miércoles, 18 de noviembre de 2009

Un general demócrata que transformó el Ejército



JUSTINO SINOVA
En vísperas de la legalización del Partido Comunista de España (PCE), la operación más delicada de la Transición porque tocaba de lleno al «poder militar», el teniente general Manuel Gutiérrez Mellado, vicepresidente del Gobierno para asuntos de la Defensa, se encontraba lealmente unido al presidente Adolfo Suárez y su contribución fue impagable.
Sin decir nada a nadie, procurando no levantar sospechas que habrían sido traumáticas, presidente y vicepresidente estudiaron todas las posibilidades de reacción, incluida la reacción armada. Por si acaso, Suárez encargó a su fiel segundo que comprobara las existencias de combustible en el Ejército y que, en lo posible, se frenara el suministro. Había que temer incluso una reacción loca de algunos de los exaltados que ya se habían distinguido y se trataba de impedir que las unidades móviles contaran con suficiente autonomía.
Gutiérrez Mellado cumplió como en él era costumbre, callada y eficazmente. Era lo que se entiende por un militar de una pieza: conocedor de su trabajo y de su gente, poseedor de las virtudes de la estrategia, minucioso, sereno, disciplinado y fiel a las instrucciones del poder político. Luego de desactivar la máquina reaccionaria del Ejército, habló con los tres ministros militares para anunciarles la posibilidad de la legalización, que tuvo lugar inmediatamente, el Sábado Santo, en abril de 1977.
UNA SUERTE PARA ESPAÑA.-


Este general discreto, cordial y campechano, que era como la antítesis del militar fanfarrón y voceante de sus servicios a la patria, fue una suerte para Suárez, porque supo cumplir pese a las continuas escaramuzas que le tendían. Es decir, fue una suerte para España.
Sus problemas comenzaron el mismo día de su designación como vicepresidente. Aceptó la oferta de Suárez para sustituir al teniente general Fernando de Santiago, que se le había enfrentado, y fue saludado hostilmente por el «búnker» militar. De Santiago dimitió en desacuerdo con la legalización de los sindicatos, tras una tensa discusión con Suárez en la que evocó que los golpes de Estado habían sido muy frecuentes en España y en la que el presidente le recordó que aún estaba vigente la pena de muerte. Así debía tenérselas con algunos.
Inmediatamente, en los sectores más reaccionarios del Ejército se le empezó a llamar «señor Gutiérrez». El también teniente general Iniesta Cano le recibió desde El Alcázar con una carta abierta a su antecesor en la que venía a acusarle de perjurio por aceptar el cargo. Gutiérrez Mellado replicó al poco tiempo rehabilitando a los generales Manuel Díez Alegría, que había sido sancionado por un viaje a Rumanía, y Aranda, a quien Franco había enviado a la reserva.
LA REFORMA MILITAR.- Enseguida se vio que Suárez había encontrado un general demócrata, que se ocupaba de transformar el Ejército franquista en una institución colaboradora de la reforma política y de la democracia. Uno de los principios que inspirarían su gestión fue enunciado por él mismo así: «La definición clara y terminante de nuestra política de defensa como parte integrante de nuestra política general». Es decir, había que lograr que el Ejército dejara de ser un poder actuante, amedrentador y peligroso para convertirlo en un cimiento colaborador de la gestión política. La reforma militar ocupó sus mejores horas.
Por eso le odiaban sus compañeros ultras. Interpretaban el cambio como una claudicación. Un símbolo de la resistencia fue el incidente de Cartagena con el general de la Guardia Civil Juan Atarés, quien se le enfrentó durante una reunión con mandos del Ejército a los gritos de: «La Constitución es la gran mentira ¡Arriba España y viva Franco!» e insultos como «traidor», «masón» y «espía».
En la respuesta disciplinaria aplicada a Atarés tuvo Gutiérrez Mellado otra prueba más de las dificultades del cambio tranquilo que intentaba: fue absuelto de delito y simplemente castigado por una falta. El golpismo latente en las Fuerzas Armadas recibió un espaldarazo. Poco después se descubrió la «operación Galaxia», también resuelta con penas mínimas, y se intentó el golpe del 23-F.
Lo más importante que hizo Gutiérrez Mellado fue conducir la institución militar hacia una tarea instrumental, pero la imagen que queda como expresión de su gestión es la de su enfrentamiento al golpista Antonio Tejero en el Congreso de los Diputados ante una cámara de televisión espía que nadie sospechaba.
Contaba entonces el general 69 años y con su pinta de anciano débil aguantó el vergonzoso intento del golpista de tirarlo al suelo. Tejero, sin dejar su pistola, trató una vez, dos veces, tres veces de humillarlo, pero Gutiérrez Mellado, con el simple apoyo de una mano y su coraje, se mantuvo en pie. Para los diputados, que empezaban a asomar sus cabezas tras las barandillas de los escaños, aquello debió de ser suficiente para declarar fracasado el golpe.
LUCHA CONTRA LA DROGA.-


