domingo, 2 de enero de 2011

La entrevista de Hitler con Franco en Hendaya (1940)

Durante décadas, la entrevista mantenida por Hitler y Franco en Hendaya ha sido objeto de las más diversas interpretaciones.
Mientras que el antifranquismo instrumentalizó el encuentro como una prueba evidente del entendimiento entre ambos dictadores, el franquismo posterior a la segunda guerra mundial lo presentó como uno de los grandes logros de Franco al evitar que España entrara en guerra.
En el verano de 1940, las tropas alemanas lograron la derrota de Francia –precedida por la de Polonia, Noruega, Dinamarca, Bélgica, Holanda y Luxemburgo–, y dio la impresión de que su victoria en la guerra era innegable. Semejante situación iba a tener consecuencias directas para una España desangrada por la guerra civil y declaradamente neutral. Su postura en el futuro debía ser dirimida directamente por Hitler y Franco cuyo encuentro quedó fijado finalmente para el 23 de octubre de 1940 en Hendaya.
El Führer llegó a la estación en torno a las tres y veinte de la tarde.
Unos ocho o nueve minutos más tarde entró en aquella el “break” de Obras públicas que transportaba a Franco y a Serrano. Éstos iban acompañados por el general Moscardó, jefe de la Casa militar, el barón de las Torres, jefe de protocolo del Ministerio de Asuntos exteriores; Antonio Tovar, Enrique Giménez Arnau, Vicente Gállego aparte de algún periodista y de los ayudantes del servicio de Franco.
El levísimo retraso había sido ocasionado por el mal estado de la vía férrea española pero no cayó en la descortesía en la medida en que habría resultado mal visto que los visitantes hicieran acto de presencia con anterioridad a los anfitriones.
Posteriormente, el retraso de Franco sería magnificado por la propaganda de su régimen como un intento de provocar el nerviosismo de Hitler. No sólo es que tal posibilidad era absurda sino que la misma prensa de la época desmiente un aserto de este tipo.
“Arriba” en su número de 24 de octubre señalará á de manera específica: “Cerca de las tres y media de la tarde llegó al lugar de la entrevista el tren especial que conducía al Führer-Canciller y a su ministro de Relaciones Exteriores. Poco después, a las tres y media en punto, llegaba a la misma estación el tren especial del Caudillo...”. Al producirse la entrada del tren hispano en la estación, engalanada con las banderas de ambas naciones, Hitler, Ribbentrop y von Brauchitsch con su séquito se dirigieron hacia aquel. Tras intercambiar unos saludos abiertamente cordiales, el Führer invitó a los visitantes a encaminarse a su tren especial. En el salón de éste comenzó a las cuatro menos veinte, hora española, la histórica reunión. En el encuentro iban a estar presentes Hitler y Ribbentrop por parte alemana y Franco y Serrano por la española además de dos intérpretes: Gross y el barón de las Torres.


