“La Guerra de Marruecos no fue nunca una empresa popular, en 1922, a un año vista de la catástrofe de Melilla, la cuestión de Marruecos se había convertido para los políticos en una idea obsesiva, determinante muchas veces de su estancia en el poder; para los militares en algo superior a sus fuerzas, para la nación, en una herida por donde se escapaban las energías y el dinero, y para el pueblo, en una misión incomprensible, dolorosa y por lo mismo repudiada. Aquel que por suerte no había sufrido en su propia carne o en la de su familia los estragos de la catástrofe, lo sufría en su economía, o quizás sólo, con ser bastante, en su orgullo, al ver a lo más selecto de su Ejército derrotado humilladamente por un grupo de “moros salvajes” mal pertrechados y, por supuesto, no preparados para la guerra. Sea como fuese, lo cierto es que no dejó indiferente a nadie.
Pero, sin duda, la pesadilla de Marruecos afectó sobre todo a aquellos que llevaban el peso de la campaña: las clases económicamente más débiles. En efecto, la Ley de Reclutamiento de 1912 permitía redenciones a los cinco o diez meses de servicio contra cuotas de 1500 a 2000 pesetas. Esta discriminación económica fue la tabla de salvación de aquellos mozos que, por razón de clase o situación social, podían pagar las cuotas estipuladas. El estado de guerra crónico en el Norte de África, una mortalidad en campaña alta, condiciones del servicio degradantes, etc., convertían el pago de la cuota en una necesidad […]. El único y elemental recurso de los pobres para huir del reclutamiento y del más que probable destino a África era presionar para conseguir cualquier tipo de exanción, alegando insuficiencias físicas, o recurrir a trámites de la emigración con objeto de ser considerados prófugos…” .- LOZÓN URUEÑA, Ignacio M., “Las repercusiones de la acción de España en Marruecos. 1922-1923” en Tiempo de Historia, Año VII, núm. 75, febrero, 1981.
jueves, 15 de enero de 2009
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