La división equilibrada de las fuerzas armadas entre los dos lados, al comienzo de la lucha. De hecho, la guerra civil no comenzó como un enfrentamiento «del ejército contra el pueblo», como se ha pretendido a veces, sino que las fuerzas republicanas, en ciertos casos, disfrutaban de mayores contingentes del ejército regular.
Este, sin embargo, estaba tan dividido políticamente (al menos entre los mandos de mayor edad) como lo estaba la sociedad española en general.
En un principio, los insurgentes obtuvieron el control de poco más de la mitad de las unidades del ejército regular. La policía quedó también dividida por igual. Para los rebeldes fue una ventaja fundamental contar con el apoyo de la única élite de combate del ejército español -las unidades duras y profesionalizadas del Tercio y de los Regulares marroquíes del Protectorado, además de otras unidades mejor entrenadas estacionadas en Marruecos- quedaron en el bando sublevado.
Esta desventaja quedó compensada en parte -aunque sólo en parte- por su control de todos los centros industriales y de los mayores depósitos de material. Por otra parte, retenía al menos el 60% del personal dé aviación, y casi dos tercios del de la marina (aunque no contaba con los oficiales navales, muchos de los cuales fueron eliminados).
Durante las primeras semanas de lucha, ambos lados siguieron una política militar relativamente especializada, política que tuvo que ser alterada sustancialmente al ir creciendo el conflicto hasta la movilización total.
La República comenzó enseguida a depender, en gran parte, de la milicia armada de los movimientos revolucionarios.
Aunque las primeras columnas de combate organizadas en la zona del Frente Popular estaban constituidas, al menos en parte, por unidades del ejército regular que habían permanecido leales, al cabo de una o dos semanas se vieron inundadas por la expansión de la milicia, y la revolución fue erosionando la confianza política y psicológica en los restos del ejército regular. El resultado fue un desastre militar. Glandes grupos de milicianos, indisciplinados y sin adiestrar, eran vencidos una y otra vez por los grupos de combate más pequeños, pero mejor entrenados y organizados, de las fuerzas regulares insurgentes. Tampoco aprovechó la República su superioridad en el mar y el aire para obtener una mayor eficacia. Es cierto que los débiles escuadrones de la aviación española, divididos como estaban, carecían de fuerza suficiente para llegar a ser un factor decisivo, pero la República, sin embargo, mantuvo durante los primeros meses un control naval decisivo en el Mediterráneo y en las costas del Sur. A causa de una estrategia inadecuada y la desorientación táctica a bordo de los barcos republicanos, debidos al reemplazo masivo de oficiales, la flota republicana no se utilizó ventajosamente, y el semibloqueo de Marruecos se rompió pronto.
Los nacionales dependieron desproporcionadamente durante los primeros meses de las unidades de élite marroquíes, complementadas con los falangistas y los grupos milicianos de derechas, así como por una movilización limitada de los nuevos reclutas del ejército.
Sin embargo, entre los nacionales, la función de las fuerzas constituidas por la milicia política se limitó a ser principalmente defensiva o de operaciones secundarias, y desde el principio estuvo rigurosamente subordinada a las órdenes del ejército regular.
La prolongación de la lucha durante el otoño y el invierno de 1936-37 hizo necesario un proceso de movilización militar más amplio de lo que en un principio habían imaginado Franco y otros, pero hasta después del estancamiento militar en Guadalajara (marzo de 1937) no se decidió del todo Franco a adoptar la idea de masificar su ejército.
La intervención extranjera y la ayuda militar ha sido un tema de debate:
*.- La primera ayuda extranjera le llegó a la República en forma de equipamiento militar desde Francia, en parte como continuación de contratos de abastecimiento ya existentes. Esta ayuda inicial francesa terminó pronto, dejando a la Unión Soviética, durante la mayor parte de la guerra, como primera fuente de aprovisionamiento, completado éste por material comprado a Checoslovaquia y a otra serie de países por agentes soviéticos y republicanos.
