viernes, 1 de mayo de 2009

EL PRIMER GRAN DESENCUENTRO ENTRE DON JUAN Y FRANCO

Por ANTONIO FONTÁN
HACE ahora sesenta años, a fines de 1943, el Conde de Barcelona, desde Lausanne, dirigió a su secretario Ramón Padilla, entonces en San Sebastián, una carta que tuvo cierta trascendencia política y una historia casi novelesca. El escrito de Don Juan no llegó a su destinatario sino a las manos del General Franco.

Hay varias versiones del extravío o secuestro del documento, y algunas fantasiosas invenciones sobre su envío desde Suiza a España a través de una Francia ocupada por los alemanes. Según dijo por escrito Franco a Don Juan, la carta se habría extraviado y había caído «en manos de un agente extranjero del que pudimos rescatarla». Gracias a esa circunstancia, prosigue el General, «hube de enterarme de su contenido y de la intimidad de vuestro pensamiento».

Don Juan, al contestar a esa historia de extravíos y recuperaciones, manifestaba, no sin cierta ironía, su preocupación por el hecho de que «gentes extranjeros, al parecer» hubieran «tenido la posibilidad de intervenir el servicio postal entre Irún y San Sebastián». Hay que suponer que la versión de Don Juan era la verdadera, porque cuando el Conde de Barcelona contestó al General, el 25 de enero del 44, las personas que se habían encargado de llevar la carta estaban ya de vuelta en Lausanne, tras haber pasado las Navidades en España y pudieron contarle la verdad de lo ocurrido.

En algunos libros sobre Don Juan se leen inverosímiles o falsas e imposibles referencias de este episodio. En más de uno de ellos se dice que la carta interceptada iba dirigida al conde de Fontanar, secretario oficioso de la acción monárquica en Madrid. Pero eso es un manifiesto error, como demuestra la documentación que se conserva.

En otros lugares se puede leer que el portador del escrito de Don Juan había sido el profesor y político monárquico Rafael Calvo Serer. Según alguno de los «acusadores» de Calvo, éste habría facilitado la carta al ministro de Gobernación, Pérez González. También hay quien dice que se la había dado al Subsecretario Carrero. Todo ello en los primeros días de diciembre del 43. Pero Calvo Serer estuvo pensionado en Suíza desde el 14 de agosto de 1943 hasta el 19 de enero de 1944, entre Basilea, Friburgo y Zürich, sin salir de aquel país en todo ese tiempo, mientras el ministro y el subsecretario permanecieron en sus despachos de Madrid.

Incluso, en alguna de esas versiones, de modo ciertamente calumnioso, y sin prueba o testimonio alguno que lo avale, se apunta a que el Opus Dei (del que era miembro Calvo Serer), o su Fundador tenían interés en hacer méritos con Franco, y Calvo habría pensado que con esa traición a Don Juan le prestaba un servicio.

La reciente biografía de Don Juan del historiador castellano Fernando de Meer, que ha trabajado en los archivos del propio Calvo, de Fontanar y en otros, también particulares, así como unos trabajos del mismo autor publicados en revistas de historia -una de ella tan prestigiosa como el Boletín de la Real Academia-, han probado que esa presunta intervención de Calvo fue imposible. Además de haber estado en esa fecha en Suiza, Calvo no conoció a Carrero hasta la primavera de 1945, y yo creo que no tuvo trato personal con el ministro Blas Pérez.

La intervención de la carta por los «servicios oficiales» hubo de tener lugar cuando los portadores, ya en Irún, la echaron al correo con destino a la casa de Padilla en San Sebastián. Yo que he hablado con Rafael Calvo Serer de cuestiones políticas y monárquicas en innumerables ocasiones, antes y después de los años de nuestra colaboración en el «Diario Madrid» (1966-1971), tengo la fundada impresión de que ni siquiera se enteró de los hechos en que después se le ha querido mezclar, ya que en ese año 1943 él no estaba tan introducido en los centros de la política monárquica como para participar en las relaciones de Don Juan con el General Franco.

Por su propio testimonio se sabe, además, que Rafael Calvo vio por primera vez al Subsecretario Carrero en la primavera de 1945, cuando vino desde Suiza a España con el encargo de entregar y explicar a «diversas personalidades y a algunos generales» el Manifiesto de Lausanne.

He tenido oportunidad de comentar todo este episodio de la carta de Don Juan a Padilla de noviembre de 1943, con el ilustre hispanista británico Paul Preston, que en su excelente biografía del Rey Juan Carlos se había hecho eco de las presuntas intervenciones de Calvo en relación con la suerte de este importante documento, cuya lectura por Franco marcó un primer punto de inflexión en las relaciones del Titular de la Dinastía y el Jefe del Estado. Yo pienso que este suceso dio lugar a una desconfianza de Franco hacia Don Juan que tiene mucho que ver con lo que ocurriría entre ellos desde entonces hasta el final de la vida del General.

En una calurosa tarde del pasado mes de julio en su despacho-biblioteca de la London School of Economics, tras un grato almuerzo mano a mano, Preston y yo examinamos juntos la documentación inédita o publicada que yo le pude aportar. Paul, que por cierto confesaba haber sido lector del «Diario Madrid» en sus tiempos de estudiante en España, y recordaba nuestro último número, me dijo que en futuras ediciones de su libro lo que «estuviera mal se pondría bien» y «lo que estuviera equivocado se corregiría». Pero añadió que si, mientras esa nueva edición se producía, yo publicaba algo sobre esta cuestión de la carta y Calvo Serer, podía añadir a mi argumentación su explícita conformidad.

La famosa carta no se sabe donde está, si es que se conserva. Franco en su escrito a Don Juan de 6 de enero de 1944 dice que lo primero que pensó al leerla fue devolvérsela sin más a Su Alteza. Pero que después había decidido que la «gravedad que entrañaban para la nación y para la suerte de la monarquía los proyectos que en ella» se exteriorizaban le «obligaba a intentar el evitar lo que había de ser irreparable».

No hay otra constancia de que Franco le devolviera la carta a Don Juan, y parece que ese documento no se encuentra entre los papeles que estudió Luis Suárez en la Fundación Francisco Franco. Tampoco se halla entre los textos de Don Juan y Franco que publicó Sainz Rodríguez.

De la correspondencia entre Franco y D. Juan de aquel enero de 1944 -hace ahora sesenta años- se deduce, que ese documento guardaba relación con un proyecto de manifiesto del Conde de Barcelona y un plan alternativo de «carta a los españoles» que Don Juan sometía a la consideración de dos docenas de distinguidos monárquicos en esas mismas fechas, y que, siguiendo la opinión de los consultados, no vieron la luz. Pero una carta del Secretario de D. Juan, Ramón Padilla, y otros documentos del propio Conde de Barcelona publicados por De Meer, prueban que los textos que Don Juan consultaba a sus monárquicos eran un precedente y un primer ensayo del Manifiesto de Lausanne de dos años después. Los principios básicos de la monarquía que Don Juan se proponía ofrecer a los españoles a fines de 1943, eran los mismos del Manifiesto de Lausanne de 19 de marzo de 1945 y no dejan de semejarse a los que han inspirado e inspiran grandemente la actual Monarquía de Don Juan Carlos.

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