jueves, 30 de diciembre de 2010

Duelo por la República Española

Las matanzas en el bando antifranquista durante la Guerra Civil no fueron de los republicanos, sino de los partidarios de una revolución social que, de haber triunfado, también hubiera supuesto el fin de la República

SANTOS JULIÁ 25/06/2010.- Tribuna, El País


En la noche del 22 al 23 de agosto de 1936, Manuel Azaña y su amigo y abogado Ángel Ossorio mantuvieron una larga y dramática conversación en el Palacio Nacional. Habían llegado a Palacio las noticias de las atrocidades cometidas por milicianos en el asalto a la cárcel Modelo de Madrid, donde fueron abatidos o fusilados varias decenas de presos, entre otros Melquíades Álvarez, antiguo jefe político de Azaña en el Partido Reformista. Azaña no puede soportar el duelo inmenso por la República, la insondable tristeza que le produce la matanza y siente veleidades de dimisión. Ossorio, que ha sido llamado por Cipriano de Rivas, cuñado del presidente, intenta tranquilizarlo recurriendo a un argumento que irrita a su amigo, pero que acaba por calmar su ansiedad: las muertes de aquellas personas, muchas de ellas encarceladas con el único propósito de garantizar su seguridad, entraban en la "lógica de la historia".

Esa conversación, que Azaña reproducirá en su diario y en La velada en Benicarló, condensa como ninguna otra el drama político y de conciencia vivido por un puñado de republicanos -y por algunos socialistas- ante la enormidad de los crímenes cometidos en los territorios que habían quedado bajo autoridad nominal del Gobierno legítimo. Lo vivían, ese drama, quienes, sabiendo de los crímenes y sintiendo repugnancia por tanta sangre derramada, decidieron mantenerse leales a la República. No se lo plantearon los que mataban, que consideraban la muerte de los representantes del viejo orden social como una exigencia de la revolución; tampoco quienes, sin matar, los justificaban por alguna necesidad histórica o porque antes de la revolución fue la rebelión, como el católico y jurista Ossorio; ni, en fin, quienes apoyándose en su comisión se apresuraron a poner tierra por medio para refugiarse en una tercera España que se pretendía neutral y se constituía, en París, como reserva de futuro.
De modo que el debate sobre la naturaleza y alcance de los crímenes cometidos en territorio de la República como consecuencia inmediata de la rebelión militar es tan viejo como aquellas semanas de julio y ha suscitado no solo apasionados enfrentamientos, sino grandes obras literarias, como el paseo por Madrid del profesor particular de filosofía Hamlet García, un álter ego de Paulino Masip; o la atormentada angustia de un joven juez durante los Días de llamas, de Juan Iturralde; o los cortos, magistrales, relatos de Manuel Chaves Nogales. Tal vez si nos situáramos en esa larga y honda corriente y abandonáramos la vana pretensión de decir algo grande y definitivo -esa "puñetera verdad" a la que se refiere Javier Cercas- que no se haya dicho ya mil veces sobre nuestro horrible pasado, evocaríamos los crímenes entonces cometidos en zona republicana como una tragedia por la que todos tendríamos que hacer duelo. Porque el duelo del que hablaba Azaña obedecía a la evidencia -insoportable para quienes esperaron algún día que la República significara el amanecer de un nuevo tiempo-, de que esas matanzas nada tenían que ver con su defensa ni con los valores por ella representados, sino con el comienzo de una revolución social que, entre otras catástrofes como acelerar la derrota, significaría, de triunfar, el fin de la misma República. Cuando se comparan los crímenes de los rebeldes con los de los leales, al modo en que Ossorio se lo decía a Azaña: ellos comenzaron; o se insiste en que fueron menos: ellos matan más; o se reducen a desmanes de incontrolados: ellos planifican; lo que se olvida es que esos crímenes obedecieron a una lógica propia, reiteradamente publicitada desde discursos de líderes anarquistas, comunistas y socialistas, repetidos cada vez que se cometía un crimen masivo: que era preciso destruir desde la raíz el viejo mundo, prender fuego a sus símbolos y proceder a la limpieza de sus representantes.


De esta suerte, muchos miles de asesinados en las semanas de revolución no lo fueron por franquistas ni por apoyar a los rebeldes: de lo primero no tuvieron tiempo ni de lo segundo, ocasión. Murieron porque quienes los mataron creían que una verdadera revolución -que es una conquista violenta de poder político y social- solo puede avanzar amontonando cadáveres y cenizas en su camino. Fue en ese marco y movidos por estas ideologías y estrategias por lo que se cometieron en territorio de la República, durante los primeros meses de la guerra, crímenes en cantidades no muy diferentes y con idéntico propósito que en el territorio controlado por los rebeldes: la conquista, por medio del exterminio del enemigo, de todo el poder en el campo, en el pueblo, en la ciudad. Luego, desde los hechos de mayo de 1937 en Barcelona, la guerra continuó, la República consiguió rehacer un ejército y un mínimo aparato de Estado y, aunque no se puso fin a las ejecuciones sumarias, al menos se controlaron las matanzas.


Solo ahí comienza la verdadera diferencia en la que tanto insisten quienes califican de desmanes los crímenes de unos y de genocidio o crimen contra la humanidad los de otros. La diferencia consiste en que, a pesar de su rearme, la República no logró conquistar nuevos territorios, y dentro del suyo la limpieza ya había cumplido la tarea que se le había asignado sin que la revolución social hubiera culminado como revolución política: en un territorio progresivamente reducido era inútil -y ya no había a quién- seguir matando a mansalva, como en las primeras semanas de la revolución. Los rebeldes, sin embargo, cada vez que ocupaban un pueblo, una ciudad, proseguían la implacable y metódica política de limpieza valiéndose de la maquinaria burocrático-militar de los consejos de guerra. Eso fue lo que cavó un abismo entre la rebelión triunfante y la República derrotada, un abismo en el que sucumbieron otros 50.000 españoles fusilados tras inicuos consejos de guerra una vez la guerra terminó.


Uno de los vencedores, Dionisio Ridruejo, definió hace ya varias décadas la política de limpieza realizada por su propio bando como una operación perfecta de extirpación de las fuerzas políticas que habían patrocinado y sostenido la República y representaban corrientes sociales avanzadas o movimientos de opinión democrática y liberal. Una represión, escribía Ridruejo, dirigida a establecer por tiempo indefinido la discriminación entre vencedores y vencidos. ¿Cómo se podía derribar esa barrera divisoria, cómo se podía iniciar un proceso que clausurara esa discriminación? La historia se ha contado ya mil veces: no existía posibilidad de reconstruir la mínima comunidad moral en que consiste cualquier Estado democrático si gentes procedentes de los dos lados de la barrera no establecían una corriente en ambas direcciones para sentarse en torno a una misma mesa, hablar, negociar y llegar a algún acuerdo sobre el futuro.


Y eso empezó a ocurrir, en España y en el exilio, desde los contactos de la Alianza Nacional de Fuerzas Democráticas y del PSOE con la Confederación Monárquica al final de la II Guerra Mundial, y siguió con los encuentros de hijos de vencedores y vencidos en las universidades desde mediados los años cincuenta, con la política de reconciliación aprobada por el Partido Comunista en junio de 1956, con el coloquio de Múnich de 1962, con las reuniones de las comisiones obreras -entonces todavía con artículo y minúsculas- y de movimientos ciudadanos en locales facilitados por parroquias y conventos, con las iniciativas de diálogo y colaboración entre comunistas y católicos en los años sesenta y las Juntas Democráticas de los setenta. En todos estos encuentros se trataba de mirar al futuro sin dejarse atrapar por la sangre derramada en el pasado, de hablar por eso un lenguaje de democracia que daba por clausurada la Guerra Civil o, para decirlo como entonces se decía, que consideraba la Guerra Civil como pasado, como historia, no como algo presente que pudiera determinar el futuro.


Esta visión, y las consecuencias políticas de ella resultantes, es lo que está a punto de ser arrojada al basurero de la historia con la creciente argentinización de nuestra mirada al pasado y la demanda de justicia transicional 35 años después de la muerte de Franco. Denostada hoy como mito y mentira, la Transición fue el resultado de una larga historia española iniciada por un sector de quienes fueron jóvenes en la guerra y continuada por un puñado de quienes fueron niños en la posguerra. No es una historia de miedo ni de aversión al riesgo; consistió más bien en mirar adelante, recusando la herencia recibida, y no a los lados, desde donde no se esperaba ningún impulso democratizador. Esas gentes construyeron una democracia -imperfecta, deficitaria, como todas- sobre una experiencia política de diálogo y reconciliación en la que nadie pretendió defender las razones que pudieran haber asistido a sus padres cuando empuñaron las armas. Si cada cual, a la muerte de Franco, hubiera puesto encima de la mesa su puñetera verdad, es posible que todos nos hubiéramos ido a hacer puñetas dejando como única herencia el lamento por otra gran ocasión perdida.

domingo, 26 de diciembre de 2010

La muerte de Antonio Herrero

La noche en la que Aznar comunicó a los amigos del periodista que estaba harto de él.
«Es que no se puede oír. Las cosas que ha dicho Antonio son intolerables». FEDERICO JIMÉNEZ LOSANTOS desvela en «De la noche a la mañana» la cena que Luis Herrero y él tuvieron el 1 de mayo de 1998 con Aznar en Moncloa, en la que el presidente, muy tenso, afirmó que no aguantaba más las críticas de Antonio. La fatalidad hizo que al día siguiente el periodista muriera ahogado en Marbella. Extracto de dos capítulos del libro del director de «La mañana».

FEDERICO JIMÉNEZ LOSANTOS.«Es que no se puede oír. Las cosas que ha dicho Antonio son intolerables».

FEDERICO JIMÉNEZ LOSANTOS desvela en «De la noche a la mañana» la cena que Luis Herrero y él tuvieron el 1 de mayo de 1998 con Aznar en Moncloa, en la que el presidente, muy tenso, afirmó que no aguantaba más las críticas de Antonio. La fatalidad hizo que al día siguiente el periodista muriera ahogado en Marbella. Extracto de dos capítulos del libro del director de «La mañana».