Franco comenzó el intercambio de impresiones manifestando su satisfacción por encontrarse de manera personal con el Führer que tanta ayuda le había prestado durante la guerra civil española. La respuesta de Hitler fue formular cumplidos hacia los españoles que, bajo la dirección del Caudillo, se habían enfrentado al comunismo y subrayó la importancia de aquella reunión en un momento en que Francia había sido derrotada. A partir de ese momento el Führer se embarcó en una digresión sobre el Nuevo orden europeo en el que España tendría su lugar si bien era necesario que participara de manera activa en la victoria del Eje. A tal respecto, se refirió, de manera cuidadosa, a la necesidad de proteger la costa africana, para llegar a la cual había que cruzar España. Tras esa referencia, Hitler hizo una exposición de los acontecimientos producidos en los años anteriores y que habían llevado a la guerra que cínicamente presentó como un acontecimiento que no había deseado y que le habían obligado a aceptar y subrayó que Inglaterra, tras la caída de Francia, estaba a punto de rendirse.
Dado que el éxito de las armas alemanas iba a ser inmediato, resultaba urgente que España supiera aprovechar la oportunidad que se le presentaba de participar de esa victoria.
Si la dejaba pasar ahora, nunca volvería a presentarse. El papel hispano debía centrarse en tres cuestiones concretas.
En primer lugar, Gibraltar. Este bastión, por cuestión de honor, debía ser reintegrado a España. Su importancia militar residía en ser el punto de apoyo más importante para la navegación aliada en el Mediterráneo.
En segundo lugar, estaba la cuestión de Marruecos. España estaba llamada a ocupar todo el Marruecos francés y Orán “si” entraba en guerra al lado del Eje, aunque para que Alemania cediera a esas peticiones de Franco necesitaba tenerlas y ése no era el caso de momento.
En tercer lugar, Hitler mencionó Canarias. Estas constituían un enclave de especial importancia no por una posible entrada de los americanos en guerra (que, según él, no se produciría) sino por los ingleses.
Para concluir, el Führer volvió a insistir en la oportunidad que se le presentaba a España si entraba ahora en guerra, recordó de nuevo a Franco la ayuda que le había proporcionado durante la guerra civil e insistió en que ambos tenían los mismos enemigos.
Franco tomó entonces la palabra.
En primer lugar, afirmó la amistad que unía a España con Alemania desde la guerra civil donde: “los soldados españoles lucharon junto con alemanes e italianos y de ahí nació entre nosotros la más estrecha alianza, que seguirá en el futuro porque nadie podrá romperla y con gusto estaríamos luchando ya al lado de Alemania si no fuera por las dificultades económicas, militares y políticas que el Führer conoce”.
A continuación, tras señalar como el paso de la “neutralidad” a la “no beligerancia” ponía de manifiesto su inclinación por las potencias del Eje ya que eso era lo mismo que había hecho Italia antes de entrar en guerra, insistió en su conformidad con los puntos de vista de Hitler especialmente en lo referente a Gibraltar (aunque eso no excluía la necesidad de bloquear también Suez para poder cerrar de manera completa el Mediterráneo) y a la eficacia de los bombardeos en picado como método de defensa costera.
Sólo cuando Franco hizo referencia a la Batalla de Inglaterra, en relación con la cual se permitió afirmar que los alemanes estaban últimamente poco activos, Hitler le interrumpió para señalarle, de manera poco concreta, que la misma concluiría con una victoria germana.
Punto seguido, el Caudillo pasó a referirse a las reivindicaciones españolas sobre el Marruecos francés y el Oranesado. Aquí el dictador español se extendió considerablemente haciendo referencia a los derechos hispanos sobre la zona y a la manera en que otros gobiernos españoles, liberales y masones, no habían sabido hacerlos valer plegándose a los intereses de Francia y actuando en contra no sólo de los de España sino también de los de Alemania.
Nuevamente, Hitler interrumpió a Franco en el curso de esta exposición. El Führer tenía previsto un encuentro con el mariscal francés Pétain para el día siguiente y no estaba dispuesto a atarse las manos para contentar a Franco. Una vez más, insistió en que el tema ya se podría discutir después de la victoria.
Finalmente, Franco pasó revista a la situación española dejando de manifiesto que podría entrar en guerra sólo a condición de que Alemania le proporcionara material suficiente.
Al comenzar Franco su exposición, el Führer había mantenido un cierto interés en la misma pero el mismo acabó por disiparse envuelto en una conducta no exenta de descortesía.
Mientras el dictador español planteaba sus reivindicaciones, Hitler bostezó abiertamente en repetidas ocasiones. Era obvio que había acudido a Hendaya para recibir no para otorgar. Deseaba pasar por territorio español para asaltar Gibraltar y no entregarle a Franco un trozo considerable del continente africano. Esa acción, por otra parte, le habría indispuesto con la Francia de Pétain. Seguir manteniendo aquella conversación acabó pareciéndole carente de sentido.
Entonces ordenó a Ribbentrop que entregara a los españoles un documento que llevaba preparado para la firma a fin de que lo estudiaran y lo suscribieran.