*.- La primera ayuda a los nacionales llegó de Italia a finales de julio de 1936 (un pequeño número de aviones y algunas armas alemanas).
La fecha del comienzo de la ayuda soviética al bando republicano no está tan clara, por falta de documentación directa soviética, pero se suele identificar su comienzo con la llegada de grandes cantidades de material soviético a Alicante y a otros pueblos levantinos, durante la segunda mitad de octubre de 1936.
Sin embargo, la misión soviética NKVD de inteligencia militar y de actividades de la guerrilla, al mando de Orlov, estaba ya organizada y había sido enviada antes de agosto de 1936, y existe evidencia de que alguna ayuda soviética llegó antes de octubre.
Los cargamentos de octubre constituyeron el mayor movimiento de material -aparte de los aviones- hasta esa fecha, y Hitler replicó con su decisión de enviar un cuerpo completo de aviación a España, seguido por la Legión Cóndor, que se formó durante el mes de noviembre de ese año. Mussolini aumentó entonces la escalada de ayuda extranjera despachando unidades militares enteras, el primer batallón de lo que llegaría a ser, con el tiempo, una fuerza italiana de 70.000 hombres, que llegó en los primeros días de 1937.
1937, fue el momento de máximo desarrollo de los dos ejércitos, aunque el gobierno republicano inició el proceso más ampliamente y con más seriedad que Franco.
En el Gobierno de Largo Caballero se inició la organización formal del ejército popular, a lo largo de los meses de septiembre y octubre de 1936.
Franco sólo comenzó a moverse a un nivel equivalente de movilización general en marzo del 37. En número, el ejército popular movilizó más hombres y organizó más unidades que los nacionales durante todo el año siguiente. Además, se mantuvieron más hombres en diversas unidades de policía armada en la zona republicana que en la nacional.
El fracaso del ejército popular no se debió a falta de movilización ni a desinterés por organizar un ejército regular, más bien a la incapacidad de llevar todo esto a cabo de un modo efectivo.
La República no tuvo déficit de armas y de equipamientos, comparada con Franco, antes del otoño de 1937. Las carencias operativas estuvieron en los mandos militares y en la falta de entrenamiento y de cohesión de las unidades en el combate.
El esfuerzo bélico de la República no pudo compensar nunca, el rechazo inicial de la mayor parte de los cuadros de oficiales profesionales de que disponía durante los primeros días de la guerra.
Al menos la mitad de los 15.000 o más oficiales del ejército regular de España, se encontraron en un primer momento dentro de territorio republicano, y de ellos sólo una minoría eran rebeldes manifiestos al principio.
Sin embargo, unos 3.000 fueron rápidamente purgados y unos 1.500 ejecutados antes o después. Alrededor de otros 7.000 se escondieron o escaparon a zona nacional. Solo unos 3.500 sirvieron en el Ejército Popular.
Peor aún, desde el punto de vista de la eficacia militar, fue que la selección de oficiales y el adiestramiento del ejército popular obedeciera siempre en alguna medida a criterios políticos, y su organización nunca llegara a tener un carácter del todo profesional.
Las deficiencias en el mando, en la iniciativa y en la cohesión de las unidades de combate, no pudieron ser compensadas ni siquiera por el buen espíritu de equipo que caracterizó a muchas de las tropas republicanas durante 1936-37.
El ejército de los nacionales se enfrentó a los mismos problemas, pero mantuvo en todo momento un nivel más alto de liderazgo militar y una mejor organización, lo cual reflejaba sus prioridades básicas.
El ejército nacional estuvo organizado sobre la base de un cuadro de 8.000 o más oficiales profesionales.
Se completó con cientos de otros oficiales de la milicia nacional, y con un total de más de 22.000 alféreces provisionales formados en nuevas escuelas de adiestramiento de oficiales.