EI 2 de mayo de 1998, de la noche a la mañana, mi vida cambió. En realidad, había empezado a cambiar el 1 de mayo, uno de esos días madrileños de primavera capaces de curar cualquier invierno: cálidamente frescos al atardecer y frescamente tibios al anochecer, algo así como el Despotismo Ilustrado aplicado a la meteorología. Habíamos llegado al palacio de La Moncloa en el coche de Luis Herrero para cenar con el presidente del Gobierno, que nos había invitado esa misma tarde. Al día siguiente, Aznar tenía su primer día de gloria: viajaba a Bruselas para firmar un milagro: nuestra incorporación al sistema de moneda única europea, el euro. Al dejar el Poder el PSOE de Felipe González, tras más de trece años de Gobierno, España no cumplía ninguna de las condiciones de estabilidad financiera y presupuestaria para entrar en el euro. Sólo dos años después de la llegada del PP al Poder, y tras severas medidas de control del gasto público, las cumplía todas. El 2 de mayo de 1998 iba a inaugurarse oficialmente también la etapa de mayor prosperidad económica en la historia de España, pero esa noche tampoco lo sabíamos. Lo único que nos intrigaba era saber qué quería el Presidente.
La cena empezó cuando aún quedaban rastros de luz en las copas de los árboles. Ana Botella nos saludó con amable brevedad y subió a acostarse, porque quería estar fresca al día siguiente. En cambio, se quedó a cenar con nosotros José María, el hijo mayor del Presidente, con el que Luis tenía relación por los veranos de Oropesa. La hora de condumio transcurrió así entre oficiosidades y familiaridades, con abundantes referencias al Milagro del Euro que tanto nos había entusiasmado a los liberales, pero no por la moneda única, que no nos llenaba de alegría, sino por el control del gasto público y la lucha contra el déficit, garantía de prosperidad a medio plazo si además se bajaban los impuestos, como efectivamente sucedió. En La linterna de la COPE, que por entonces dirigía Luis y donde me dedicaba durante una hora larga a repasar los periódicos del día siguiente y al zafarrancho tertuliano, yo era uno de los más fogosos defensores de esa política económica genuinamente liberal e inédita en España desde el Cánovas anterior a 1898, el año de La Catástrofe, que en esas fechas se recordaba y que no lo fue tanto por la pérdida de las colonias como de los principios liberales. Huelga decir que esa referencia histórica, tan elogiosa como cierta, no molestaba nunca al Presidente, y esa noche tampoco. Parecía encantado con la silente participación de su primogénito en el alborozo intelectual que en algunos medios podía provocar su política económica.
Burla, burlando, llegó el helado de café. Y entre referencias a Von Mises y a los deportes náuticos en Oropesa, al Cánovas redivivo que nos daba de cenar y al deseado Sagasta capaz de asegurar desde el PSOE la continuidad de la nación y de la gestión económica -un perfil en el que no encajaba precisamente el nuevo candidato socialista, Borrell, con el que tres días después debía enfrentarse Aznar en el Parlamento-, su hijo hizo mutis escaleras arriba, tras las citas padelianas de rigor. El presidente del Gobierno se situó entonces al otro lado de un gigantesco habano. Y Luis y yo nos parapetamos tras dos descafeinados con leche, dispuestos a enterarnos, por fin, de la razón de aquel encuentro.
Pronto se despejó la incógnita. Aznar estaba francamente molesto, qué digo molesto, verdaderamente enfadado; bueno, enfadado es poco; absolutamente indignado, pero indignado del todo, ilimitada, superlativa, apocalípticamente, con Antonio Herrero. No es que la COPE, donde nos habíamos refugiado los que por defender a Aznar como única alternativa lógica al felipismo fuimos despedidos en 1992 de Antena 3 Radio y Televisión, le ahorrara disgustos. Por ejemplo: nosotros dos habíamos criticado su olvido de las promesas de regeneración democrática en el caso de los papeles del CESID, y yo seguía censurando especialmente la decapitación de Vidal-Quadras en el PP de Cataluña. Pero esa crítica, aunque no la compartiera y la encontrara injustificada, podía comprenderla. En cambio, «lo de Antonio Herrero en La mañana» le resultaba «intolerable». Y una y otra vez, mientras cuidaba con eficacia sonámbula la combustión del habano, repetía la misma palabra: «Intolerable».
Yo recurrí al argumentario histórico: Antonio Herrero había sido la pieza clave del periodismo comprometido que, desde distintos medios de comunicación, mantuvo una crítica implacable a la corrupción y al crimen de Estado del felipismo. Tanto el ABC de Anson como el Diario 16 de Pedro J. Ramírez, y, tras su defenestración por presiones del Gobierno del PSOE, EL MUNDO, tuvieron en el programa de Antonio Herrero (El primero de la mañana en Antena 3, La mañana en la COPE) el altavoz que ampliaba sus denuncias, la conciencia crítica que respaldaba sus argumentos, el lugar donde se refugiaban los damnificados por el felipismo para seguir políticamente vivos, la batería de tertulias que diariamente trataban de conmover la conciencia cívica. Sin la radio, sin aquella radio madrugadora e implacable de Antonio, cada periódico por su lado y todos en bloque no hubieran alcanzado la eficacia galvanizadora en la derecha moderna y la disuasión moral en cierta izquierda antigua que dejó de apoyar al PSOE.
El precio de esa crítica al felipismo -seguía repitiendo yo, como si Aznar, el gran beneficiario, no lo supiera- fue terrible: a la persecución profesional se unían las feroces campañas de difamación personal e incluso familiar a manos de Polanco y empresas satélites, como Zeta y La Vanguardia. En esos mismos días, tras el terrible episodio del vídeo de Pedro Jota (promovido desde el entorno de González y los GAL, con El País y la SER como altavoces del linchamiento social, del asesinato civil y profesional del director de EL MUNDO), el propio Antonio afrontaba una campaña implacable del PSOE, PRISA y un importante sector de la Conferencia Episcopal para echarlo de la COPE. La excusa, que no la razón, fue un desliz lamentable de Antonio comparando a la portavoz del Gobierno de González con Monica Lewinsky (el origen de la especie era el difunto Francisco Fernández Ordóñez, ministro en ese gabinete), por el que inmediatamente pidió perdón, y volvió a pedirlo durante días y días, por supuesto sin éxito. Para la izquierda era la ocasión de vengarse del pasado y, sobre todo, de acabar con el molesto presente de la COPE, cuya fuerza esencial era La mañana, un programa con casi dos millones de audiencia, según el hostil EGM, que competía eficazmente con el de Iñaki Gabilondo en la SER, como José María García en los deportes o Luis en La linterna. Sin Antonio en La mañana, nadie creía posible la supervivencia de la cadena. Y en esa situación de crisis profesional y de brutal acoso personal era increíble que viniera el presidente del Gobierno, precisamente José María Aznar, a criticar a Antonio Herrero.




LA CONDENA.
-¡Es que no se puede oír! ¡Éstos -y señalaba la escalera por la que se había ido su hijo; supusimos que el otro no-oyente era Ana Botella- es que ya no le oyen!.
-Bueno, pues que no le oigan. Se supone que esto es una democracia, ¿no? Que pongan a Luis del Olmo, Radio Nacional o, como le dije a Carlos Aragonés el otro día, poned todos el hilo musical, que es lo que os va. Así os enteraréis de lo que pasa.
-Te digo que es que es intolerable. Lo del CESID [escuchas ilegales en una sede de Batasuna] es intolerable. Las cosas que ha dicho Antonio son intolerables.
-Las que diga la SER hay que tolerarlas, claro. Lo que diga Antonio, no. ¡Que tengas a los chapuzas del GAL a las órdenes de Eduardo Serra: eso sí es intolerable!.
Llegados a ese punto de bloqueo, yo no quería ver, o simplemente no veía, qué sentido tenía la discusión y, por ende, la cena, hasta que Luis, que por haber nacido en un gobierno civil tiene una percepción olfativa y hasta adivinatoria de la política, lo puso de manifiesto con toda crudeza:
-Mira, Presidente, antes de seguir, que el malentendido no quede entre nosotros: antes me colgarán del palo mayor que traicionar a Antonio.
Yo me quedé estupefacto. De pronto, todo -la cena, la discusión, el aire que olía a habano caro pero que se podía cortar con un cuchillo, la mirada rifeña del Presidente- cobraba un sentido dramático. Estuve a punto de corregir a Luis diciendo que Aznar no nos había dicho tanto, pero era evidente que de eso exactamente se trataba, porque bastaba una frase para deshacer el equívoco y el único que podía hacerlo no la pronunciaba. Luis todavía le dio otra oportunidad:
-No sé lo que pensará Federico. Yo hablo sólo por mí, pero desde aquí te digo que yo no voy a abandonar a Antonio. Pase lo que pase.
Y Aznar siguió sin desmentir que ése era precisamente el objeto de la cena: anunciarnos la condena de Antonio, si de él dependía, y la voluntad de salvarnos de la quema profesional a nosotros dos. Siempre que respaldásemos su postura, obviamente. O, lo que venía a ser lo mismo, siempre que no hiciéramos causa común con el condenado.
A partir de ese momento, los recuerdos de aquella apacible pero tormentosa noche cristalizan en muchas frases sueltas y una imagen recurrente, obsesiva. Tras la intervención de Luis y el silencio de Aznar, me tocaba hablar a mí. Y esta vez con plena conciencia de que era precisamente lo que Aznar no quería oír, dije que , yo también seguiría la suerte de Antonio... y de Luis. Entonces, Aznar, poseído por una especie de furia muscular, se levantó y empezó a pasear junto a la mesa, de izquierda a derecha y de derecha a izquierda, siempre con el puro por delante, en involuntaria parodia de Groucho Marx. Enfrente, sin mirarnos pero sin dejar de vernos, Luis y yo buscábamos una salida dialéctica a lo que, según creíamos entonces, ya nunca podría tenerla.
Mientras la noche de mayo se aburría tras las ventanas, nos fuimos turnando en la técnica favorita de Luis para abordar los problemas insolubles: constatar que no era la primera vez que se planteaban y que, por lo tanto, no eran necesariamente mortales. Ante la acelerada esfinge peripatética en que se había convertido el Presidente, fuimos repasando distintos episodios de la crisis permanente en nuestra relación con el PP, cuando el equívoco de que estábamos en una misma lucha tropezó con la evidencia de que nuestras intenciones, si caía el PSOE, eran muy distintas. Podían haber coincidido, o al menos marchar por caminos paralelos, pero Aznar no quiso. Para él siempre fue prioritaria la disolución de lo que Juan Luis Cebrián llamaba el Sindicato del Crimen, fórmula acuñada precisamente cuando Polanco, Godó, Asensio y Mario Conde firmaron en 1992 el «Pacto de los Editores» para defender a los responsables de los crímenes del GAL. El delito clave perpetrado por aquella Banda de los Cuatro fue la compra y cierre de Antena 3 Radio y la reconversión felipista de Antena 3 Televisión, que supuso nuestra expulsión fulminante de la primera cadena de radio de España y de la primera televisión privada. Tras el antenicidio y una campaña ferozmente guerracivilista, el PSOE, convertido definitivamente en PRISOE, ganó las elecciones del 93. Y todo fue a peor.




