lunes, 23 de febrero de 2009

Las memorias de Suárez o el silencio de la Transición

ARMAS Marcelo escribió el otro día en la Tercera de este diario una pieza literaria sobre la debilitada memoria de Adolfo Suárez y lo que pudieron ser, y no fueron, sus memorias. Suárez, como todo el mundo que le conoció sabe, no escribió, probablemente, ni una sola cuartilla en su vida, a no ser las de las asignaturas de la carrera de derecho que aprobó a trancas y barrancas. Pero el ex presidente del Gobierno tenía unas dotes naturales extraordinarias. Y una visión política de España que le llevó a escalar las más altas cimas de nuestra Nación. Se parecía, en esto de escribir, bastante al Rey, que no ha juntado demasiados renglones en su vida, aunque ambos han sabido asumir y recitar las estrofas más convenientes para nuestra patria. Quizás esa fuese la razón de la sintonía que hubo entre ambos personajes, aunque en algunas épocas y momentos los desencuentros fuesen muy notables. Precisamente fueron esos trozos de nuestra historia los que siempre se resistió a contar Suárez.
Junto al presidente de la Transición trabajó un núcleo de personas que luego continuaron unidas durante algún tiempo en el despacho de Antonio Maura. Traté poco a Suárez, concretamente en una ocasión siendo Secretario General del Movimiento y otras dos, ya de presidente del Gobierno, cuando le visitamos la Lliga de Catalunya. Yo fui Secretario, durante un tiempo, de ese partido catalanista que luego se asoció a la Federación de Partidos Demócratas y Liberales que lideraban Joaquín Garrigues y Antonio Fontán. Esas personas eran su cuñado Aurelio Delgado, el famoso «Lito», Eduardo Navarro, José Luis Graullera, Josep Meliá y Alberto Aza. Y Amores, el hombre más fiel del presidente, aunque no se dedicase a la política sino a protegerle. Todos ellos ocuparon cargos de relevancia con Suárez aunque ninguno llegó a ministro. Excepto Meliá todos están vivos, y eran personas, a excepción de «Lito» y de Amores, muy preparadas, que le ayudaron al presidente a no equivocarse gravemente. Digo gravemente porque equivocarse se equivocó en muchas ocasiones, pero en ninguna, al menos que yo conozca, gravemente. Por ejemplo, le hicieron desistir de esa peregrina idea, heredada de ese resabio falangistoide y antisemita trasnochado que siempre tuvo, de enrolar a España en el grupo de países no alineados. Pero, en cambio, no pudieron parar la visita de Arafat, al que dio un monumental abrazo con pistolón al cinto, lo que le alejó, definitivamente, de Israel y de su posible interlocución en el conflicto de Oriente Medio. Errores de ese calibre no los cometió jamás Felipe González ni, por supuesto, Aznar. Esa tentación de juntarnos con los países no democráticos ha vuelto, en cambio, con Zapatero.
El grupo del despacho de Suárez se deshizo. Eso no era un despacho de abogados ni siquiera de influencias. Derecho sabían todos, alguno, como Eduardo, era un finísimo jurista formado en su día en Bolonia. Todos eran sensatos y brillantes políticos. Meliá se fue a Mallorca y ejerció entonces la profesión hasta su prematura muerte. Aza volvió a la carrera diplomática y hoy es el Jefe de la Casa del Rey. Y Eduardo y Graullera continuaron al lado del «Jefe» hasta que la insólita aventura del CDS se estampó en las urnas. Después Graullera fue durante varios años Presidente de AESMIDE (Asociación de Empresas Suministradoras del Ministerio de Defensa) y ahora, también, ejerce la profesión de abogado. Y Eduardo Navarro estuvo con Suárez hasta el último minuto de lucidez del ex presidente y, lo que es el destino, está aquejado de una enfermedad parecida a la de su jefe. Eduardo nunca se llevó bien con Adolfo Suárez Yllana, el hijo del presidente que se presento, ingenuamente, como candidato en las elecciones de Castilla-La Mancha nada menos que contra Bono. Pero volvamos a las memorias.
A Eduardo Navarro lo conozco desde que tengo uso de razón pues trabajó, como Secretario General en la Comisaría General de Urbanismo de Madrid, cuando mi padre, entre 1959 y 1965 era el Comisario General. A los demás los conocí por Eduardo y con alguno de ellos guardo una buena relación de amistad. Navarro, que además de ser un hombre bueno sacaba a veces bastante mala leche, cuando le preguntaba que por qué no escribía sus memorias, las suyas, me contestaba sin dudarlo que él ya escribía «con un seudónimo que se llamaba Adolfo Suárez». Efectivamente, es probable que no puedan atribuirse a Eduardo Navarro todos, absolutamente todos los escritos, conferencias o discursos del gran presidente de la Transición, pero un buen número considerable de ellos, sí. ¿Y qué había de las memorias? Yo puedo hablar de lo que he visto y tocado. Las notas esas que decía Suárez que había escrito y que recoge Armas Marcelo en su artículo puede que sean las aproximadamente más de un centenar de cuartillas escritas por Eduardo Navarro, que yo he tenido en mis manos, y que probablemente estén ahora a buen resguardo. Sé que Adolfo Suárez hijo no coincidía con lo escrito por Navarro y muy probablemente esas cuartillas, con datos históricos interesantes y otros no tanto, no vean nunca la luz. Ahora pretende darse una imagen idílica sobre las relaciones entre el Rey y Suárez, y eso, aunque Suárez Yllana se empeñe en ello, no fue siempre así. Suárez y el Rey tuvieron desencuentros, por no hablar de enfrentamientos, muy considerables, sobre todo en los meses anteriores al golpe de estado del 23 de febrero.
Eduardo no dejó que me sacara una fotocopia de sus cuartillas, escritas con esa letra suya tan característica y primorosa. Ni siquiera me dejó leerlas. Sabía de sobra que si las leía y tomaba notas no dudaría en publicarlas. Me decía que un día a lo mejor las publicaba él, pero lo iba dejando siempre para más adelante, hasta que se le fue la cabeza, como a Suárez, y en ese estado triste y deplorable se encuentran ambos ahora con sus memorias perdidas. El día que alguien quiera adentrarse en las entrañas de la transición, deberá hacerlo, también, en las entrañas de Navarro, Aza, Graullera, Meliá, «Lito» y Amores; y en los papeles que dejaron, si los dejaron y nos los enseñan, o que escriban en el futuro. Aza, Graullera, «Lito» y Amores están en perfecto estado de salud y bien podría decirse de ellos que son el silencio de la Transición. Les brindo la idea a los historiadores, aunque los interesados me maldigan, a que acudan a ellos, a ver si son capaces de sacarles algo, no vaya a ser que un día, también, se pierda la memoria de tan esclarecidos personajes.
JORGE TRIAS SAGNIER,. ABC

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