En ciertos aspectos, la calidad de combate de las unidades nacionales se deterioró con el transcurso de la guerra, ya que la creciente escasez de oficiales profesionales más jóyenes y competentes, se compensaba sólo parcialmente con una mayor experiencia en combate.
Las principales unidades nacionales, sin embargo, mantuvieron un nivel de competencia de sus mandos, de cohesión técnica y de rendimiento en el combate, más alto que el de sus oponentes republicanos.
No era cuestión de inferioridad de los efectivos militares -los reclutas republicanos tenían probablemente la misma preparación física y eran, en general, tan capaces como sus oponentes nacionales, al menos hasta mediados de 1938- sino de una mayor eficacia militar, en términos generales, de la máquina de la guerra nacional.
Más decisivo incluso que la relativa superioridad en organización y calidad combativa del ejército nacional, fue el uso decidido e implacable que hizo Franco del poder naval, activamente respaldado por Mussolini.
En octubre de 1936, Franco optó por una política vigorosa de asalto directo a la flota republicana, siempre que hubiera ocasión de ello. Tenía una conciencia clara de la importancia de la logística y del abastecimiento, y estaba decidido a hacer todo lo posible por cortar las fuentes republicanas de suministro de armas.
Dada la pobreza inicial de la armada nacional, Franco no pudo lanzar una ofensiva general contra la flota republicana hasta el verano de 1937, cuando los submarinos italianos y otras unidades participaron en el ataque.
En cambio, la fuerza superior de la armada republicana se limitó de principio a fin a una estrategia en gran medida defensiva y pasiva.
Desde finales de 1936 a finales de 1938, la flota y la mayor parte de la aviación estuvieron bajo el control directo de consejeros soviéticos, los cuales impusieron la cauta estrategia defensiva en boga entre las fuerzas navales y aéreas soviéticas, en aquel momento.
Los nacionales dominaron en gran medida tanto el aire como el mar, gracias en parte a las técnicas más agresivas de las unidades alemanas e italianas que les ayudaban, y a la abierta intervención de la marina italiana en el Mediterráneo durante 1937-38.
Los ataques italianos y nacionales hundieron cientos de barcos republicanos y extranjeros cargados con aprovisionamientos. Hacia finales de 1937, la Unión Soviética se negó a enviar más barcos de abastecimiento por el Mediterráneo, por lo que tuvo que hacer sus envíos a través de Francia.
Más tarde, la Marina británica actuó para proteger los cargamentos neutrales durante algún tiempo.
La guerra en el mar fue enseguida más desigual que en tierra.
Tanto los republicanos como los nacionales comenzaron el conflicto con un acorazado cada uno, aunque los primeros contaban inicialmente con tres cruceros, mientras los segundos sólo tenían uno. Al final de la guerra ambos tenían tres.
Los republicanos empezaron con una ventaja de 10 a 1 en destructores y de 12 a 0 en submarinos. Al final, la proporción era de 9 a 5 y de 6 a 3 respectivamente.
El desarme naval republicano no consistió en la derrota y destrucción directa de sus buques de guerra (que rara vez participaron en combates importantes), sino en las pérdidas masivas ocasionadas a su flota de abastecimiento.
Los republicanos perdieron 554 barcos de todo tipo -sólo un pequeño número de ellos era de guerra- de los cuales 144 se perdieron por la acción alemana e italiana (principalmente la italiana). Además, 106 buques extranjeros que transportaban abastecimientos para los republicanos fueron también hundidos, 75 por alemanes e italianos.
Por el contrario, los nacionales sólo perdieron 31 barcos de todo tipo en la guerra, parece ser que 9 de ellos por la acción soviética.
La conquista nacional de la zona republicana del norte fue el momento crucial de la guerra civil, ésta coincidió con la ofensiva naval conjunta de nacionales e italianos, que tan desastrosos efectos tuvo para los abastecimientos republicanos.