Con tan significativo gesto, que tuvo lugar poco antes de las seis y media de la tarde, Hitler se puso en pie y dio por terminada la reunión.
Cuando los españoles abandonaron el salón para dirigirse a su tren, el barón de las Torres, que salió el último, pudo escuchar como Hitler decía en tono despectivo a Ribbentrop: “Mit diesen Kerlen kann man nichtsmachen” (con estos sujetos no se puede hacer nada).
Al despedirse, Franco, que estaba inquieto por la actitud de Hitler, decidió subrayar su afecto por el Führer de una manera típicamente española.
En pie, aferró con sus dos manos la que le tendía Hitler y le señaló: “A pesar de cuanto he dicho, si llegara un día en que Alemania de verdad me necesitara me tendría incondicionalmente a su lado y sin ninguna exigencia”.
Se trató, muy posiblemente, de una simple fórmula de cortesía al estilo del “ésta es su casa” o “venga usted siempre que quiera” de los españoles.
Afortunadamente para éstos, Gross, el intérprete alemán, resultó un personaje incompetente que no captó las palabras y no se las tradujo al Führer.
Le privó así de la posibilidad de tomar la palabra a Franco.

El documento que Hitler había entregado a los españoles difícilmente podía ser más cicatero. Si, por un lado, obligaba a España a entrar en el conflicto cuando fuera la voluntad del Führer; por otro, no hacía ninguna mención a compensaciones ulteriores.
El dictador alemán había podido aceptar que la Italia de Mussolini tuviera su parte de anexiones en la guerra pero no estaba dispuesto a considerar al mismo nivel a España. Para cualquiera que conociera lo referido en Mein Kampf tal conducta no podía resultar una sorpresa. Italia había sido concebida desde siempre como una aliada, mientras que España sólo merecía escasas (y despectivas) referencias.
Tras la entrevista con Hitler, la desolación de Franco fue abrumadora.
Comprendía, desde luego, que si no había recogido en el acuerdo entre ambas naciones una referencia a las pretensiones españolas en África éstas podían no ser atendidas con posterioridad.
Cerca de las siete, Serrano regresó al tren alemán para hablar con Ribbentrop.
Le comunicó que el texto que se les había hecho entrega era inaceptable.
Asimismo redactaron un comunicado conjunto de prensa.
Ese mismo día Hitler invitó a los españoles a cenar en el restaurante de su tren. Como era habitual en el Führer, consumió una dieta vegetariana. Sobre las diez de la noche, al concluir la colación —cuyo tiempo se empleó en relatar cuestiones intrascendentes— se reanudaron las conversaciones. Franco insistió en que, de momento, no podía entrar en la guerra, pero subrayó que la toma de Tánger había sido una operación realizada en favor de Alemania. Al escuchar estas frases, Hitler le manifestó su agradecimiento pero, a la vez, insistió en que no era suficiente para las necesidades de Alemania. Algo después de la medianoche, se produjo la despedida oficial en el andén. Hitler y Ribbentrop acompañaron a los españoles hasta el tren. Franco, quizá en un último intento de causar buena impresión a los alemanes, se quedó de pie en la plataforma del vagón, cuadrado militarmente, con la portezuela abierta y saludando a Hitler.
El gesto estuvo a punto de causarle un disgusto. El tren arrancó con brusquedad y movió violentamente a Franco hasta el punto de que éste, de no haberle sujetado Moscardó, hubiera caído sobre el andén. Entrada la madrugada, Franco llegó a su residencia de Ayete, en San Sebastián. Hitler no pensaba, ni mucho menos, que la baza estuviera perdida. Después de que Franco y Serrano hubieron abandonado Hendaya, al parecer supo jugar sus cartas con el embajador español Espinosa de los Monteros. Cuando estaba a punto de amanecer, éste hizo acto de presencia en San Sebastián urgiendo la firma del protocolo sometido a los españoles por Hitler y Ribbentrop. Tras un enfrentamiento verbal entre Espinosa y Serrano, éste consultó con Franco la situación. Serrano, al parecer, no pudo ocultar su cólera al exponerle la situación al Caudillo. En su opinión, Espinosa de los Monteros sólo pretendía apuntarse un tanto ante Hitler. Sin embargo, aún era más importante que resultaba absurdo ceder en esos momentos en una cuestión ante la que ya habían manifestado una postura concreta. Por lo menos, estimó, habría que esperar a que se hiciera de día y ser ellos dos los que entregaran el documento a los alemanes.
Franco, desde luego, no vio otro remedio que plegarse a la voluntad de Hitler, aunque presentando para la firma no el protocolo entregado por el Führer sino otro que Serrano y él habían redactado a su llegada a España. En su opinión no existía otra salida que ésta y así lo puso de manifiesto pronunciando un resignado proverbio: “Hay que tener paciencia, hoy somos yunque, mañana seremos martillo”.
El episodio de la firma de un pacto con Hitler sería ocultado en la postguerra en la esperanza de que el documento hubiera desaparecido en el curso de los bombardeos aliados que asolaron Alemania. Con ello, se pretendió cimentar la leyenda de un Franco que había resistido firmemente las presiones de Hitler para entrar en guerra. El mismo Serrano Suñer silenciaría durante años la existencia de este documento diplomático para no ocasionar perjuicios a la labor de su cuñado. Se trató, sin duda, de una conducta no exenta de generosidad dada la actitud, no precisamente generosa, que el régimen tuvo con él a partir de mediados de 1942. Sin embargo, el protocolo secreto suscrito entre Hitler y Franco no fue destruido durante la guerra. En 1945 fue requisado junto con otros documentos por las tropas aliadas (que los devolverían en 1958 a la RFA) y en 1960 fue publicado por el Departamento de Estado de los Estados Unidos. Su texto decía lo siguiente: “Hendaya, octubre 23, 1940.

