“La operación de «rescate de la memoria histórica» se ha fundado sobre premisas falaces, se ha convenido en un ejercicio de flagrante y premeditada falsedad, que la Guerra Civil fue un conflicto entre la democracia y el fascismo; y la facción gobernante, al arrogarse la herencia de un bando presuntamente democrático, ha pretendido arrojar sobre la facción opositora la herencia fascista.
Pero la triste verdad es que la izquierda española, en vísperas de la Guerra Civil, era mayormente revolucionaria y totalitaria. La Guerra Civil fue un choque de totalitarismos, contemplado con regocijo y expectación, desde Berlín y Moscú y aderezado por un elemento autóctono de atávicas rencillas cainitas.
La escueta verdad es que unos y otros fueron carnaza arrojada a la trituradora de las ideologías totalitarias, pobres gentes a las que tocó pegar tiros en una u otra trinchera por razones estrictamente geográficas, pobres gentes fusiladas por crímenes tan pavorosos como estar afiliadas a un sindicato o ir a misa los domingos
Conviene una memoria del perdón: la que rinde homenaje por igual a quienes murieron en Badajoz y Paracuellos, a las muchachas milicianas que apenas sabían enarbolar un fusil y a los jóvenes seminaristas que sólo habían enarbolado un crucifijo.
La Guerra Civil fue un trágico fracaso colectivo del pueblo español. Decir que fue una rebelión de los fascistas contra los demócratas es simplificar las cosas y falsear la realidad, porque en la España de 1936 la democracia y los demócratas brillaban por su ausencia.
Los voluntarios navarros no se sublevaron para instaurar la dictadura de Franco, sino para defender la religión y el orden.
Del mismo modo, los milicianos del Frente Popular no luchaban por la democracia, sino por el triunfo del socialismo totalitario y marxista, con el que creían poder acabar con la injusticia social.
Por eso los españoles de hoy debemos defender el gran valor de la Constitución de 1978, que representó el fin de las dos Españas y el comienzo de un nuevo régimen en el que todos los españoles tienen plena cabida, cualquiera que sea su concepción del mundo y el proyecto político que asuman, siempre que no traten de imponer sus ideas por medio de la violencia. La Constitución de 1978 fue el triunfo de la libertad y del espíritu de concordia. Por eso, la recuperación o conservación de la memoria histórica debe ser cosa de historiadores, no de políticos, y no debiera esgrimirse para reabrir el foso de la incomprensión y de la intolerancia. Aprendamos las lecciones de la historia, y neguémonos a repetirla.
jueves, 27 de marzo de 2008
Suscribirse a:
Enviar comentarios (Atom)
No hay comentarios:
Publicar un comentario