En abril de 1937, los republicanos todavía disfrutaban de superioridad numérica en hombres, en total de unidades militares, en armas y material y en industria bélica. Al final de la conquista de la zona norte, seis meses más tarde, estas ventajas habían desaparecido en su mayoría.
El éxito de la estrategia nacional en 1937 apuntaba a una total deficiencia en el plan estratégico general de las fuerzas republicanas, las cuales tendían a confiar en una defensa relativamente pasiva, del mismo modo que tendían a dispersar los efectivos militares y los materiales disponibles a lo largo de un extenso perímetro defensivo.
Frente a tal estrategia defensiva, fue mucho menos difícil para Franco concentrar sus unidades más fuertes en grandes grupos de ofensiva, disfrutando siempre de superioridad numérica al menos en el punto de ataque, y de este modo pudo destrozar las unidades republicanas sector por sector.
La historia del sector principal del ejército popular es esencialmente la historia de cuatro ofensivas: Brunete, Belchite, Teruel y Ebro. Durante casi un año los republicanos lucharon principalmente a la defensiva, siendo la primera ofensiva a gran escala la operación Brunete y luego la de Belchite. Las dos fallaron en su intento de desviar a las tropas nacionales de la conquista del norte.
En los últimos meses de 1937, las fuerzas republicanas eran vencidas, aumentando los éxitos del ejército nacional. Para recobrar la iniciativa republicana se inició la ofensiva de Teruel (diciembre de 1937), lo que obligó a que Franco abandonara sus planes (una nueva ofensiva cerca de Guadalajara para aislar Madrid).
La derrota final de los republicanos en Teruel (enero y febrero de 1938) permitió una ofensiva relámpago de Franco sobre Levante (aunque no consiguió la ocupación de Valencia).
La República consiguió reorganizar el Ejército Popular en Cataluña durante a comienzos del verano de 1938. Representó la movilización de efectivos más extensa de toda la guerra, aunque se hizo básicamente con jóvenes menores de veinte años y hombres entre los treinta y los cuarenta (se incorporaron casi 200.000 reclutas en la zona republicana).
La reapertura oficial de la frontera con Francia aumentó el abastecimiento de armas e hizo posible la creación del nuevo Ejército del Ebro, retomando la última iniciativa el bando republicano (ofensiva del 1 5 de julio de 1938).
En la zona republicana los comunistas defendieron el “antes ganar la guerra, después la revolución”. El gobierno de Largo Caballero asumió la iniciativa de organizar un ejército popular regular, no siendo ésta una empresa de exclusiva iniciativa comunista.
El que los oficiales comunistas, se hicieran con el mando de la mayoría y de las mejores unidades militares del ejército republicano se produjo por el monopolio sobre el suministros de armas que disfrutó la Unión Soviética y por la dureza con la que los Consejeros soviéticos y los jefes comunistas españoles llevaron a cabo su política en el nuevo ejército.
Cuando hubo que elegir entre influencia política comunista y la fuerza militar no comunista, los comunistas sacrificaron la eficacia militar a la política, como lo hicieron antes los socialistas y anarquistas. Este conflicto interno fue causa principal de la debilidad del esfuerzo bélico republicano.
Una de las principales contribuciones de Franco al triunfo nacional fue de carácter estrictamente político: el mantener la unidad política entre los nacionales, para poder concentrarse prioritariamente en las cuestiones militares.
Las valoraciones que se han hecho de la calidad de su liderazgo militar han sido enormemente variadas: bajo su régimen se le calificaba de genio, sus detractores (entre los que se encontraba Mussolini) le negaban todo talento militar y sí una simple mediocridad profesional).
Franco no era un genio militar, pero poseía ciertas cualidades positivas como jefe militar: era sereno, concienzudo y práctico, y dedicaba considerable atención a cuestiones fundamentales como el entrenamiento, la logística, los abastecimientos, las comunicaciones y el uso de la topografía.