EL DESALOJO.
Ese episodio y las raíces ideológicas y políticas del deterioro de la democracia española las expuse en La dictadura silenciosa (1992), cuya presentación hicieron nada menos que siete grandes figuras periodísticas del antifelipismo, dando así cuerpo y verosimilitud a la existencia de ese supuesto sindicato informativo poderoso, unido e implacable. Curiosamente, sólo faltaba en la foto Antonio Herrero. Sin embargo, en vísperas de las elecciones del 93, algunos ya vimos que si el PP ganaba los comicios no contaría con los que tan desinteresadamente nos habíamos jugado crédito y empleo por ayudar a la alternancia de Gobierno, esto es, a la llegada de Aznar a La Moncloa. Y no sólo lo vimos sino que lo conté en el prólogo de Contra el felipismo (1993), en el capítulo Los parientes pobres, cuando el comportamiento despectivo del portavoz aznarista Miguel Angel Rodríguez en la COPE durante la última entrevista preelectoral de Antonio a Aznar, ya en el Poder, entonces favorito en las encuestas, me recordó esa figura del pariente pobre venido del pueblo y cuya presencia molesta al nuevo rico porque le recuerda su propio origen, justo lo que pretende borrar ante su nuevo entorno social. Por lo visto, Aznar había decidido empezar el desalojo de los parientes pobres, incluso de las habitaciones de servicio. Y el primero tenía que ser, naturalmente, El primero de la mañana. O sea, Antonio Herrero.
El tira y afloja, o más bien, el tira sin aflojar, se prolongó hasta casi las dos de la mañana. Pese a que al día siguiente debía levantarse a las seis, Aznar no acababa de despedirnos, quiero decir de irse a la cama. Esa parte de la discusión, cuando ya estaba dicho todo y sólo se trataba de comprobar la resistencia del rival, se me hizo eterna. La despedida, en la puerta del palacio, fue bastante más fría que la fresca noche de mayo. Al salir de La Moncloa, guardamos en el coche un atribulado silencio que se prolongó hasta aparcar a la puerta de mi casa. Sólo allí, mirando por el retrovisor, lo rompió Luis:
-¿Y quién se lo dice a Antonio? Desde luego, yo no.
-Pues alguien se lo tiene que decir.
-Pues díselo tú.
-Hombre, lo lógico es que seas tú. Como siempre.
-Ni hablar. Sé lo que sucederá a continuación: atacará a Aznar, poniéndonos por testigos, y se liará la mundial.
-A lo mejor es la única forma de que las aguas vuelvan a su cauce.
-¿Qué cauce? Ya no hay cauce. ¿No has visto cómo está éste?.
-Bueno, pues que se nos lleve a todos la riada. Pero hay que decírselo.
-Desde luego. Pero no seré yo.
-Yo creo que debemos decírselo los dos. Pero tenemos algún día de margen. Mientras, habría que asegurarse de que Aznar está dispuesto a llegar hasta el final.
-Ya lo has visto. Esta vez, sí. Antonio tiene en la COPE los días contados.
-Y nosotros, si estamos con él.
-Muy probablemente.
-Bueno, si Aznar nos ha llamado para que elijamos, nosotros ya hemos elegido. Ahora lo que tenemos que evitar es ponérselo fácil.
-No te engañes, nadie va a mover un dedo por Antonio. La oposición no lo perdona. El Gobierno no lo tolera. Los obispos no quieren líos. Quedamos nosotros y poco más. Pero muy poco más. Porque, claro, ahora empezarán las traiciones. Fede, por favor, no, otra vez a la guerra, no. Otra vez Antena 3, no. Qué horror. Qué aburrimiento.
-Hay cambios, Luis. Esta vez no tenemos adonde ir. Ni a nadie que nos apoye.
-Sí, eso es un cambio, debo reconocerlo.
-¿Tienes pensado algo?.
-De radio, nada, olvídate. Tendrás más tiempo para escribir libros. Y yo también.
-¿Y qué va a hacer Antonio?.
-Por eso no te preocupes. Seguro que muchas cosas. Pero lo peor es decírselo.
-Bueno, no le des más vueltas. Hablamos mañana.
-Sí, porque se nos va a hacer de día. Hasta mañana, Fede.
-Hasta mañana, Luis. Duerme si puedes.
-Lo mismo digo.
No recuerdo cómo dormí. Sí que me levanté tarde, como siempre entonces. Y que a eso de las cinco vinieron a tomar café José María Marco y Javier Rubio. Serían las seis cuando sonó el teléfono. Supuse que era Luis, para comentar la cena del día anterior. Y, efectivamente, era Luis. Al principio, por la voz entrecortada, creí que no lo entendía bien. Luego me di cuenta de que no era el teléfono, ni el llanto. Era que no quería oír lo que me estaba diciendo:
-Federico... Antonio Herrero... se ha muerto.
Toda la noche anterior se me vino encima de golpe. Y sobre mi pena, sentí como una piedra negra en el pecho la pena de Luis, su amigo, cuya preocupación sólo unas horas antes, a la misma puerta de la misma casa desde la que le estaba hablando, no era enfrentarse con el presidente del Gobierno sino «tener que decírselo a Antonio». Ahora ya era lo único por lo que, ay, no teníamos que preocuparnos. Los datos que a trompicones, entre preguntas atropelladas, lívidas de tan afónicas, me fue dando Luis eran escasos, pero no dejaban lugar a dudas ni a esperanzas: había sido a las cinco y pico, haciendo submarinismo, estaba en su barco con Cristina y unos amigos, le había reconocido uno de la ambulancia cuando se lo llevaban, ése llamó a alguien de la COPE, y lo había confirmado la misma Cristina. No, no podía ser un error, era Antonio. Y estaba muerto.
Mientras Marco se aferraba a la posibilidad de un error de identificación, porque en el fondo creía, como todos, que Antonio no podía morir, Javier me miraba espantado y yo pensaba en cómo decírselo a María, que estaba abajo, en la plaza, jugando con los niños. Unos meses antes habíamos ido a Ronda con Antonio, Cristina y su hija pequeña. Con el calor y las curvas, los niños se marearon un poco subiendo desde Marbella, pero Ronda les gustó. Hicimos muchas fotos. A mí me gustaba una de los niños en el puente, con sus gorritas, sentados contra las rejas de hierro y con el vertiginoso tajo del río a sus espaldas. La amplié y la puse en mi despacho. Ahora yo pensaba en cómo les diríamos que Antonio, aquel amigo de papá que les llevó a Ronda, se había ahogado en el mar. Entonces el teléfono volvió a sonar. Otra vez Luis. Todo confirmado, todo consumado. García estaba buscándonos plaza en el primer avión a Málaga. Saldríamos enseguida.
Pero, como aprendí aquella tarde, una de las diferencias entre los que se dedican al periodismo y los demás es que, en la muerte de un amigo íntimo y en similares circunstancias, unos tienen que preparar la bolsa de viaje y otros tienen que escribir antes el obituario. Pedro Jota llamó una, dos o tres veces, conmocionado. El de EL MUNDO para el día siguiente tenía que escribirlo yo. Luis era incapaz de escribir una letra (yo sabía bien por qué) y, además, el columnista del periódico era yo. Pedro escribiría el editorial y yo tenía que escribir el obituario. No se entendería de otro modo. Se habían hecho las siete o las ocho y el sábado los diarios cierran antes porque la tirada del domingo es mucho mayor. En todo caso, esperarían a que terminara el obituario para que arrancaran las máquinas. Me mandarían por fax datos biográficos, si los necesitaba. Dos o tres folios y podría irme a coger el avión con Luis, que también esperaría.
Pocas veces me ha costado tanto escribir. Tuve que poner boca abajo la foto de los niños en Ronda porque se me saltaban las lágrimas. No podía decir que yo bromeaba con Antonio y le llamaba paterpanem de mi hijo mayor, porque me ofreció ser su comentarista político diario en El primero de la mañana en septiembre de 1986, un mes antes de que naciera y sólo veinte minutos después de que Luis del Olmo me ofreciera una colaboración semanal, de modo que la criatura vino al mundo con dos panes radiofónicos bajo el brazo. Tampoco podía contar, ni siquiera insinuar nada sobre la cena del día anterior en La Moncloa, la animadversión de Aznar y la absoluta soledad profesional en que se había quedado Antonio, porque nada hubiera podido doler más a sus familiares ni hacer más felices a sus enemigos. Hablé con Luis, una vez más, para ver cómo enfocar el obituario. A diferencia de lo que suele hacerse, nos decantamos por la piedad para los vivos y lo útil para el muerto. Empezaría recordando la figura de su padre, a la que tan unido estaba, para consolar a su madre y sus hermanos; terminaría con una referencia a Cristina y sus hijos, y en medio, su vida y el significado de su obra. Al fin, lo más personal del obituario acabó siendo lo más político. El destino, supongo.




