En esta hora cargada de emoción y esperanza, llena de dolor por los acontecimientos que acabamos de vivir, asumo la Corona del Reino con pleno sentido de mi responsabilidad ante el pueblo español y de la honrosa obligación que para mí implica el cumplimiento de las Leyes y el respeto de una tradición centenaria que ahora coinciden en el Trono.
Como Rey de España,
título que me confieren la tradición histórica, las Leyes Fundamentales del
reino y el mandato legítimo de los españoles, me honro en dirigiros el primer
mensaje de la Corona, que brota de lo más profundo de mi corazón.
Una figura
excepcional entra en la Historia. El nombre de Francisco Franco será ya un
jalón del acontecer español y un hito al que será imposible dejar de referirse
para entender la clave de nuestra vida política contemporánea. Con respeto y
gratitud quiero recordar la figura de quien durante tantos años asumió la
pesada responsabilidad de conducir la gobernación del Estado. Su recuerdo
constituirá para mí una exigencia de comportamiento y de lealtad para con las
funciones que asumo al servicio de la Patria. Es de pueblos grandes y nobles el
saber recordar a quienes dedicaron su vida al servicio de un ideal. España
nunca podrá olvidar a quien, como soldado y estadista, ha consagrado toda la
existencia a su servicio.
Yo sé bien que los
españoles comprenden mis sentimientos en estos momentos. Pero el cumplimiento
del deber está por encima de cualquier otra circunstancia. Esta norma me la
enseñó mi padre desde niño, y ha sido una constante de mi familia, que ha
querido servir a España con todas sus fuerzas.
Hoy comienza una
nueva etapa de la Historia de España. Esta etapa, que hemos de recorrer juntos,
se inicia en la paz, el trabajo y la prosperidad, fruto del esfuerzo común y de
la delicada voluntad colectiva. La Monarquía será fiel guardián de esa
herencia, y procurará en todo momento mantener la más estrecha relación con el
pueblo.
La Institución que
personifico integra a todos los españoles, y hoy, en esta hora tan
transcendental, os convoco porque a todos nos incumbe por igual el deber de
servir a España. Que todos entiendan con generosidad y altura de miras que
nuestro futuro se basará en un efectivo consenso de concordia nacional.
El Rey es el primer
español obligado a cumplir con su deber y con estos propósitos. En este momento
decisivo de mi vida afirmo solemnemente que todo mi tiempo y todas las acciones
de mi voluntad estarán dirigidos a cumplir con mi deber.
Pido a Dios su ayuda
para acertar siempre en las difíciles decisiones que, sin duda, el destino
alzará ante nosotros. Con su gracia y con el ejemplo de tantos predecesores que
unificaron, pacificaron y engrandecieron a todos los pueblos de España, deseo
ser capaz de actuar como moderador, como guardián del sistema constitucional y
como promotor de la justicia. Que nadie tema que su causa sea olvidada; que
nadie espere una ventaja o un privilegio. Juntos podremos hacerlo todo si a
todos damos su justa oportunidad. Guardaré y haré guardar las Leyes, teniendo
por norte la justicia y sabiendo que el servicio del pueblo es el fin que
justifica toda mi función.
Soy plenamente
consciente de que un gran pueblo como el nuestro, en pleno período de
desarrollo cultural, de cambio generacional y de crecimiento material, pide
perfeccionamientos profundos. Escuchar, canalizar y estimular estas demandas es
para mí un deber que acepto con decisión.
La Patria es una
empresa colectiva que a todos compete; su fortaleza y su grandeza deben de
apoyarse, por ello, en la voluntad manifiesta de cuantos la integramos. Pero
las naciones más grandes y prósperas, donde el orden, la libertad y la justicia
han resplandecido mejor, son aquellas que más profundamente han sabido respetar
su propia Historia.
La justicia es el
supuesto para la libertad con dignidad, con prosperidad y con grandeza.
Insistamos en la construcción de un orden justo, un orden donde tanto la
actividad pública como la privada se hallen bajo la salvaguardia jurisdiccional.
Un orden justo, igual
para todos, permite reconocer dentro de la unidad del Reino y del Estado las
peculiaridades regionales como expresión de la diversidad de pueblos que
constituyen la sagrada realidad de España. El Rey quiere serlo de todos a un tiempo
y de cada uno en su cultura, en su historia y en su tradición.
