domingo, 8 de marzo de 2009

Sobre Azaña

Reproduzco un artículo publicado en el DIARIO DE TERUEL, en su Sección "TRIBUNA ABIERTA" con el título "Invocaciones a Azaña" (18 de julio de 2007).- RAMON MANUEL GONZALVO *
Soy turolense ausente, aunque leo, siempre que puedo, el Diario de Teruel en su versión digital. Sus “Tribunas Abiertas” son muy sugerentes.
En relación a la “Tribuna Abierta” del 16 de julio, sin entrar en su contenido (muy respetable), y sólo desde un punto de vista estrictamente histórico, quisiera hacer alguna matización:
Invocar las palabras de Azaña en Bilbao en 1934: “Nada más fácil que sucumbir al halago cultivando la imagen que la multitud, con el motivo más peregrino, tiene del dirigente”, en el propio contexto del escrito, puede resultar, cuando menos, “atrevido”.
Utilizarlo como referente de “firmeza de las convicciones e ideales de progreso”, en Rodríguez Zapatero, es no haber leído o escuchado a Zapatero; para muestra un botón: «Ideología significa idea lógica y en política no hay ideas lógicas, hay ideas sujetas a debate que se aceptan en un proceso deliberativo, pero nunca por la evidencia de una deducción lógica (...). Si en política no sirve la lógica, es decir, si en el dominio de la organización de la convivencia no resultan válidos ni el método inductivo ni el método deductivo, sino tan sólo la discusión sobre diferentes opciones sin hilo conductor alguno que oriente las premisas y los objetivos, entonces todo es posible y aceptable, dado que carecemos de principios, de valores y de argumentos racionales que nos guíen en la resolución de los problemas».
La cita es larga, pero en afirmaciones como esta puede haber firmeza, aunque le falte claridad. No me imagino a Azaña suscribiendo esto.
Invocar a Azaña, exige recordar que a finales de mayo de 1937, en su diario, se refiere a "las muchas y muy enormes y escandalosas [...] pruebas de insolidaridad y despego, de hostilidad, de 'chantajismo' que la política catalana ha dado frente al gobierno de la República".
Luego, aunque atribuyendo el párrafo a Negrín y reuniendo a los catalanes con los vascos, anota: "Y si esas gentes van a descuartizar a España, prefiero a Franco. Con Franco ya nos entenderíamos nosotros, o nuestros hijos, o quien fuere, pero estos hombres son inaguantables. Acabarían por dar la razón a Franco".
En otro momento dice: “No estoy haciendo la guerra contra Franco para que nos retoñe en Barcelona un separatismo estúpido y pueblerino (...). No hay más que una nación: ¡España! (...). Antes de consentir campañas nacionalistas que nos lleven a desmembraciones que de ningún modo admito, cedería el paso a Franco sin otra condición que la que se desprendiese de alemanes e italianos”.
Como puede verse, para Azaña, el término “nación” no era equívoco, polisémico o indeterminado. Tampoco hacía batalla de conceptos, los tenía muy claros.
Conviene recordar también que, el mismo Azaña al calificar la política republicana de izquierdas, utiliza calificativos como: "política tabernaria, incompetente, de amigachos, de codicia y botín, sin ninguna idea alta"; en sus diarios, una y otra vez, trata a los políticos que le rodean de "obtusos", "loquinarios", "botarates", "gente impresionable, ligera, sentimental y de poca chaveta", insufrible por su "inepcia, injusticia, mezquindad o tontería".
Dice que "no saben qué decir, no saben argumentar. No se ha visto más notable encarnación de la necedad”; añade, “me entristezco, casi hasta las lágrimas, por mi país, por el corto entendimiento de sus directores y por la corrupción de los caracteres". "Zafiedad", "politiquería", "ruines intenciones", "gentes que conciben el presente y el porvenir de España según se los dicta el interés personal".
Hay que recordar a un Azaña que habló de piedad, de transigencia y de perdón entre los españoles. No fue escuchado, pronto fueron evidentes los resultados de las políticas de exclusión.
Exclusión que se manifiesta ahora en Pactos, hoy vigentes, que exigen “ningún acuerdo de gobernabilidad con el PP, ni en la Generalitat ni en el Estado”; que imponen a los firmantes el compromiso de “no establecer ningún acuerdo de gobernabilidad (…) o parlamentario estable con el PP en el Govern de la Generalitat”; que determinan que los firmantes “se comprometen a impedir la presencia del PP en el gobierno del Estado, y renuncian a establecer pactos de gobierno y pactos parlamentarios estables en las cámaras estatales”.
Después de un año del inicio de la Guerra Civil, Azaña defendió que “ninguna política se puede fundar en la decisión de exterminar al adversario”, excluyéndole de la vida política.
En 1938, otro discurso pronunciado en el Ayuntamiento de Barcelona, lo cerró así: “Paz, piedad, perdón”.
Un corresponsal extranjero, de entonces, escribía: “Cuando bajaba la escalera del número 46 bis de la calle Raynouard, una vez concluida mi entrevista con Alcalá Zamora, cuyas anticuadas botas de goma le habían ganado el apodo de el botas, recordé las palabras de un cargo del Gobierno cuando le pregunté, poco antes de dejar Valencia:- ¿Y qué será de Azaña?(me contestó)- Pues, si gana Franco, ya se puede meter a cura. Y si ganamos nosotros, más vale que se tire por un precipicio. Hay muchos en Montserrat”.
En ese Monasterio estaba en soledad, aislado y recluido, “donde sus guardianes le llamaban el Rana o el Verrugas, por las dos verrugas que tenía en la cara”.
Ese Azaña que ahora se invoca en una Tribuna Libre y entonces dijo: “Si los españoles habláramos sólo y exclusivamente de lo que sabemos, se produciría un gran silencio que nos permitiría pensar”; también añadía: “En España la mejor manera de guardar un secreto es escribir un libro”.* Doctor en Historia

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