EL GOLPE MEDIATICO DEL 11-M.
Es difícil contar hoy lo que sucedió en las 72 horas siguientes a la masacre del 11-M, eso que un implacable análisis de EL MUNDO definió como «los tres días de agit-prop de la SER». Hoy sabemos con toda seguridad que lo que nos contaron sobre los presuntos autores del 11-M era mentira. No sabemos qué fue exactamente lo que pasó, pero sí que la manipulación del «factor islámico» por el PSOE y Polanco, o viceversa, convirtió el mazazo psicológico sufrido por la izquierda en un auténtico golpe mediático infligido a la derecha. Pese a los intentos de amordazamiento de los pocos medios sin pelos en la lengua, a las mentiras en cascada y a la desvergonzada manipulación del sumario del 11-M por el Gobierno Zapatero, no hay muchas dudas sobre el carácter secundario de una «trama islamista» compuesta esencialmente por confidentes o por pequeños delincuentes «moritos» controlados prácticamente en su totalidad por la Policía, la Guardia Civil o el CNI. Y si los pseudoislamistas fueron la coreografía, el guión y ejecución sólo pudo corresponder a las dos fuerzas con capacidad para acometer esa masacre: la ETA o los servicios secretos españoles. O una combinación de ambos.
Pero eso es lo que hoy sabemos, tras descubrir que todo lo que nos dijeron en los tres días más siniestros de la historia de España era falso, de cabo a rabo, de principio a fin, sin otro objetivo que conseguir una derrota electoral del PP que, según todas las encuestas, era imposible sólo tres días antes y acabó siendo estremecedoramente cierta apenas tres días después. Hoy deducimos, por el encadenamiento lógico de los hechos, que hubo en esos días quien supo guiar a la opinión pública, convirtiendo el miedo ingobernable de las masas en un argumento moral, político y electoral cuidadosamente gobernado, tanto que 11 millones de personas acabaron respaldando los supuestos argumentos de los presuntos asesinos contra el Gobierno legítimo de la nación, llegando al extremo de justificar a los verdugos por la sangre derramada de las víctimas. (...).
Para los medios de la derecha estaba claro que el PSOE se atrincheraba en la posibilidad de un atentado islamista para eludir las consecuencias electorales de la masacre etarra y para invertir el proceso de responsabilidades políticas, echándole a Aznar la culpa de la masacre por su respaldo político a Bush y Blair en la guerra de Irak. Para los izquierdistas, tras el susto terrible de una masacre etarra que los hubiera hundido electoralmente, se trataba de actuar a toda prisa, para darle la vuelta a la situación. Entonces, todo el mecanismo de propaganda y odio engrasado en los dos años anteriores se puso en marcha. En la gigantesca manifestación de la tarde-noche del viernes ya se insultaba a Aznar y al Gobierno, culpándoles de los asesinatos que, según la propia izquierda, habría perpetrado el terrorismo islamista combatido por Aznar. Eso, que, de ser cierto, suponía un argumento casi definitivo para apoyar al Gobierno del PP, se convertía a través de la lógica antioccidental de la progresía en una explicación del terrorismo que suponía su justificación y terminaba siendo una imputación contra los que lo combatían. De esa forma, la izquierda conjuraba materialmente el difuso terror de las masas identificándose con el bando de los verdugos, que aparentemente es la manera segura de evitar formar parte del bando de las víctimas. Y esa cobardía material se justificaba moralmente al proclamar culpables, en última instancia, del terrorismo islamista a los gobiernos occidentales que lo combatían.
Esa cobardía tan vilmente real ante el terrorismo y tan miserablemente justificada en lo moral por la ideología progre empezó a imponerse la noche del viernes y se mezcló con los acontecimientos del sábado, jornada de reflexión y probablemente de inflexión en la tendencia de los votantes. A primeras horas de la tarde, amén de vagas reivindicaciones y un vídeo reivindicativo hallado en una papelera cercana a la mezquita de la M-30, se produjeron las detenciones de supuestos islamistas a partir de una mochila supuestamente sin explotar que, supuestamente investigada por la policía, la había conducido a un locutorio de marroquíes en Lavapiés, que sería algo así como el belén del islamismo terrorista. Identificados aparentemente los islamistas asesinos, el PSOE y PRISA se centraron en rematar la operación de propaganda imputando al Gobierno la voluntad de mentir sobre la autoría de la masacre, cuando, en realidad, el ministro del Interior, Angel Acebes, se pasaba las horas dando ruedas de prensa por televisión. Y lo hicieron convocando a los izquierdistas más aguerridos a cercar las sedes del PP ya al caer la noche.
«De la noche a la mañana», de Federico Jiménez Losantos (Ed. La Esfera de los Libros), a la venta el 10 de octubre.

sábado, 27 de marzo de 2010

Marañon



Se cumplen cincuenta años de la muerte de Gregorio Marañón (1887-1960), uno de los intelectuales clave del siglo XX español por su triple dimensión de humanista, liberal y científico. También por su impagable labor en el llamado exilio interior .


Aforismos inéditos escritos entre 1937 y 1942.
*.- La libertad no es legítima si no se da con una dosis semejante de responsabilidad. Y el que no siente la responsabilidad es indigno de ser libre.
*.- Para juzgar la Historia hay que prescindir de este prejuicio: los hombres se dividen en buenos y malos, y los buenos se adscriben a las buenas causas y los malos a las malas. No hay causas buenas ni malas del todo; y en cada causa, sea buena o menos buena, mala o menos mala, hay siempre hombres buenos y hombres malos.
*.- Los celos son, casi siempre, una creación artificiosa, para jugar al amor.
*.- De los enemigos, lo de menos es la enemistad; lo grave es la estupidez.
*.- Hay hombres fracasados que tienen frente a los que triunfaron […una] actitud de resentimiento subconsciente.
*.- Los hombres a quienes se achaca que triunfaron porque "aprovecharon una oportunidad"; en realidad es que crearon ellos la oportunidad, sobre un pretexto que otros hubieran desaprovechado. Como los que "tuvieron suerte" es que la crearon con su voluntad de vencer.
*.- El conservador solo cree en lo que tiene delante. […] Para él, toda variación, es empeoramiento en cuanto concibe el presente, no como lo mejor, sino como lo único.
*.- La diferencia entre el hombre tonto y el inteligente no consiste en hacer o no hacer tonterías. Todo hombre las hace. La diferencia está en no enterarse o en enterarse de ellas.
*.- En los enfermos hay el simulador y el disimulador.
*.- El pronóstico racional es una forma excelsa de experimentación.
*.- No hay orgullo comparable al de los tímidos. La sabiduría no es extensión sino profundidad. La información (que se confunde con la sabiduría) convierte al cerebro en un almacén; pero la sabiduría no es saber cosas, sino saber comprender [y] crear, es una aptitud y no un amontonamiento de cosas. El que comprende una cosa y la sabe en su sentido profundo […] es, por lo tanto, un sabio.
*.- A los hombres, mientras viven, se los juzga por el gesto y no por la conducta. A veces se tarda siglos en juzgarlos bien (Felipe II).
*.- En la revisión de las culpas de la democracia, una de las mayores será, sin duda, la de haber creído que el intelectual está, por el hecho de serlo, capacitado para la política. Cuando el intelectual, por ser, en general, la antítesis del hombre de acción, es fundamentalmente impolítico.
*.- En la vida es más difícil comprender que olvidar.
*.- Para vivir sin hacer nada se necesita también su aprendizaje y su técnica. No es tan fácil como parece.
*.- El que crea una revolución, engendra un hijo que se rebelará contra el padre; tal vez el nieto le amará; tal vez cuando el creador se haya muerto.
*.- El puritano del deber está muy cerca de ser un sádico o un masoquista. Por eso no es nunca querido. El hombre compasivo con los demás empieza por ser indulgente consigo mismo.
*.- Cree a todo el mundo: no conozco mejor receta para no ser engañado. Porque más veces que los demás, nos engaña el falso concepto que hacemos de los demás.
*.- El papel más fácil de la sociedad es el de rey; basta tener sentido común. Ahora, lo difícil es que un rey tenga sentido común.
*.- Inútil discutir: no se convence a nadie por el razonamiento, sino por la emoción. El apóstol ha sido siempre un hombre que hablaba al corazón y no al intelecto. Las conversiones de los santos, han sido hechas bajo un signo emotivo. Sócrates, al que hoy leemos en frío, convencía, estoy seguro, por la emoción patética de sus palabras. En la política, que es convencer, el intelectual no tiene nada que hacer. Un epitafio que yo desearía: “Jamás denunció”.
*.- A veces la ovación con que termina una conferencia, significa gratitud del público por haber acabado el conferenciante.
*.- Tenemos que creer en Dios para que no nos parezca injusto. [¡]Y queremos que los hombres, en los que no creemos, sean justos!.
*.- La ley proporciona dos voluptuosidades: la de cumplirla y la de burlarla.
*.- En los tiempos de ritmo revolucionario de la Historia, hay hombres; quizá vulgares, que saber percibir ese ritmo. Y ellos son los que aciertan, contra el criterio de los intelectuales y de los políticos expertos.
*.- Hay cuatro órdenes de categorías éticas ante la vida pública:
1° los que hacen política por ambición de medro personal.
2° los que la hacen desinteresadamente, por amor al bien público y tienen que aceptar el medro para poder vivir.
3° los que pueden hacer política desinteresadamente y no aceptan cargos públicos.4° los que pueden no aceptar los cargos públicos y los aceptan.
Estos -y no los anteriores- son los mejores.
*.- No hay divergencia más profunda, más inexorable que la del paralelismo. […] El paralelismo es separación sin principio ni fin. En los caracteres, en las pasiones, es esto verdad, verdad.
*.- Pasteur ha dicho: el azar solo se muestra propicio con el hombre de ciencia que trabaja. ¡Como que el azar lo crea el esfuerzo!.
*.- Las tres clases de personas que se equivocan más, son, por este orden: financieros, meteorólogos y médicos.
*.- Nunca me he preocupado, cuando hablo en público, si éste es numeroso o escaso. Siempre sé que hablo a 5 o 10 personas. Me basta con que estén éstos.
*.- Un enfermo mío, inglés, me decía: el primer pitillo del día, me hace siempre daño, ¿cree Vd. que lo debiera suprimir?.
*.- ¿Qué es liberalismo?: saber convivir con los que piensan lo contrario.
*.- Hay grandes hombres, cuya “obra” es su vida.
*.- Si aún pusieran los hombres motes sobre su apellido, mi mote sería: “jamás anclar”.
*.- Una de las mayores dificultades para que el hombre sea recto es (sic) que para serlo, muchas veces, tiene que no parecerlo.
*.- El que no ha sentido el halago de la masa, no puede hablar. Ese no tiene mérito despreciándola. Hay que pasar por la prueba del halago de la gran fiera para que el dejarla tenga una eficacia y una ejemplaridad.

viernes, 29 de enero de 2010

Decreto de cese del Presidente de la República Niceto Alcalá Zamora.


(Gaceta de Madrid de 8/4/36) "En la sesión celebrada por el Congreso de Diputados en el día de hoy, convocada con la antelación y en la forma que determina el artículo 106 de su Reglamento, para tratar del caso previsto en el último párrafo del artículo 81 de la Constitución, se ha sometido a la deliberación y acuerdo de la Cámara una proposición para que las Cortes, a los fines del último párrafo del citado artículo 81 declaren que no era necesario el decreto de disolución de Cortes de 7 de enero de 1936.