Su principal talento se encontró en el ámbito de los asuntos técnicos y estructurales más prosaicos, pero no por eso menos básicos e importantes. Entendía escasamente la nueva tecnología pero fue capaz de integrarla, en la medida de lo posible, en su estrategia general.
La dimensión más pobre de Franco fue la estratégica, tenía para ella poca imaginación y escasa aptitud. Las jugadas innovadoras y los riesgos temerarios no formaban parte de su constitución psicológica.
La innovación estratégica más decisiva del esfuerzo bélico nacional, la decisión de 1937 de abandonar la ofensiva del centro y liquidar la zona norte, parece haber sido trazada originalmente por su Jefe de Estado Mayor, Juan Vigón, que consiguió convencer a Franco de lo acertado de la misma.
Se dejaron pasar las oportunidades para una victoria rápida en septiembre de 1936, aunque entonces había dos posibilidades viables:
*.- Trasladar un considerable número de tropas a la zona de Mola (en una ocasión a principios de aquel mes, los dos ejércitos nacionales se llegaron a unir en el oeste), para atacar Madrid.
*.- avanzar directamente sobre Madrid, durante la tercera y cuarta semanas de aquel mes, desentendiéndose del flanco sudoriental.
Madrid estuvo más débilmente defendido durante septiembre que en octubre o noviembre, pero el golpe audaz no se intentó. En vez de esto, las fuerzas de Franco lucharon para ir ganando terreno pueblo a pueblo, a lo largo de un frente bastante extenso.
La decisión de Franco de cancelar la ofensiva sobre Madrid y Guadalajara en 1937, para responder al asalto republicano sobre Teruel, fue muy criticada por sus consejeros alemanes e italianos, así como por algunos de sus mandos.
Críticas similares acompañaron su decisión de volverse hacia el sur en mayo de 1938, en una lenta ofensiva frontal contra Valencia, mientras Cataluña, mal defendida, podría haber sido ocupada como consecuencia directa del avance de los nacionales hasta el mar.
Pudo disuadir a Franco la posibilidad de un cambio en la política francesa, e incluso de una intervención de Francia, si ocupaba todo el noroeste hasta la frontera durante las tensiones de aquel año previas a la cuestión de Munich.
Hablaba más abiertamente de prioridades económicas peculiarmente definidas:
*.- la falta de moneda extranjera para importar materia prima con que abastecer la industria catalana, si ésta llegaba a ser ocupada a corto plazo, frente a la utilidad de los cítricos levantinos para mejorar la balanza de cambio.
La decisión de julio de 1938, de comprometer la mayor parte de sus recursos en la contraofensiva del Ebro fue igualmente criticada.
Franco no dirigió la guerra con criterios exclusivamente militares: buscaba las ventajas políticas y psicológicas y se negó a dejar cualquier iniciativa o triunfo republicano sin contestación.
La campaña del Ebro le costó al ejército nacional más muertes que ninguna otra (6.500), para él fue una batalla importante de desgaste. La campaña del Ebro trituró lo que posiblemente fuera el sector más fuerte y más importante de lo que quedaba del ejército popular.
Una vez destruido éste no pudo ser reconstruido, ni pudo recuperarse el ánimo republicano del precio que había tenido que pagar.
Se ha sostenido a menudo que el factor decisivo en la victoria nacional fue el apoyo extranjero. No cabe duda de que la ayuda militar italiana y alemana a Franco fue muy superior en calidad de resultados, y ligeramente superior en cantidades absolutas, a la ayuda que de la Unión Soviética y de otros países recibió el Frente Popular.
La cantidad de personal militar alemán en España era por lo menos el doble del soviético, mientras que los 70.000 soldados italianos que había en la península en 1937, punto culminante de la participación italiana, excedían probablemente el número total de voluntarios de las Brigadas Internacionales, aunque el brigadista medio probablemente estuviese luchando en España durante un periodo de tiempo más largo.