Los Gobiernos italiano, alemán y español se han mostrado conformes en lo siguiente:


1. El intercambio de opiniones entre el Führer del Reich alemán y el Jefe del Estado español, siguiendo a esto conversaciones entre el Duce y el Führer así como entre los ministros de Asuntos Exteriores de los tres países en Roma y Berlín, ha aclarado la presente posición de los tres países entre sí, así como las cuestiones implícitas al modo de llevar la guerra y que afectan a la política general.


2. España declara estar dispuesta a acceder a la conclusión del Pacto Tripartito en septiembre 27, 1940 entre Italia, Alemania y Japón, y a este fin firmar, en la fecha que sea fijada por las cuatro Potencias unidas, un protocolo apropiado que contemple su actual acceso.


3. Por el presente Protocolo, España declara su conformidad al Tratado de Amistad y Alianza entre Italia y Alemania y al mencionado Protocolo Secreto complementario de 22 de mayo de 1939.


4. En cumplimiento de sus obligaciones como aliada, España intervendrá en la presente guerra al lado de las Potencias del Eje contra Inglaterra, una vez que la hayan provisto de la ayuda militar necesaria para su preparación militar, en el momento en que se fije de común acuerdo por las tres Potencias, tomando en cuenta los preparativos militares que deban ser decididos. Alemania garantizará a España ayuda económica, facilitándole alimentos y materias primas, así como a hacerse cargo de las necesidades del pueblo español y de las necesidades de la guerra.


5. Además de la reincorporación de Gibraltar a España, las Potencias del Eje que, en principio, están dispuestas a considerar, de acuerdo con una determinación general que debe establecerse en África y que puede ser llevada a efecto en los tratados de paz después de la derrota de Inglaterra —que España reciba territorios en África en extensión semejante en la que Francia pueda ser compensada, asignando a la última otros territorios de igual valor en África; pero siempre que las pretensiones alemanas e italianas contra Francia permanezcan inalterables.


(Nota escrita a máquina al pie del documento que dice lo siguiente: El texto original dice: “protegiendo así cualquier reclamación alemana que sea hecha contra Francia”, y fue corregido en la forma que figura arriba por la mano de su Excelencia el ministro Ciano).


6. El presente Protocolo será estrictamente secreto, y los aquí presentes se comprometen a guardar su más estricto secreto, a no ser que por común acuerdo decidan hacerlo público. Hecho en tres textos originales en italiano, alemán y español”.


Aparentemente, Hitler podía darse por satisfecho de la entrevista celebrada en Hendaya. Mediante un protocolo secreto —lo que, lejos de ser un inconveniente, no carecía de ventajas como la del elemento sorpresa— España manifestaba su disposición a adherirse a la conclusión del Pacto Tripartito, a intervenir en la guerra al lado del Eje una vez que se le proporcionara la ayuda militar y económica necesaria y además se declaraba dispuesta a dar este paso a cambio de Gibraltar y de unos territorios en África que no quedaban explicitados y que, por tanto, no comprometían a Alemania en exceso.

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