"Y habiendo el Congreso aprobado la propuesta por 288 votos de los 417 Diputados que actualmente lo constituyen, ha cesado en sus funciones como presidente de la República el Excmo. Sr. D. Niceto Alcalá-Zamora y Torres, y entrando a ejercer sus funciones con carácter de interinidad el de las Cortes, Excmo. Sr. D. Diego Martínez Barrio, en cumplimiento de lo que dispone el artículo 74 de la Constitución.
Palacio del Congreso, 7 de abril de 1936. El Vpte. del Congreso, en funciones de Presidente, Luis Jiménez de Asúa".

Elecciones febrero 1936 (Frente Popular)


¿En febrero de 1936 las izquierdas agrupadas en el Frente popular obtuvieron una rotunda e innegable victoria electoral?.
¿La incapacidad de las derechas para aceptar el resultado de las urnas acabó degenerando en una conspiración que cristalizó en el alzamiento de julio de 1936?.

Tras el alzamiento armado de octubre de 1934 en el que el PSOE y los nacionalistas de la Esquerra —con apoyos no escasos del PNV y los republicanos— pretendieron derribar al gobierno legítimo, la segunda república entró en una deriva que Stanley Payne ha denominado “el desplome de la segunda república” y Pío Moa “los orígenes de la guerra civil española”.

Las derechas habían salvado al régimen de su aniquilación revolucionaria pero no quisieron —quizá tampoco supieron— someter al peso de la ley a los que habían deseado acabar con el sistema constitucional.
Así, durante 1935, los nacionalistas y la izquierda se dedicaron a propalar rumores sobre las atrocidades cometidas por las fuerzas del orden que habían sofocado la revolución y, a la vez, se emplearon a fondo en aniquilar a las fuerzas de las derechas que podían servir de sostén al régimen republicano.

De manera consciente o no, las izquierdas fueron empujando a la radicalización a unas derechas que, paradójicamente para muchos, habían sido las garantes de la legalidad republicana.
Pieza clave de esta estrategia fue, ya en septiembre de 1935, el estallido del escándalo del estraperlo.
Strauss y Perl, los personajes que le darían nombre, eran dos centroeuropeos que habían inventado un sistema de juego de azar que permitía hacer trampas con relativa facilidad. Su aprobación se debió a la connivencia de algunos personajes vinculados a Lerroux, el dirigente del partido radical. Los sobornos habían alcanzado la cifra de cinco mil pesetas y algunos relojes pero se convertirían en un escándalo que superó con mucho la gravedad del asunto.
Strauss amenazó, en primer lugar, con el chantaje a Lerroux y cuando éste no cedió a sus pretensiones, se dirigió a Alcalá Zamora, el presidente de la república.
Alcalá Zamora discutió el tema con Indalecio Prieto y Azaña y, finalmente, decidió desencadenar el escándalo para hundir a las derechas.
Como señalaría Josep Plá, la Administración de Justicia no pudo determinar responsabilidad legal alguna —precisamente la que habría resultado interesante— pero en una sesión de Cortes del 28 de octubre se produjo el hundimiento político del partido radical, unas de las fuerzas esenciales en el colapso de la monarquía constitucional y el advenimiento de la república menos de cuatro años antes.

De esa manera, la CEDA quedaba prácticamente sola en la derecha frente a unas izquierdas poseídas de una creciente agresividad.
Durante el verano de 1935, el PSOE y el PCE —que en julio ya había recibido de Moscú la consigna de formación de frentes populares— desarrollaban contactos para una unificación de acciones.
En paralelo, republicanos y socialistas discutían la formación de milicias comunes mientras los comunistas se pronunciaban a favor de la constitución de un Ejército rojo. El 14 de noviembre de 1935, Azaña propuso a la ejecutiva del PSOE una coalición electoral de izquierdas. Acababa de nacer el Frente popular.

En esos mismos días, Largo Caballero salió de la cárcel —después de negar su participación en la revolución de octubre de 1934— y la sindical comunista CGTU entraba en la UGT socialista.
Así, el año 1935 concluyó con el desahucio del poder de Gil Robles; con unas izquierdas que creaban milicias y estaban decididas mayoritariamente a ganar las siguientes elecciones para llevar a cabo la continuación de la revolución de octubre de 1934; y con reuniones entre Chapaprieta y Alcalá Zamora para crear un partido de centro en torno a Portela Valladares que atrajera un voto moderado preocupado por la agresividad de las izquierdas y una posible reacción de las derechas.
Ésta, de momento, parecía implanteable. La Falange, el partido fascista de mayor alcance, era un grupo minoritario; los carlistas y otros grupos monárquicos carecían de fuerza y en el ejército Franco insistía en rechazar cualquier eventualidad golpista a la espera de la forma en que podría evolucionar la situación política.
Así al persistir en la idea de que no era el momento propicio, impidió la salida golpista.

Cuando el 14 de diciembre de 1935, Portela Valladares formó gobierno era obvio que se trataba de un gabinete puente para convocar elecciones.
Finalmente, Alcalá Zamora, aceptando las presiones de las izquierdas, disolvió las Cortes (la segunda vez durante su mandato, lo que implicaba una violación de la Constitución) y convocó elecciones para el 16 de febrero de 1936 bajo un gobierno presidido por Portela Valladares.

El 15 de enero de 1936 se firmó el pacto del Frente popular como una alianza de fuerzas obreras y burguesas cuyas metas no sólo no eran iguales sino que, en realidad, resultaban incompatibles.
Los republicanos como Azaña y el socialista Prieto perseguían fundamentalmente regresar al punto de partida de abril de 1931 en el que la hegemonía política estaría en manos de las izquierdas. Para el resto de las fuerzas que formaban el Frente popular, especialmente el PSOE y el PCE, se trataba tan sólo de un paso intermedio en la lucha hacia la aniquilación de la República burguesa y la realización de una revolución que concluyera en una dictadura obrera.
Si Luis Araquistain insistía en hallar paralelos entre España y la Rusia de 1917, donde la revolución burguesa sería seguida por una proletaria, Largo Caballero difícilmente podía ser más explícito sobre las intenciones del PSOE. En el curso de una convocatoria electoral que tuvo lugar en Alicante, el político socialista afirmaba:

“Quiero decirles a las derechas que si triunfamos colaboraremos con nuestros aliados; pero si triunfan las derechas nuestra labor habrá de ser doble, colaborar con nuestros aliados dentro de la legalidad, pero tendremos que ir a la guerra civil declarada. Que no digan que nosotros decimos las cosas por decirlas, que nosotros lo realizamos” (El Liberal, de Bilbao, 20 de enero de 1936).

Tras el anuncio de la voluntad socialista de ir a una guerra civil si perdía las elecciones, el 20 de enero, Largo Caballero decía en un mitin celebrado en Linares: “... la clase obrera debe adueñarse del poder político, convencida de que la democracia es incompatible con el socialismo, y como el que tiene el poder no ha de entregarlo voluntariamente, por eso hay que ir a la Revolución”.

El 10 de febrero de 1936, en el Cinema Europa, Largo Caballero volvía a insistir en sus tesis: “... la transformación total del país no se puede hacer echando simplemente papeletas en las urnas... estamos ya hartos de ensayos de democracia; que se implante en el país nuestra democracia”.

No menos explícito sería el socialista González Peña al indicar la manera en que se comportaría el PSOE en el poder: “... la revolución pasada (la de Asturias) se había malogrado, a mi juicio, porque más pronto de lo que quisimos surgió esa palabra que los técnicos o los juristas llaman “juridicidad”.
Para la próxima revolución, es necesario que constituyéramos unos grupos que yo denomino “de las cuestiones previas”.
En la formación de esos grupos yo no admitiría a nadie que supiese más de la regla de tres simple, y apartaría de esos grupos a quienes nos dijesen quiénes habían sido Kant, Rousseau y toda esa serie de sabios. Es decir, que esos grupos harían la labor de desmoche, de labor de saneamientos, de quitar las malas hierbas, y cuando esta labor estuviese realizada, cuando estuviesen bien desinfectados los edificios públicos, sería llegado el momento de entregar las llaves a los juristas”.
González Peña acababa de anunciar todo un programa que se cumpliría apenas unos meses después con la creación de las checas. Con no menos claridad se expresaban los comunistas. En febrero de 1936, José Díaz dejó inequívocamente de manifiesto que la meta del PCE era “la dictadura del proletariado, los soviets” y que sus miembros no iban a renunciar a ella.

De esta manera, aunque los firmantes del pacto del Frente popular (Unión republicana, Izquierda republicana, PSOE, UGT, PCE, FJS, Partido sindicalista y POUM) suscribían un programa cuya aspiración fundamental era la amnistía de los detenidos y condenados por la insurrección de 1934 —reivindicada como un episodio malogrado pero heroico— algunos de ellos lo consideraban como un paso previo, aunque indispensable, al desencadenamiento de una revolución que liquidara a su vez la Segunda República incluso al costo de iniciar una guerra civil contra las derechas.

También sus adversarios políticos centraron buena parte de la campaña electoral en la mención del levantamiento armado de octubre de 1934. Desde su punto de vista, el triunfo del Frente popular se traduciría inmediatamente en una repetición, a escala nacional y con posibilidades de éxito, de la revolución. En otras palabras, no sería sino el primer paso hacia la liquidación de la república y la implantación de la dictadura del proletariado.
En este clima se celebraron, finalmente, las elecciones.

En medio de un clima de violencia, de agresiones, de amenazas y de desafío consciente y contumaz a la legalidad se celebraron las elecciones de febrero de 1936. Éstas no sólo concluyeron con resultados muy parecidos para los dos bloques sino que además estuvieron inficionadas por el fraude en el recuento de los sufragios.

Así, sobre un total de 9.716.705 votos emitidos, 4.430.322 fueron para el Frente popular; 4.511.031 para las derechas y 682.825 para el centro.
Otros 91.641 votos fueron emitidos en blanco o resultaron destinados a candidatos sin significación política.
Sobre estas cifras resulta obvio que la mayoría de la población española se alineaba en contra del Frente popular y, si a ello añadimos los fraudes electorales encaminados a privar de sus actas a diputados de centro y derecha, difícilmente puede decirse que contara con el respaldo de la mayoría de la población.
A todo ello hay que añadir la existencia de irregularidades en provincias como Cáceres, La Coruña, Lugo, Pontevedra, Granada, Cuenca, Orense, Salamanca, Burgos, Jaén, Almería, Valencia y Albacete, entre otras, contra las candidaturas de derechas. Con todo, finalmente, este cúmulo de irregularidades se traduciría en una aplastante mayoría de escaños para el Frente popular.

