Manuel Martín Ferrand
ES inalienable el derecho que tienen todos los gallos a cantar en su propio gallinero, y, en ese sentido, José Luis Rodríguez Zapatero, empecinado en gobernar únicamente a media España, está en lo suyo cuando, en desprecio a la otra media, se siente continuador de la II República y reconoce en ella -una gran catástrofe funcional- el único periodo democrático que «iluminó» la actual Constitución. Sigue el presidente del Gobierno, erre que erre, en la obsesión de que, en este periodo de sesiones, llegue a las Cámaras un proyecto de ley de Memoria Histórica que, para prevenirnos de su sesgo, forma parte de los actos conmemorativos del 75 aniversario del muy próximo 14 de abril.
No es cosa, a estas alturas, de insistir en los muchos males que, con mezcla de pocos bienes, trajo a España la II República. De ella se deriva una tremenda Guerra Civil que, a juzgar por la insistencia revisionista de Zapatero, no ha debido concluir todavía, a pesar de que los ciudadanos españoles, muy mayoritariamente, optaron por la mala memoria, hasta llegar al borde de la amnesia, como camino para cuajar los frutos de la Transición. Los españoles de hoy, contra lo que Zapatero dijo ayer en el Senado, no «miran a la España de la II República con reconocimiento y satisfacción». Todo lo contrario, lo hacen con mucho recelo, dolor intenso y la irritada fatiga de saber que, aún superada, sigue siendo un lastre para circular con mayor seguridad por las vías del futuro.
Quizás como invitación al sentido común, tan escaso en la conducta de Zapatero, acaba de aparecer, en edición de Xavier Pericay y con prólogo de Valentí Puig, «La Segunda República Española». Es, con el sello de Destino, la antología de todo cuanto Josep Pla escribió en los periódicos, especialmente en La Veu de Catalunya, a lo largo de los cinco años en que fue corresponsal en Madrid, de 1931 a 1936. Quienes conocíamos estos textos, indispensables para tomar la verdadera medida de la II República y de su fracaso, los habíamos leído en catalán; pero ahora, bien traducidos y en una inteligente edición, resultan especialmente aconsejables para que las nuevas generaciones, antes de formar criterio y dejarse seducir por los infundados cantos de Zapatero, se acerquen al conocimiento de los hechos a través de la inteligencia y la percepción de Pla, dos veces -en castellano y catalá- la mejor pluma periodística española del siglo XX.
La teoría de Zapatero, la II República como luz de la vigente y renqueante democracia, supone el olvido sistemático y doloso de la media España que, aún no siendo la suya, existe y trabajó muy duro desde el 39 al 78 para que la España de hoy -reconciliada antes de las teorías presidenciales- fuera posible. Muchos quisieron renunciar a su propia memoria de ganadores y no se merecen ahora la imposición de la de los perdedores.
sábado, 7 de marzo de 2009
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