Gutiérrez Mellado ha fallecido casi quince años después de aquello, en un estúpido accidente de tráfico, pero rodeado de la admiración y la estima de todo el país. En estos últimos años se ha ocupado de llevar a cabo una notable acción de lucha contra la droga mediante una institución que él creó en 1986, la Fundación de Ayuda contra la Drogadicción, de la que es presidenta de honor la reina Sofía.
El general pensaba que la droga es el mayor mal de este tiempo y había promovido esa campaña dirigida a los jóvenes que trata de convencerlos de la necesidad de decir «no» a los estupefacientes. Siempre que tenía ocasión, aprovechaba para lanzar un mensaje de apoyo a los que luchan por dejar la droga y para recabar apoyos a su fundación.
FECHAS DE UNA VIDA.-


Gutiérrez Mellado había nacido el 30 de abril de 1912 en Madrid. Quedó huérfano a los ocho años y pudo estudiar gracias a la ayuda que le ofrecieron los propietarios de la editorial Saturnino Calleja, según información de Efe. Ingresó en la Academia Militar con 17 años y acabó con 21 años con el número uno de su promoción.
Participó en la Guerra Civil española como miembro de los servicios de información del Cuartel General de Burgos y en 1938 creó el Servicio de Información de la Defensa, antecedente de los servicios secretos españoles. En 1939 contrajo matrimonio con Carmen Blasco Sancho con la que tuvo cuatro hijos.
Después de conseguir en 1942 el diploma de aptitud para el Servicio de Estado Mayor, ascendió a coronel en 1965 y a general en 1970, con 58 años. Ese mismo año fue destinado al Centro Superior de Estudios para la Defensa Nacional (CESEDEN) y, posteriormente, al Alto Estado Mayor, donde colaboró con el teniente general Manuel Díez Alegría.
El 23 de febrero de 1973 fue promovido al empleo de general de División y continuó en el Alto Estado Mayor hasta mayo de 1975. En esta última fecha fue nombrado comandante general y delegado del Gobierno en Ceuta. Por esas fechas, entre noviembre de 1974 y septiembre de 1975, fue el jefe del grupo militar que negoció el Tratado de Amistad y Cooperación con Estados Unidos de 1976.
Abandonó su destino en la plaza norteafricana al alcanzar el 18 de marzo de 1976 el grado de teniente general y ser destinado al frente de la VII Capitanía General, con sede en Valladolid. También en 1976 es promovido a la jefatura del Estado Mayor Central y, tras rechazar el ofrecimiento para ocupar el cargo de ministro del Interior, aceptó el ofrecimiento de Adolfo Suárez para ser vicepresidente primero de su Gobierno.
Fue quien más tiempo estuvo en el Gobierno con el presidente que condujo la Transición, 4 años, 5 meses y 6 días. Unos años después de dejar el Gabinete, tras la dimisión de Suárez, en 1984, fue nombrado miembro permanente del Consejo de Estado.
En 1992, el Gobierno presidido por Felipe González le concedió la Orden del Mérito Constitucional, y ya en mayo de 1994 fue promovido a capitán general del Ejército de Tierra con carácter honorífico, «en atención a los excepcionales méritos personales y profesionales». En octubre del mismo año le fue concedido el título de marqués de Gutiérrez Mellado.

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