En declaraciones al Journal de Geneve, publicadas ya en 1937, sería nada menos que el presidente de la República, Niceto Alcalá Zamora, el que reconociera la peligrosa suma de irregularidades electorales: “A pesar de los refuerzos sindicalistas, el "Frente Popular" obtenía solamente un poco más, muy poco, de 200 actas, en un Parlamento de 473 diputados.
Resultó la minoría más importante pero la mayoría absoluta se le escapaba. Sin embargo, logró conquistarla consumiendo dos etapas a toda velocidad, violando todos los escrúpulos de legalidad y de conciencia.

Primera etapa: Desde el 17 de febrero, incluso desde la noche del 16, el "Frente Popular", sin esperar el fin del recuento del escrutinio y la proclamación de los resultados, lo que debería haber tenido lugar ante las Juntas Provinciales del Censo en el jueves 20, desencadenó en la calle la ofensiva del desorden, reclamó el Poder por medio de la violencia.
Crisis: algunos Gobernadores Civiles dimitieron. A instigación de dirigentes irresponsables, la muchedumbre se apoderó de los documentos electorales: en muchas localidades los resultados pudieron ser falsificados.

Segunda etapa: Conquistada la mayoría de este modo, fue fácilmente hacerla aplastante. Reforzada con una extraña alianza con los reaccionarios vascos, el "Frente Popular" eligió la Comisión de validez de las actas parlamentarias, la que procedió de una manera arbitraria. Se anularon todas las actas de ciertas provincias donde la oposición resultó victoriosa; se proclamaron diputados a candidatos amigos vencidos. Se expulsaron de las Cortes a varios diputados de las minorías. No se trataba solamente de una ciega pasión sectaria; hacer en la Cámara una convención, aplastar a la oposición y sujetar el grupo menos exaltado del "Frente Popular". Desde el momento en que la mayoría de izquierdas pudiera prescindir de él, este grupo no era sino el juguete de las peores locuras.

Fue así que las Cortes prepararon dos golpes de estado parlamentarios. Con el primero, se declararon a sí mismas indisolubles durante la duración del mandato presidencial. Con el segundo, me revocaron. El último obstáculo estaba descartado en el camino de la anarquía y de todas las violencias de la guerra civil”.

En otras palabras, las izquierdas —que ciertamente habían obtenido un importante respaldo en las elecciones— falsearon el resultado electoral para asegurarse una mayoría absoluta a la que no se acercaron ni lejanamente. El uso de la violencia, del fraude, de la falsedad documental y del quebrantamiento de la legalidad electoral fueron considerados aceptables para llegar a esa meta. De esa manera, las elecciones de febrero de 1936 se convirtieron ciertamente en la antesala de un proceso revolucionario que había fracasado en 1917 y 1934 a pesar de su éxito notable en 1931. Así, aunque el gobierno quedó constituido por republicanos de izquierdas bajo la presidencia de Azaña para dar una apariencia de moderación, no tardó en lanzarse a una serie de actos de dudosa legalidad que formarían parte esencial de la denominada “primavera trágica de 1936”.

Mientras Lluis Companys, el golpista de octubre de 1934, regresaba en triunfo a Barcelona para hacerse con el gobierno de la Generalidad, los detenidos por la insurrección de Asturias eran puestos en libertad en cuarenta y ocho horas y se obligaba a las empresas en las que, en no pocas ocasiones, habían causado desmanes e incluso homicidios a readmitirlos. En paralelo, las organizaciones sindicales exigían en el campo subidas salariales de un cien por cien, con lo que el paro se disparó. Entre el 1 de mayo y el 18 de julio de 1936 el agro sufrió 192 huelgas. Más grave aún fue que el 3 de marzo los socialistas empujaran a los campesinos a ocupar ilegalmente varias fincas en el pueblo de Cenicientos. Fue el pistoletazo de salida para que la Federación —socialista— de Trabajadores de la Tierra quebrara cualquier vestigio de legalidad en el campo. El 25 del mismo mes, sesenta mil campesinos ocuparon tres mil fincas en Extremadura, un acto legalizado a posteriori por un gobierno incapaz de mantener el orden público.

El 5 de marzo, el Mundo Obrero, órgano del PCE, abogaba, pese a lo suscrito en el pacto del Frente popular, por el “reconocimiento de la necesidad del derrocamiento revolucionario de la dominación de la burguesía y la instauración de la dictadura del proletariado en la forma de soviets”.

En paralelo, el Frente popular desencadenaba una censura de prensa sin precedentes y procedía a una destitución masiva de los ayuntamientos que consideraba hostiles o simplemente neutrales. El 2 de abril, el PSOE llamaba a los socialistas, comunistas y anarquistas a “constituir en todas partes, conjuntamente y a cara descubierta, las milicias del pueblo”. Ese mismo día, Azaña chocó con el presidente de la República, Alcalá Zamora, y decidió derribarlo con el apoyo del Frente popular. Lo consiguió el 7 de abril, alegando que había disuelto inconstitucionalmente las Cortes dos veces y logrando que las Cortes lo destituyeran con solo cinco votos en contra. Por una paradoja de la Historia, Alcalá Zamora se veía expulsado de la vida política por sus compañeros de conspiración de 1930-1931 y sobre la base del acto suyo que, precisamente, les había abierto el camino hacia el poder en febrero de 1936.

Las lamentaciones posteriores del presidente de la República no cambiarían en absoluto el juicio que merece por su responsabilidad en todo lo sucedido durante aquellos años. El 10 de mayo de 1936, Azaña era elegido nuevo presidente de la República. A esas alturas, el mito de la victoria electoral del Frente popular no sólo había quedado establecido sino que además se utilizaba como coartada para acabar con el régimen constitucional y entrar abiertamente por la senda de la revolución. No era magro resultado para unas elecciones que, en realidad, no había ganado el Frente popular