Al servicio de esa
gran comunidad que es España debemos de estar: la Corona, los Ejércitos de la
nación, los organismos del Estado, el mundo del trabajo, los empresarios, los
profesionales, las instituciones privadas y todos los ciudadanos, constituyendo
en su conjunto un firme entramado de deberes y derechos. Sólo así podremos
sentirnos fuertes y libres al mismo tiempo.
Esta hora dinámica y
cambiante exige una capacidad creadora para integrar en objetivos comunes las
distintas y deseables opiniones que dan riqueza y variedad a este pueblo
español, que, lleno de cualidades, se entrega generoso cuando se le convoca a
una tarea realista y ambiciosa.
La Corona entiende
como un deber el reconocimiento y la tutela de los valores del espíritu.
Como primer soldado
de la nación, me dedicaré con ahínco a que las Fuerzas Armadas de España,
ejemplo de patriotismo y disciplina, tengan la eficacia y la potencia que
requiere nuestro pueblo.
El mundo del
pensamiento, de las ciencias y de las letras, de las artes, y de la técnica,
tienen hoy, como siempre, una gran responsabilidad de compromiso con la
sociedad. Esta sociedad en desarrollo que busca nuevas soluciones, está más
necesitada que nunca de orientación. En tarea tan alta, mi apoyo y estímulo no
han de faltar.
La Corona entiende
también como deber fundamental el reconocimiento de los derechos sociales y
económicos, cuyo fin es asegurar a todos los españoles las condiciones de
carácter material que les permitan el efectivo ejercicio de todas sus
libertades.
Por lo tanto, hoy
queremos proclamar que no queremos ni un español sin trabajo ni un trabajo que
no permita a quien lo ejerce mantener con dignidad su vida personal y familiar,
con acceso a los bienes de la cultura y de la economía para él y para sus
hijos.
Una sociedad libre y
moderna requiere la participación de todos en los foros de decisión, en los
medios de información, en los diversos niveles educativos y en el control de la
riqueza nacional. Hacer cada día más cierta y eficaz esa participación debe ser
una empresa comunitaria y una tarea de gobierno.
El Rey, que es y se
siente profundamente católico, expresa su más respetuosa consideración para la
Iglesia. La doctrina católica, singularmente enraizada en nuestro pueblo,
conforta a los católicos con la luz de su magisterio. El respeto a la dignidad
de la persona que supone el principio de libertad religiosa es un elemento
esencial para la armoniosa convivencia de nuestra sociedad.
Confío plenamente en
las virtudes de la familia española, la primera educadora, y que siempre ha
sido la célula firme y renovadora de la sociedad. Estoy también seguro de que
nuestro futuro es prometedor, porque tengo pruebas de las cualidades de las
nuevas generaciones.
Me es muy grato en
estos momentos expresar mi reconocimiento a cuantos enviados de otras naciones
han asistido a esta ceremonia. La Monarquía española, depositaria de una
tradición universalista centenaria, envía a todos los pueblos su deseo de paz y
entendimiento, con respeto siempre para las peculiaridades nacionales y los
intereses políticos con los que todo pueblo tiene derecho a organizarse de
acuerdo con su propia idiosincrasia.
España es el núcleo
originario de una gran familia de pueblos hermanos. Cuanto suponga potenciar la
comunidad de intereses, el intercambio de ideales y la cooperación mutua es un
interés común que debe ser estimulado.
La idea de Europa
sería incompleta sin una referencia a la presencia del hombre español y sin una
consideración del hacer de muchos de mis predecesores. Europa deberá contar con
España y los españoles somos europeos. Que ambas partes así lo entiendan y que
todos extraigamos las consecuencias que se derivan, es una necesidad del
momento.
No sería fiel a la
tradición de mi sangre si ahora no recordase que durante generaciones los
españoles hemos luchado por restaurar la integridad territorial de nuestro
solar patrio. El Rey asume este objetivo con la más plena de las convicciones.
Señores consejeros del
Reino, señores procuradores, al dirigirme como Rey, desde estas Cortes, al
pueblo español, pido a Dios ayuda para todos. Os prometo firmeza y prudencia.
Confío en que todos sabremos cumplir la misión en la que estamos comprometidos.
Si todos permanecemos
unidos, habremos ganado el futuro.
¡VIVA ESPAÑA!.
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