptura» asegura Santiago Carrillo. «La ruptura con el pasado era la destrucción de todo lo que había sido la argumentación básica del régimen, según la cual el franquismo había surgido para contener la revolución comunista. Que se legalizara al PCE era romper ya con eso definitivamente. Yo creo que ese fue un momento crucial y por eso muy difícil, el más difícil de la Transición».

La noticia corre por toda España en cuestión de minutos. El júbilo de los militantes del partido es inmenso, pero sucede que, junto con la noticia, han recibido también unas instrucciones muy precisas: nada de demostraciones excesivas de júbilo que puedan ser consideradas como una provocación. Contención y buenas maneras.Esa es la orden.
El PCE era todavía por entonces, y lo siguió siendo durante algunos años más, un partido perfectamente disciplinado que obedecía como un sólo hombre las consignas de su dirección. Y, aquel día extraordinario, las bases responden sin excepciones y sin la menor resistencia a las órden impartidas por Santiago Carrillo.

«Armero, de parte de Suárez, nos había dicho que si, como consecuencia de la legalización, se creaba en la calle una situación de desorden, con banderas rojas, con La Internacional, con todo, eso podía dar pretexto al Ejército para intervenir.
Quizá nos pareció un poco exagerado, pero tampoco era tan irreal.Por eso decidimos aconsejar a nuestros camaradas que fueran prudentes, que no manifestaran de una manera desabrida o exultante su euforia porque se trataba de un proceso complicado y difícil en el que había que ir paso a paso y en el que había que evitar provocar a la ultraderecha y fundamentalmente al Ejército».
Tanto el líder comunista como el presidente del Gobierno tienen perfectamente claro en ese instante que este delicadísmo tramo de la transición política hacia la democracia sólo se podrá recorrer con alguna garantía de éxito si cada una de las dos partes cumple escrupulosamente su palabra y juega con total lealtad hacia el otro.
Es decir, si a cada movimiento de uno se sucede una reacción del otro que sea estrictamente la esperada o la solicitada. Nada más. Y nada menos.
Por eso, porque la moderación de los comunistas está en el pacto no escrito entre Adolfo Suárez y Santiago Carrillo, un pacto mudo que fue sellado en el encuentro secreto que ambos celebraron en la casa de campo de José Mario Armero el 27 de febrero, no hace ni seis semanas, por eso se cumple religiosamente el compromiso de la moderación pedida.
Centenares de manifestaciones de militantes comunistas se celebran en toda España. Las banderas rojas con la hoz y el martillo ondean sin afán de provocación pero también sin complejos y la alegría es más que palpable en las caras de los militantes.
Ahora bien, todas las manifestaciones tienen lugar en medio de un orden impecable. Muchas de ellas discurren por las aceras o a un lado de la calzada para no interrumpir el tráfico, cosa innecesaria porque en esos días las ciudades españolas están prácticamente desiertas a causa de las vacaciones de Semana Santa.
En el interior de los locales que a lo largo de años han albergado de una u otra manera al PCE, la celebración es por todo lo alto.
La sede clandestina del Partido Comunista en Madrid ha estado durante años en la calle de Peligros. Oficialmente, albergaba el Centro de Estudios de Investigaciones Sociales, CEISA. A partir de ese día una pancarta enorme cubre las cinco ventanas de la fachada con esta leyenda: PARTIDO COMUNISTA DE ESPAÑA.Esta es la sede del PCE.

En Cannes, mientras tanto, Santiago Carrillo hace las maletas.Se viene inmediatamente para Madrid. Le van a acompañar en el viaje tres personas: su mujer, Carmen; Teodulfo Lagunero y la mujer de éste, Rocío.


Lo peor y más dramático de este episodio está aún por llegar. Santiago Carrillo lo intuye. Pero para Adolfo Suarez se trata de una absoluta y aplastante certeza