viernes, 22 de enero de 2010

tratado de granada de 1492




(Tratado de paz entre los reyes Christianos Fernando II de Aragón Isabel de Castilla y Boabdil el ultimo rey de Granada)
· Primeramente, que el rey moro y los alcaides y alfaquís, cadís, meftís, alguaciles y sabios, y los caudillos y hombres buenos, y todo el comun de la ciudad de Granada y de su Albaicin y arrabales, darán y entregarán á sus altezas ó á la persona que mandaren, con amor, paz y buena voluntad, verdadera en trato y en obra, dentro de cuarenta dias primeros siguientes, la fortaleza de la Alhambra y Alhizán, con todas sus torres y puertas, y todas las otras fortalezas, torres y puertas de la ciudad de Granada y del Albaicin y arrabales que salen al campo, para que las ocupen en su nombre con su gente y a su voluntad, con que se mande á las justicias que no consientan que los cristianos suban al muro que está entre el Alcazaba y el Albaicin, de donde se descubren las casas de los moros; y que si alguno subiere, sea luego castigado con rigor.
· Que cumplido el término de los cuarenta dias, todos los moros se entregarán á sus altezas libre y espontáneamente, y cumplirán lo que son obligados á cumplir los buenos y leales vasallos con sus reyes y señores naturales; y para seguridad de su entrega, un dia antes que entreguen las fortalezas darán en rehenes al alguacil Jucef Aben Comixa, con quinientas personas hijos y hermanos de los principales de la ciudad y del Albaicin y arrabales, para que estén en poder de sus altezas diez dias, mientras se entregan y aseguran las fortalezas, poniendo en ellas gente y bastimientos; en el cual tiempo se les dará todo lo que hubieren menester para su sustento; y entregadas, los pornán en libertad.
· Que siendo entregadas las fortalezas, sus altezas y el príncipe don Juan, su hijo, por sí y por los reyes sus sucesores, recibirán por sus vasallos naturales, debajo de su palabra, seguro y amparo real, al rey Abí Abdilehi, y á los alcaides, cadís, alfaquís, meftís, sabios, alguaciles, caudillos y escuderos, y á todo el comun, chicos y grandes, así hombres como mujeres, vecinos de Granada y de su Albaicin y arrabales, y de las fortalezas, villas y lugares de su tierra y de la Alpujarra, y de los otros lugares que entraren debajo deste concierto y capitulación, de cualquier manera que sea, y los dejarán en sus Casas, haciendas y heredades, entonces y en todo tiempo y para siempre jamás, y no les consentirán hacer mal ni daño sin intervenir en ello justicia y haber causa, ni les quitarán sus bienes ni sus haciendas ni parte dello; antes serán acatados, honrados y respetados d e sus súbditos y vasallos, como lo son todos los que viven debajo de su gobierno y mando.
· Que el día que sus altezas enviaren á tomar posesión de la Alhambra, mandarán entrar su gente por la puerta de Bib Lacha ó por la de Bibnest, ó por el campo fuera de la ciudad, porque entrando por las calles no hayan algun escándalo.
· Que el dia que el rey Abí Abdilehi entregare las fortalezas y torres, sus altezas le mandarán entregar á su hijo con todos los rehenes, y sus mujeres y criados, excepto los que se hubieren vuelto cristianos.
· Que sus altezas y sus sucesores para siempre jamás dejarán vivir al rey Abí Abdilehi y á sus alcaides, cadís, meftís, alguaciles, caudillos y hombres buenos y á todo el comun, chicos y grandes, en su ley, y no les consentirán quitar sus mezquitas ni sus torres ni los almuedanes, ni les tocarán en los habices y rentas que tienen para ellas, ni les perturbarán los usos y costumbres en que están.
· Que los moros sean juzgados en sus leyes y causas por el derecho del xara que tienen costumbre de guardar, con parecer de sus cadís y jueces.
· Que no les tomarán ni consentirán tomar agora m en ningun tiempo para siempre jamás, las armas ni los caballos, excepto los tiros de pólvora chicos y grandes, los cuales han de entregar brevemente á quien sus altezas mandaren.
· Que todos los moros, chicos y grandes, hombres y mujeres, así de Granada y su tierra como de la Alpujarra y de todos los lugares, que quisieren irse á vivir á Berbería ó á otras partes donde les pareciere, puedan vender sus haciendas, muebles y raíces, de cualquier manera que sean, á quien y como les pareciere, y que sus altezas ni sus sucesores en ningun tiempo las quitarán ni consentirán quitar á los que las hubieren comprado; y que si sus altezas las quisieren comprar, las puedan tomar por el tanto que estuvieren igualadas, aunque no se hallen en la ciudad, dejando personas con su poder que lo puedan hacer.
· Que á los moros que se quisieren ir á Berbería ó á otras partes les darán sus altezas pasaje libre y seguro con sus familias, bienes muebles, mercaderías, joyas, oro, plata y todo género de armas, salvo los instrumentos y tiros de pólvora; y para los que quisieren pasar luego, les darán diez navíos gruesos que por tiempo de setenta dias asistan en los puertos donde los pidieren, y los lleven libres y seguros á los puertos de Berbería, donde acostumbran llegar los navíos de mercaderes cristianos á contratar. Y demás desto, todos los que en término de tres años se quisieren ir, lo puedan hacer, y sus altezas les mandarán dar navíos donde los pidieren, en que pasen seguros, con que avisen cincuenta dias antes, y no les llevarán fletes ni otra cosa alguna por ello.
· Que pasados los dichos tres años, todas las veces que se quisieren pasar á Berbería lo puedan hacer, y se les dará licencia para ello pagando á sus altezas un ducado por cabeza y el flete de los navíos en que pasaren.
· Que si los moros que quisieren irse á Berbería no pudieren vender sus bienes raíces que tuvieren en la ciudad de Granada y su Albaicin y arrabales, y en la Alpujarra y en otras partes, los puedan dejar encomendados á terceras personas con poder para cobrar los réditos, y que todo lo que rentaren lo puedan enviar á sus dueños á Berbería donde estuvieren, sin que se les ponga impedimento alguno.
· Que no mandarán sus altezas ni el príncipe don Juan su hijo, ni los que después dellos sucedieren, para siempre jamás, que los moros que fueren sus vasallos traigan señales en los vestidos como los traen los judíos.
· Que el rey Abdilehi ni los otros moros de la ciudad de Granada ni de su Albaicin y arrabales no pagarán los pechos que pagan por razon de las casas y posesiones por tiempo de tres años primeros siguientes, y que solamente pagarán los diezmos de agosto y otoño, y el diezmo de ganado que tuvieren al tiempo del dezmar, en el mes de abril y en el de mayo, conviene á saber, de lo criado, como lo tienen de costumbre pagar los cristianos.
· Que al tiempo de la entrega de la ciudad y lugares, sean los moros obligados á dar y entregar á sus altezas todos los captivos cristianos varones y hembras, para que los pongan en libertad, sin que por ellos pidan ni lleven cosa alguna; y que si algun moro hubiere vendido alguno en Berbería y se lo pidieren diciendo tenerlo en su poder, en tal caso, jurando en su ley y dando testigos como lo vendió antes destas capitulaciones, no le será mas pedido ni él esté obligado á darle.
· Que sus altezas mandarán que en ningun tiempo se tomen al rey Ahí Abdilehi ni á los alcaides, cadís, meftís, caudillos, alguaciles ni escuderos las bestias de carga ni los criados para ningun servicio, si no fuere con su voluntad, pagándoles sus jornales justamente.
· Que no consentirán que los cristianos entren en las mezquitas de los moros donde hacen su zalá sin licencia de los alfaquís, y el que de otra manera entrare será castigado por ello.
· Que no permitirán sus altezas que los judíos tengan facultad ni mando sobre los moros ni sean recaudadores de ninguna renta.
· Que el rey Abdilehi y sus alcaides, cadís, alfaquís, meftís, alguaciles, sabios, caudillos y escuderos, y todo el comun de la ciudad de Granada y del Albaicin y arrabales, y de la Alpujarra y otros lugares, serán respetados y bien tratados por sus altezas y ministros, y que su razón será oida y se les guardarán sus costumbres y ritos, y que á todos los alcaides y alfaquís les dejarán cobrar sus rentas y gozar de sus preeminencias y libertades, como lo tienen de costumbre y es justo que se les guarde.
· Que sus altezas mandarán que no se les echen huéspedes ni se les tome ropa ni aves ni bestias ni bastimentos de ninguna suerte á los moros sin su voluntad.
· Que los pleitos que ocurrieren entre los moros serán juzgados por su ley y xara, que dicen de la Zuna, y por sus cadís y jueces, como lo tienen de costumbre, y que si el pleito fuere entre cristiano y moro, el juicio dél sea por alcalde cristiano y cadí moro, porque las partes no se puedan quejar de la sentencia.
· Que ningun juez pueda juzgar ni apremiará ningun moro por delito que otro hubiere cometido, ni el padre sea preso por el hijo, ni el hijo por el padre, ni hermano contra hermano, ni pariente por pariente, sino que el que hiciere el mal aquel lo pague.
· Que sus altezas harán perdon general á todos los moros que se hubieren hallado en la prisión de Hamete Abí Alí, su vasallo, y asi á ellos como á los lugares de Cabtil, por los cristianos que han muerto ni por los deservicios que han hecho á sus altezas, no les será hecho mal ni daño, ni se les pedirá cosa de cuanto han tomado ni robado.
· Que si en algun tiempo los moros que están captivos en poder de cristianos huyeren á la ciudad de Granada ó á otros lugares de los contenidos en estas capitulaciones, sean libres, y sus dueños no los puedan pedir ni los jueces mandarlos dar, salvo si fueren canarios ó negros de Gelofe ó de las islas.
· Que los moros no darán ni pagarán á sus altezas mas tributo que aquello que acostumbran á dar á los reyes moros.
· Que á todos los moros de Granada y su tierra y de la Alpujarra, que estuvieren en Berbería, se les dará término de tres años primeros siguientes para que si quisieren puedan venir y entrar en este concierto y gozar dél. Y que si hubieren pasado algunos cristianos captivos á Berbería, teniéndolos vendidos y fuera de su poder, no sean obligados a traerlos ni á volver nada del precio en que los hubieren vendido.
· Que si el Rey ti otro cualquier moro después de pasado a Berbería quisiere volverse A España, no le contentando la tierra ni el trato de aquellas partes, sus altezas les darán licencia por término de tres años para poderlo hacer, y gozar destas capitulaciones como todos los demás.
· Que si los moros que entraren debajo destas capitulaciones y conciertos quisieren ir con sus mercaderías A tratar y contratar en Berbería, se les dará licencia para poderlo hacer libremente, y lo mesmo en todos los lugares de Castilla y de la Andalucía, sin pagar portazgos ni los otros derechos que los cristianos acostumbran pagar.
· Que no se permitirá que ninguna persona maltrate de obra ni de palabra á los cristianos ó cristianas que antes destas capitulaciones se hobieren vuelto moros; y que si algun moro tuviere alguna renegada por mujer, no será apremiada á ser cristiana contra su voluntad, sino que será interrogado en presencia de cristianos y de moros, y se seguirá su voluntad; y lo mesmo se entenderá con los niños y niñas nacidos de cristiana y moro.
· Que ningun moro ni mora serán apremiados á ser cristianos contra su voluntad; y que si alguna doncella ó casada ó viuda, por razon de algunos amores, se quisiere tomar cristiana, tampoco será recebida hasta ser interrogada; y si hubiere sacado alguna ropa ó joyas de casa de sus padres ó de otra parte, se restituirá á su dueño, y serán castigados los culpados por justicia.
· Que sus altezas ni sus sucesores en ningun tiempo pedirán al rey Abí Abdilehi ni á los de Granada y su tierra, ni á los demás que entraren en estas capitulaciones, que restituyan caballos, bagajes, ganados, oro, plata, joyas, ni otra cosa de lo que hubieren ganado en cualquier manera durante la guerra y rebelion, así de cristianos como de moros mudejares ó no mudejares; y que si algunos conocieren las cosas que les han sido tomadas, no las puedan pedir; antes sean castigados si las pidieren.
· Que si algun moro hobiere herido ó muerto cristiano ó cristiana siendo sus captivos, no les será pedido ni demandado en ningun tiempo.
· Que pasados los tres años de las franquezas, no pagarán los moros de renta de las haciendas y tierras realengas mas de aquello que justamente pareciere que deben pagar conforme al valor y calidad dellas.
· Que los jueces, alcaldes y gobernadores que sus altezas hubieren de poner en la ciudad de Granada y su tierra, serán personas tales que honrarán á los moros y los tratarán amorosamente, y les guardarán estas capitulaciones; y que si alguno hiciere cosa indebida, sus altezas lo mandarán mudar y castigar.
· Que sus altezas y sus sucesores no pedirán ni demandarán al rey Abdilehi ni á otra persona alguna de las contenidas en estas capitulaciones, cosa que hayan hecho, de cualquier condicion que sea, hasta el dia de la entrega de la ciudad y de las fortalezas.
· Que níngun alcaide, escudero ni criado del rey Zagal no terná cargo ni mando en ningun tiempo sobre los moros de Granada.
· Que por hacer bien y merced al rey Ahí Abdilehi y á los vecinos y moradores de Granada y de su Albaicin y arrabales, mandarán que todos los moros captivos, así hombres como mujeres, que estuvieren en poder de cristianos, sean libres sin pagar cosa alguna, los que se hallaren en la Andalucía dentro de cinco meses, y los que en Castilla dentro de ocho; y que dos dias después que los moros hayan entregado los cristianos captivos que hubiere en Granada, sus altezas les mandarán entregar doscientos moros y moras. Y demás desto pondrán en libertad á Aben Adrami, que está en poder de Gonzalo Hernandez de Córdoba, y á Hozmin, que está en poder del conde de Tendilla, y á Reduan, que lo tiene el conde de Cabra, y á Aben Mueden y al hijo del alfaquí Hademi, que todos son hombres principales vecinos de Granada, y á los cinco escuderos que fueron presos en la rota de Brahem Abenc errax, sabiéndose dónde están.
· Que todos los moros de la Alpujarra que vinieren á servicio de sus altezas darán y entregarán dentro de quince días todos los captivos cristianos que tuvieren en su poder, sin que se les dé cosa alguna por ellos; y que si alguno es tuviere igualado por trueco que dé otro moro, sus altezas mandarán que los jueces se lo hagan dar luego.
· Que sus altezas mandarán guardar las costumbres que tienen los moros en lo de las herencias, y que en lo tocante á ellas serán jueces sus cadís.
· Que todos los otros moros, demás de los contenidos en este concierto, que quisieren venirse al servicio de sus altezas dentro de treinta dias, lo puedan hacer y gozar dél y de todo lo en él contenido, excepto de la franqueza de los tres años.
· Que los habices y rentas de las mezquitas, y las limosnas y otras cosas que se acostumbran dar á las mudarazas y estudios y escuelas donde enseñan á los niños, quedarán á cargo de los alfaquís para que los destribuyan y repartan como les pareciere, y que sus altezas ni sus ministros no se entremeterán en ello ni en parte dello, ni mandarán tomarlas ni depositarías en ningun tiempo para siempre jamás.
· Que sus altezas mandarán dar seguro á todos los navíos de Berbería que estuvieren en los puertos del reino de Granada, para que se vayan libremente, con que no lleven ningun cristiano cautivo, y que mientras estuvieren en los puertos no consentirán que se les haga agravio ni se les tomará cosa de sus haciendas; mas si embarcaren ó pasaren algunos cristianos captivos, no les valdrá este seguro, y para ello han de ser visitados a la partida.
· Que no serán compelidos ni apremiados los moros para ningun servicio de guerra contra su voluntad, y si sus altezas quisieren servirse de algunos de á caballo, llamándolos para algun lugar de la Andalucía, les mandarán pagar su sueldo desde el día que salieren hasta que vuelvan á sus casas.
· Que sus altezas mandarán guardar las ordenanzas de las aguas de fuentes y acequias que entran en Granada, y no las consentirán mudar, ni tomar cosa ni parte dellas; y si alguna persona lo hiciere, ó echare alguna inmundicia dentro, será castigado por ello.
· Que si algun cautivo moro, habiendo dejado otro moro en prendas por su rescate, se hubiere huido á la ciudad de Granada ó á los lugares de su tierra, sea libre, y no obligado el uno ni el otro á pagar el tal rescate, ni las justicias le compelan á ello.
· Que las deudas que hubiere entre los moros con recaudos y escrituras se mandarán pagar con efeto, y que por virtud de la mudanza de señorío no se consentirá sino que cada uno pague lo que debe.
· Que las carnicerías de los cristianos estarán apartadas de las de los moros, y no se mezclarán los bastimentos de los unos con los de los otros; y si alguno lo hiciere, será por ello castigado.
· Que los judíos naturales de Granada y de su Albaicin y arrabales, y los de la Alpujarra y de todos los otros lugares contenidos en estas capitulaciones, gozarán dellas, con que los que no hubieren sido cristianos se pasen á Berbería dentro de tres años, que corran desde 8 de diciembre deste año.
· Y que todo lo contenido en estas capitulaciones lo mandarán sus altezas guardar desde el dia que se entregaren las fortalezas de la ciudad de Granada en adelante. De lo cual mandaron dar, y dieron su carta y provision real firmada de sus nombres, y sellada con su sello, y refrendada de Hernando de Zafra, su secretario, su fecha en el real de la vega de Granada, á 28 dias del mes de noviembre del año de nuestra salvación 1491.

