viernes, 13 de noviembre de 2009

Entrevista de Francisco Lucientes a Concha Espina (El Sol, 15 de noviembre de 1931.



Así: en su casa la mujer.
Por dentro, andariega, muy andariega...

Es el sino, doblemente pagado de la española pura.
La acritud del camino, el triunfo costoso, la fama reunida noblemente fueron en ella -dolor y fruto- desviaciones superficiales impuestas por la tiranía «del hombre».

(...)

Concha Espina sembró universalmente estas inquietudes florecidas.
Con su alma de mujer. Con su espíritu de escritora.
(...) La melena joven, los ojos jóvenes... y una total inquietud inteligente en el semblante.
Concha Espina juzga el instante muy confuso.
Hagamos el boceto de sus opiniones:
«Los problemas básicos de España -dice- son de educación y de trabajo.
Educación para el pueblo...
¡Ah! Y también para el no pueblo.
Hay muchos que al socaire de la casta se creen superiores y no lo son.
¡Trabajo!... Muy sencillo: que trabajen algo los que nunca trabajaron, y trabajen un poco menos los que trabajaron siempre.
Vivimos un minuto desbocado.

Creo que a la postre se impondrá lo más razonable. La forma actual del gobierno tiene mis mayores esperanzas -afirma-, porque mi ilusión política de toda la vida fue la República.
Pero, en fin, ya del mundo no me asusta nada. Conducida, por mi sentimiento cristiano, hace tiempo que llegué al comunismo en la pura emoción filosófica.
En unos meses España ha recorrido muchos años. ¡Cómo no ser optimista!...
La incorporación de la mujer a la vida política equivale al descubrimiento de un tercer mundo.
El voto femenino. Pese a los augurios, será aquí un arma democrática. La mujer española, por lo menos, está políticamente tan capacitada como el hombre. ¡Hay ideas muy falsas sobre la mujer!...
Otro acierto grande de la República ha sido instituir el divorcio. El divorcio en España era, sencillamente, una necesidad social.

¿Que si tendrá éxito? Mucho, mucho...
Y aún siendo doloroso el porvenir de los hijos de divorciados, es indiscutible que la destrucción de un hogar turbio más lo favorece que perjudica.
Yo miro hacia dentro, dice la ilustre escritora con voz emocionada, y no figuro cómo se elevará en la mujer la obligación de madre definiéndose a tiempo el hogar...

Soy católica. Y a mi juicio, la iglesia gana en sus fines al separarse el Estado. La fe ahora ha de vibrar limpiamente como nunca. A la Iglesia de hoy, estancada, mohosa, sucederá una Iglesia viva, fuerte...
La que los católicos puros deseamos en medio de nuestras crisis de espíritu. A mí la fe me sostuvo siempre... En San Agustín y en San Francisco, sobre todo en la gracia del de Asís, he tenido dos valedores seguros.

Pero volvamos a los hombres...
¿Y qué voy a decirle? ¡Si yo no distingo a un progresista de un radical o de un radicalsocialista, según la fauna española!
Indiscutiblemente... Hay en las Cortes actuales unos cuantos posibles políticos de talla. Hombre educados, doctos políticamente, con desinterés, con patriotismo...

¿Los intelectuales? ¡Ah!... Me admira el soberbio Unamuno... ¡La auténtica veta española siempre en pie!... Me conmueve la generosa serenidad de Ortega. Y la actitud espiritualmente elegante de Marañón... Y... Punto ¿Para qué insistir acerca de otras actividades políticas de los escritores? Es inexplicable su conducta en la cuestión de los Estatutos... Por suerte, España aún se halla muy lejos de la necesidad de convertirse en almoneda.

¿Los escritores? ¿La política? ¿Las embajadas?
Son cosas antagónicas... A mí, dejar una obra literaria por una acción política, sin sentirla, me parece una claudicación»...
Allí, sobre la mesa, lo pregona el feble cañizo de la pluma. Junto al barbecho acuciante de unas cuartillas en blanco. La mesa con lustre humano de codos, bajo la que dormita el humilde «Hassan», un perro de pelambre tristona, que actúa de cónsul de San Francisco en una punta de la calle de Goya.

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