“Su Majestad y yo habíamos hablado muchas veces de que yo iba a legalizar el Partido Comunista. Lo que pasa es que yo buscaba el momento más adecuado y, sobre todo, buscaba también que los comunistas asumieran también los planteamientos que suponíamos que iban a ser el eje fundamental en la elaboración de una futura Constitución. Ahora, que si el Rey sabía cuál iba a ser el momento preciso de la legalización, eso no. Yo se lo comuniqué en el mismo instante en que ésta se produjo (...)
Yo tuve
una conversación muy especial con Santiago Carrillo en una casa de Pepe Mario
Armero, en las afueras de Madrid. En un determinado momento, cuando yo le
estaba diciendo que yo podría legalizarle pero sólo en determinadas
circunstancias, él me dice: “Si yo lo leo en sus ojos que usted me va a
legalizar”. Y yo le contesto: “No, no le voy a legalizar”. Estábamos,
naturalmente, negociando. En un determinado momento me dijo que por qué tenía
él que creer en mí y yo no podía creer en él. Y tenía razón, así que le dije
que, bien, que yo le legalizaba si él, a continuación, hacía en su partido esos
cambios de aceptación de la bandera, Monarquía ..., lo cual no implicaba que su
partido tuviera que defender a la Corona, porque todo el mundo en un sistema
democrático puede y debe defender la forma de Estado que considere más
oportuna. Otra cosa es que tenga o no tenga el apoyo popular. Entonces se
produjo la legalización en los términos que todo el mundo sabe. Y Carrillo
cumplió su palabra (...).
En el
momento en el que yo tomo la decisión de legalizar el Partido Comunista, y la
tomo con el concierto de varios ministros, no se puede decir que se trata de un
hecho aislado y sin precedentes. Todos los que estábamos trabajando en la línea
de llegar a la convocatoria de unas elecciones generales libres que permitieran
el renacimiento de la democracia en nuestro país, todos sabíamos que se iba a
legalizar el PCE. Lo queríamos hacer en el momento en que fuera menos
traumático para el país porque es cierto que tantos años vapuleando al Partido
Comunista y haciéndole depositario de todos los males que había tenido como
consecuencia un estado, digamos que mayoritario, por lo menos de recelo hacia
el PCE. Por la tanto, la decisión la toma el presidente del Gobierno, pero la toma
con el conocimiento de sus ministros y con su apoyo, naturalmente. Y se lo
comunico al Rey.
El
hecho de que se produjeran en algunos sectores militares y en el propio
gobierno manifestaciones contrarias a la decisión y, en algunos casos, con
acompañamiento de excesivos adjetivos... bueno, debía preocuparnos poco salvo
que sobrepasaran el listín de lo que es permitido, por ejemplo, a unos
militares con respecto a un presidente de Gobierno. Y ese listón yo no toleré
nunca que se sobrepasara. Jamás. Que manifestaran su discrepancia me parecía
perfectamente lógico. Que esa discrepancia la llevaran a su actividad
profesional, no lo toleraría yo nunca (...).
Yo
legalicé al Partido Comunista porque en aquel momento me parecía clave desde el
punto de vista nacional, y de manera muy especial, desde el internacional. Y
también por ser de justicia que nos olvidáramos de los traumas de la guerra
civil y que el Partido Comunista, inmerso en un Estado democrático, tuviera la
oportunidad de jugar el papel que le correspondiera en función de los votos que
obtuviera en las elecciones. Y tengo que decir que Santiago Carrillo prestó un
servicio importante, importantísimo de hecho, porque gracias a él los
niveles de agitación que pudimos vivir entonces –que vivimos muchísimos- se
hubieran podido multiplicar por la acción de los comunistas. Pero, sobre todo,
que a mi juicio habría sido una injusticia tremenda el dejarles fuera del
sistema democrático. Me hubiera parecido intolerable”.
Prego,
Victoria. Presidentes. Veinticinco años de historia narrada por los cuatro
jefes de gobierno de la democracia. Barcelona: Plaza & Janés, 2000, p.
57- 66. (I. Adolfo Suárez. La apuesta del Rey (1976-1981)