sábado, 9 de enero de 2010

¡Aúpa, don José! (Arcadi Espada, (El Mundo)


Querido J:
He leído varias veces la carta que don José Montilla ha enviado a unas 200 instituciones catalanas para advertirles de que deben movilizarse en defensa de Cataluña. Si te parece, comenzaré por la gramática. Se trata de un hombre que en la primera frase ya la parte por la mitad: «Te escribo, para agradecerte el apoyo público». O que encapsula entre comas el énfasis, como todos los bajitos de letra: «Estoy seguro de que Cataluña podrá contar con tu apoyo, de nuevo, y con el de la institución que representas.» Aunque nada como esta última frase: «Juntos, instituciones y ciudadanía, hacemos Cataluña»; donde juntos debe de ser algo así como el Tercer Estado. Para extraerle todo el zumillo catalanesco le hice llegar la carta a nuestro común amigo (aunque sí, ya sé que siempre dices que más mío que tuyo) Xavier Pericay. Esto diagnosticó, tan finamente, sobre el nivel C de don José Montilla:
«No he encontrado ningún error ortográfico, pero sí tres castellanismos de base sintáctica. 'Posa de relleu' debería ser 'Posa en relleu'. 'El moment en el que calgui donar' debería ser 'El moment en què calgui donar'. En catalán no se diría 'en la seva forma i en el seu fons', sino 'en la forma i en el fons'. Y otra cosa curiosa es el cambio de tratamiento. Este paso del tú al vosotros que se produce hacia el final. Está hecho de una manera tan patosa que lo primero que uno piensa es que, en un arrebato novecentista, don José ha pasado del tú al vos».
El arrebato que detecta Pericay es una ligera brisa comparado con el que le ha cogido a don José Montilla por Catalunya. Lee y anota las veces que habla en su nombre, se hace intérprete de la fatigosa abstracción o emplea la siniestra sinécdoque mediante la cual determinados intereses políticos se confunden con los intereses de todos. Voy con dos.
1. «Ante una próxima sentencia del Tribunal Constitucional, que podría afectar los intereses de Cataluña». 2. «El despliegue constante del Estatuto es la mejor manera de defenderlo y la actitud que mejor sirve los intereses de Cataluña y de sus ciudadanos».
Esta última es gloria y cima. Una muestra insuperable del laberinto lógico y ético por el que debe de moverse la cabeza de don José Montilla. «Cataluña» «Ciudadanos». He ahí dos sujetos diferenciados. ¿Qué será Cataluña sin sus ciudadanos? ¿Qué estupidez espiritual? ¿Qué dualismo? ¿Qué mente sin cerebro? ¿Qué alma sin cuerpo? ¿Qué don Josep sin Montilla? ¿Qué catalán de Iznájar? Por razones técnicas, no puedo hacerte aquí el fisking que merecería la carta. Pero hay algo que no debo dejar pasar. Hace ya mucho tiempo, en el año más inhóspito del pujolismo, cuando el Padre Superior convocó a Catalunya en defensa de sus intereses privados tuvo algo más de pudor con la sociedad civil. Pujol era un hombre pudoroso, como la derecha en general. Bien: lo que digo es que, en aquellos días de Banca Catalana, las calles empezaron a llenarse de papelitos en apoyo del presidente, firmados por las asociaciones más pintorescas de filatélicos, colombófilos y funambulistas catalanes. Era una ficción que la sociedad civil se levantara: sólo la habían hecho levantar. Pero resultaba mucho más digerible en su pantomima que esta militarización (¡y preventiva!) decretada desde el poder. Cuando el presidente agradece algo que no ha hecho él (deberían ser los 12 apóstoles los que lo agradecieran) no sólo puede estar revelando alguna cosa interesante sobre el impulso original del editorial patriótico; o, en la hipótesis contraria, no sólo puede estar apropiándoselo con un punto de tosco oportunismo: es que, además, está marcando con hierro infamante a todas las asociaciones que NO se han adherido al editorial y al mainstream. El presidente ha mandado formar a sus soldados. Pero, sobre todo, ha tomado nota y enviado acuse de recibo... a los ausentes.
Sabes que me gusta volver a los viejos periódicos. Ahora ni siquiera hay que salir de casa (¡con estas nieves!). Un viejo periódico de 1991: un mitin de Raimon Obiols, de alguna remota y fracasada campaña. Les recordaba a los nacionalistas de entonces su parentesco con los alcaldes franquistas: «No aceptamos que los que expedían certificados del Movimiento otorguen ahora certificados de catalanidad». ¡Qué cosa! No leímos bien la frase. Ni siquiera el buen Obiols la leería. No es que no aceptaran certificados de catalanidad. No, ésa fue la gran confusión. No aceptaban a los que expedían los certificados. Sobre los certificados, en sí, nada tenían que oponer. Y es así como don José Montilla aparece en el mundo de una forma naturalísima. Como el más indicado, en realidad, para ponerse al frente de la expendeduría.
No sé si habrás tenido fantasías más o menos literarias con don José Montilla. Esas cosas, en fin, del xava de Iznájar que se abre paso en un mundo hostil, que medra, triunfa y ahora contempla la sociedad civil de los catalanes desde una atalaya inesperada. La historia mil veces contada, en fin, de alguien que no debía estar en este lugar, y ahí está. Desdéñalas. No hay de qué ni por qué. Al igual que Pujol, don José Montilla se ha apropiado de Catalunya como de un kleenex. En lo que queda de legislatura va a multiplicar los gestos tendentes a que Esquerra no cambie de aliado: su única posibilidad de supervivencia. Pero déjame seguir con las analogías. Pujol, además de los billetes, era un llorón. En este sentido, la superioridad de su heredero es manifiesta. La frialdad desvergonzada con que maneja las categorías morales nacionalistas delata a un profesional del poder. Entiéndeme por qué lo digo: lo que resulta fascinante es la rapidez con que ha logrado desenvolverse en un mundo para él tan reciente. Al fin y al cabo, no hay noticia de que, subido al monte Tagamanent y a la vista de las ruinas quemadas, haya decidido reconstruirse y reconstruirnos, como hizo el Padre Superior después de la última guerra civil. Don José Montilla es la burla cruel que merece el nacionalismo. Si yo fuera uno así y viera cómo un parvenu moral penetra con tanta agilidad en el claustro, desconfiaría de inmediato de mi sombra y de mi cáliz. Y me borraría fetén de algo que puede utilizarse con semejante falta de estudio y de práctica. Presumíamos en Pujol una cualidad especial para envolverse en la bandera. ¡Quia! Catalunya está al alcance de cualquier buscavidas. ¡Pobres nacionalistas, qué afrenta!
Lo que te digo muy serio es que si sigue así, ofendiéndoles, va a tener mi voto. Pero aún tiene que hacer algo más. La definitiva ascesis. Como otros embarcaron en el Azor y con el mismo, inteligentísimo propósito, don José Montilla tiene que subir al Tagamanent.
Sigue con salud
A.

Montilla puede hacer mucho daño al PSOE


MONTILLA respondió ayer a Alfonso Guerra que él no está «en la estratosfera», como dijo el ex vicesecretario del PSOE, sino que está actuando de acuerdo con lo que «votó el pueblo» e intentó desviar la atención responsabilizando al PP de la situación por haber recurrido el Estatut ante el TC. No hay duda de la inquietud del presidente de la Generalitat ante las críticas que proceden del PSOE, sobre todo porque él es consciente de que -como ayer dijo Leguina- el 90% de los socialistas españoles está de acuerdo con Guerra y no con él. Y tampoco hay duda de que en el PSOE, la estrategia filonacionalista de Montilla preocupa y mucho cuando encara la segunda parte de la legislatura. Las encuestas pronostican una derrota de Zapatero en las generales y las pocas posibilidades que existan de remontar en intención de voto se las puede estropear Montilla desafiando al TC si no sentencia lo que él quiere. El PP, tal vez de forma un poco exagerada pero no sin fundamento, equiparó ayer el desafío del presidente de la Generalitat con el que en su día protagonizó Ibarretxe.