Después de la guerra civil, los republicanos no comunistas se quejaron, de que el esfuerzo republicano había quedado lastrado porque la Unión Soviética envió predominantemente armas viejas y anticuadas. Es cierto que parte del equipamiento utilizado por ambos lados era anticuado, pero la Unión Soviética también envió algunas de sus armas más modernas.
(los aviones caza de gran velocidad que llegaron de la Unión Soviética en octubre de 1936, eran superiores a cualquier otro de los enviados por Alemania o Italia, hasta la aparición de los Messerschmitts algún tiempo después. Incluso se enviaron modelos más nuevos y recientes de cazas soviéticos (los «Supermoscas») en 1938.
Su utilización y eficacia: el equipo alemán e italiano, manejado por alemanes, italianos o españoles, generalmente sobrepasó en rendimiento al soviético, tanto si éste era utilizado por rusos como por españoles (En parte debido a las tácticas defensivas impuestas por los consejeros soviéticos).
La artillería italiana jugó un papel importante, del mismo modo que la ayuda de la Legión Cóndor alemana fue vital para varias de las ofensivas clave de Franco.
Esencialmente fue un conflicto revolucionario/contrarrevolucionario, pero se le hizo una insistente propaganda como una lucha entre «fascismo y «democracia».
El factor más significativo del apoyo alemán fue de apoyo aéreo; por el contrario no hubo un número suficiente de carros de combate alemanes en España en apoyo del ejército nacional. La aviación fue mucho más importante que los vehículos blindados para apoyar el avance de los nacionales.
La guerra española indudablemente contribuyó a la dinámica de los asuntos internacionales, pero no constituyó una preocupación crucial para ninguna de las grandes potencias; aunque proprocionó la ocasión original para la creación del eje Roma-Berlín en octubre de 1936.
Por lo que respecta a la izquierda, la guerra española representó un intento de formación de una especie de Frente Popular Internacional, dirigido en parte por la Unión Soviética, pero esto resultó ser un fracaso total.
Hitler solo inició la II Guerra Mundial después que Stalin hubiera invertido por completo la política en la que se basó, al menos en teoría, la intervención soviética en España.
Stalin, en vez de oponerse a Hitler, llegó a un acuerdo directo con él, para una división del poder que haría posible una guerra europea de mayor extensión. La II Guerra Mundial sólo pudo comenzar cuando se invirtieron las alianzas de la guerra civil española.
La primera fase, puramente europea, de la II Guerra Mundial, fue posible gracias a la alianza de dos imperialismos revolucionarios rivales -el nazi y el soviético- contra las democracias occidentales y los estados menores.
No sólo los dos imperialismos revolucionarios habían apoyado a lados opuestos en España, sino que, además, la democracia, en su sentido occidental, nunca había sido un elemento por el que luchar. Fue rechazada por Franco y los nacionales desde el principio, mientras que la coalición pluralista del revolucionario Frente Popular, que gobernaba en la zona de la República, sólo utilizó la democracia occidental como artículo de propaganda internacional.
La única parte de la II Guerra Mundial que el conflicto español, hasta cierto punto, presagió o anticipó, fue la lucha que comenzó en julio de 1941 cuando Hitler atacó la Unión Soviética.
El régimen de Franco envió voluntarios al frente ruso, mientras permanecía neutral o no beligerante en otras cuestiones de la guerra, que atañían a potencias con las que no había tenido un enfrentamiento directo.
Después de 1941, el conflicto, ya realmente mundial, tras la intervención japonesa y americana, ni reflejó de modo evidente la guerra española, ni constituyó un enfrentamiento auténtico entre el fascismo y la democracia.
Japón, por ejemplo, mantuvo su sistema constitucional anterior a la guerra relativamente inalterado a lo largo de todo el conflicto mientras que la alianza anglo-américo-soviética, a todas luces, no se basaba en un denominador común democrático.
jueves, 27 de marzo de 2008
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